NOVELA DE AMOR SIN MARTA GRANT (Capítulo 3)
ME gusta cómo montas en bicicleta,
con el centro de gravedad tan alto que parece que vas en globo,
con los brazos sobre el manillar dibujando la caja de resonancia de un violín,
me gusta cómo montas en bicicleta,
sorteando a los búfalos que regresan de bañarse en el río
no como si fueran obstáculos
sino luz negra,
el secreto de la felicidad
saltando en los baches con el mismo movimiento de hombros
que haces cuando te quitas la camiseta antes de meterte bajo las sábanas
saludando al lavandero y a la vendedora de berenjenas
y al anciano de sonrisa cósmica
sin perder ni un solo pedaleo pero inmóvil
porque les haces sentir que estás con ellos desde siempre y para siempre,
me gusta como montas en bicicleta
con determinación, con reflejos, con alegría
con gotas de sudor en tu frente y manchas en tus axilas
o con agua en tu pelo y en tu ropa los días de lluvia,
que me hacen desearte tanto que te haría el amor ahí mismo,
entre los timbrazos y el cordelero,
entre los perros sarnosos y los mendigos sin orejas,
entre el barbero que sienta a sus clientes en un ladrillo
y el renunciante naranja que sienta sus percepciones en el vacío,
me gusta cómo montas en bicicleta,
teniendo claro a dónde vas
pero teniendo todavía más claro que lo importante no es que vayas
a una de tus clases,
o a la tienda de pulseras de cristal
o a visitar a una amiga
sino que las ruedas sigan girando
que no se detenga el tiempo de tus piernas
que la sangre circule por las calles de tu cuerpo,
me gusta como montas en bicicleta
con la cesta verde delantera
mágicamente llena de chocolatinas para las niñas de nuestro barrio,
con tu cintura y tus manos coordinadas para frenar y esquivar
como si fueran un único miembro,
un ejercicio que has practicado en mi justo para lo contrario:
para provocar accidentes de heridas que cicatrizan solas
me gusta como montas en bicicleta,
perfecta en el caos porque no ves la diferencia entre éste y el orden
con tu bolsa morada rebotando contra tu espalda como un atardecer rebotando en la ladera de una colina,
con tu pelo rizándose y tu pañuelo dando latigazos al aire insumiso
y a mis ojos demasiado sumisos,
con tu trasero discutiendo con el sillín
el árbol genealógico de la palanca y la lascivia
me gusta como montas en bicicleta
y me dices
tú, poeta lento, por qué esas lágrimas
pero es que estoy llorando porque te amo
y por eso no veo el carro de los zumos de caña de azúcar
y me incrusto contra la manivela de la prensadora,
lo que hace que te rías,
que te rías y te rías hasta el fin de los tiempos.
JESÚS AGUADO