Se tendió a su lado y la abrazó. Folavril se colocó de costado y le devolvió sus besos. Le acariciaba las mejillas con sus manos finas, y sus labios recorrían las pestañas de Lazuli, desflorándolas apenas. Lazuli, estremecido, sentía que un gran calor se asentaba en sus riñones y adquiría la forma estable del deseo. No quería apresurarse, no quería dejarse llevar por su apetito carnal, y había otra cosa, una inquietud real que le atormentaba y le impedía abandonarse. Cerraba los ojos y el dulce murmullo de la voz de Folavril lo sumía en un falso sueño sensual. Estaba echado sobre el costado derecho y ella le daba la cara. Levantando la mano izquierda, dio con la parte superior del blanco brazo de ella y lo siguió hasta la axila rubia, apenas vestida de un mechón de crin menuda y elástica. Al abrir los ojos vio una perla de sudor transparente y líquida que se deslizaba a lo largo del seno de Folavril, y se inclinó para saborearla; tenía el gusto de la lavanda salada; posó sus labios en la piel tersa y Folavril, sintiendo cosquillas, pegó su brazo a su costado, riendo. Lazuli deslizó su mano derecha por debajo de la larga cabellera y la cogió por el cuello. Los puntiagudos senos de Folavril se refugiaron en su pecho; ella ya no reía, tenía la boca entreabierta y el aspecto más joven aún que de costumbre: parecía un bebé a punto de despertarse.
Quién anda ahí
quién empieza detrás de tu piel
quién arrastra tu sombra por el suelo
quién te propone los sueños que olvidas
y esos pensamientos que consideras tuyos
quién se te ha subido a la cabeza
quién ha girado de golpe sobre tus talones
quién ha agarrado y ha salido de tus casillas
para tomarte de una vez entre sus manos
empieza detrás de tu piel
arrastra tu sombra por el suelo
de quién te vistes en el espejo
con quién bebes toda la noche
quién es todo aquello que eres
y es quien es cuando tú no estás
propone los sueños que olvidas
y pensamientos que consideras tuyos
a quién le das plantón ahora
quién te planta en plena tormenta
quién iba a decir que harías algo así
quién más te da a ti
MARTA ELOY CICHOCKA
Mon seul testament, c'est la caresse de ma main sur ton ventre, chaque morsure faite aux fruits et aux pierres. Je ne peux que te poursuivre dans ce chant, t'inventer aussi, propager dans le plus profond de mes matins la brûlure croissante qui me traverse, devenir à mon tour un corps conducteur - Car l'amour est une gloire insurmontable et entêtée - et ta bouche s'acharne en moi comme le soc noir de midi.
LYSIANE RAKOTOSON
Mi único testamento es la caricia de mi mano en tu vientre o cada mordisco dado a la fruta y a las piedras. No puedo hacer nada más que perseguirte en este canto, inventarte, propagar en lo profundo de mis mañanas la quemadura creciente que me atraviesa, transformarme al mismo tiempo en cuerpo conductor — Porque el amor es una gloria invencible y terca — y tu boca se clava en mí como los barrotes negros del mediodía.
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.
PEDRO SALINAS (La voz a ti debida, versos 1449 al 1470)
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