
El olor sideral de la flor del café, el sabor azul de la vainilla,
me detienen el día que entré al jardín oculto sin que nadie me viera.
En la primera luz de la mañana, en esa hora fría,
en que la tierra trasciende a polvo humano.
Con el acto simple de la araña que teje una estrella,
en una caída de hojas lúcidas hacia los sentidos,
Hay un resplandor cóncavo de helechos, una resonancia de insectos.
Reconozco una presencia cambiante del agua, hecha de sonidos silvestres,
de lumbre de orquídea, de cálido espacio forestal.