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Se llamaba Henrietta Lacks. Era una campesina cuyas células, que fueron tomadas sin su conocimiento, siguen vivas a pesar de que ella lleva muerta más de sesenta años y se han convertido en una de las herramientas más importantes de la medicina: fueron vitales para el desarrollo de la vacuna contra la polio, desvelaron secretos sobre el cáncer o los virus, ayudaron a realizar importantes avances como la fertilización in vitro o la clonación y han sido compradas y vendidas por laboratorios de todo el mundo, generando grandes beneficios económicos a la industria farmacéutica. Sin embargo, su familia, que no puede permitirse pagar un seguro médico, vivió cincuenta años sin conocer la historia de Henrietta, y todavía hoy lucha por defender el legado de su madre y abuela.La periodista y escritora científica Rebecca Skloot realiza una apasionante labor de investigación que nos transporta desde la pequeña y decadente ciudad natal de Henrietta, en los años cincuenta, hasta el Baltimore actual, en un viaje extraordinario que mezcla las vivencias de la actual familia Lacks con la historia de unas células que todavía hoy son un misterio de la biología.
Nadie está muy seguro de si esto pretendía ser erótico pero la constante sospecha de que hay algo sexual detrás de palabras como extenuante, doloroso y protuberante nos hace pensar que esa era la intención. Sin embargo, los tropiezos de Morrissey no parecen ser un hecho aislado sino acaso la temible constante en el terreno literario. Desde hace más de una década, la lista de nominados al Bad Sex in Fiction Award no deja de sorprender: Aleksandar Hemon, Joshua Cohen, Erica Jong, George Pelecanos, Haruki Murakami, Michael Cunningham. No son en absoluto malos narradores y, en algunos casos, se trata de autores que han demostrado su capacidad para hablar de conflictos morales o persecuciones en coche, pero que han fracasado al momento de poner algo de ambiente y vivacidad a los encuentros sexuales. ...Las espaldas se arquean todo el tiempo, los pechos se bambolean cada diez páginas. Incluso la inercia se mantiene al nivel de las historias: alguien termina viendo cómo dos desconocidos se aparean, hay un momento incómodo en un tren, echada en la hierba una chica habla de sus sentimientos:
«—¡Me estás matando! —gritó la mujer.» (El semental negro, de Narcissa Brown).
«—¡Me haces daño! —exclamó ella.» (Deliciosamente libertinas, de Georges Bernard).
Para ser la cosa que, según Sigmund Freud, está moviendo al mundo, el coito parece algo bastante aburrido y artificial si solo tomamos en cuenta la cantidad de malas escenas sexuales que pueblan los libros. Chesterton decía que era urgente escribir un ensayo acerca de las «buenas historias echadas a perder por los grandes escritores» y es una verdad universalmente aceptada en que en ese ilustre repertorio el sexo tendría que ocupar un lugar sobresaliente, lo cual entraña una inquietante paradoja....El problema que tengo con la literatura erótica es que constriñe al mundo en unas cuantas convenciones, adjetivos como «húmedo» o verbos como «empalmarse», y en historias en donde a menudo un hombre de mediana edad le enseña a una adolescente placeres que buscan ser insospechados pero son más bien fantasías tópicas que se extienden por una veintena de páginas. Rodeado de ese halo de que quiere ser arte, transgresión y ejemplo de sutileza, el erotismo termina por ser tremendamente serio, por no decir, frecuentemente predecible. Con el porno, en cambio, el resultado es más efectivo: al menos, en su mediocridad, solo pretende ser sucio."Por: Eduardo Huchín SosaAsí es.Difícil escribir o describir algo que es pura sensación.
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