En una rara jugarreta de la historia, Mi lucha, el libro escrito por Adolf Hitler en 1925 y que durante el Tercer Reich fue el libro más vendido en la Alemania nazi, volvió esta semana a convertirse en un éxito literario y ya ocupa el lugar número uno de la selecta lista semanal de los superventas, publicada hoy por la revista Der Spiegel.
We are the hollow menWe are the stuffed menLeaning togetherHeadpiece filled with straw. Alas!Our dried voices, whenWe whisper togetherAre quiet and meaninglessAs wind in dry grassOr rats' feet over broken glassIn our dry cellarShape without form, shade without colour,Paralysed force, gesture without motionThose who have crossedWith direct eyes, to death's other KingdomRemember us—if at all—not as lostViolent souls, but onlyAs the hollow menThe stuffed men.
Somos los hombres huecosSomos los hombres rellenosReclinados juntosEn una almohada rellena de paja. Ay!Nuestras voces resecas, cuandoSusurramos juntosSon tranquilas y sin sentidoComo viento en hierba secaO patas de rata sobre vidrio rotoEn nuestro sótano secoFiguras sin forma, sombra sin colorFuerza paralizada, gesto sin movimientoAquellos que han cruzadoCon mirada decidida, al otro reino, al de la muerteRecuérdennos, -si es que lo hacen- no como perdidasViolentas almas, sino sóloComo los hombres huecosLos hombres rellenos.
Si he entendido bien lo que han dicho, debo declararme un lector inexperto. Para mí ser un lector experto sería equivalente a ser un lector inexistente. Definitivamente dejaría de leer.
Sin embargo, quiero comentar algunas cosas:
Pincelhada comentas que si Mann solo quería alardear sobre su conocimiento. Supongo que Mann como lo mencionas pretendía compartir su conocimiento. Pero eso es algo atemporal, ¿qué tiene que ver que haya sido a principios del siglo xx que si lo hiciera alguien ahora? ¿Quieres decir que estamos tan civilizados y con el internet, ya no es necesario que alguien hable en una novela sobre “la percepción del tiempo”, filosofía, la muerte, política, etc.? ¿Para qué me chingo Macario o Pedro Páramo? Mejor pongo google muerte y listo. ¿Para qué leo “los de abajo”? mejor pongo en google, revolución mexicana. Peor aún, ¿para qué escribir una novela del actual México? Si basta con consultar cualquier cosa sobre la situación actual de México para conocer no solo el tema, sino ver todas las imágenes de los lugares de interés.
Mencionas que describir un lugar es actualmente innecesario por el simple hecho de que podemos ver una imagen del lugar de forma casi instantánea. Por otra parte antes era necesario y de hecho era una de las intenciones del autor, dar a conocer lugares desconocidos. Creo que te equivocas nuevamente, las descripciones de lo conocido como de lo desconocido, eran y siguen siendo necesarias. Y a mi parecer importantes.
O no entiendo tu idea, o es que tienes algún problema con lo viejo. Digamos que tanto tú como yo conocemos a la cd. De México. Y por “x” razón tuviéramos que describir la misma ciudad a otra persona que no la conoce. Inmediatamente tomo mi laptop y muestro diversas fotografías de la ciudad de México, tú en cambio describes la imagen que tienes en tu cabecita. ¿Qué crees que pasaría? ¿Quién crees que mantendría su atención?
Tú manera de ver la literatura me parece muy utilitaria, práctica, tirando a elitista o en el mejor de los casos muy snob.
Difiero contigo respecto a que conocer más de un arte nos permite apreciarlo mejor. Creo que conocer un arte nos permite entenderlo mejor, mas no apreciarlo más. Creo entender, porque una pintura de arte moderno es “arte”, pero en el fondo de mi ser, sé que es una mamada, algo tan artificial, de base tan artificial que aunque entienda su valor artístico, no dejo de ser objetivo y dejar de ver lo que estoy viendo… “una mamada”. El ojo experto te dirá, no te gusta, porque no la entiendes, tu ojo no entrenado no puede ver la grandeza de la pintura. Hasta quizá te explique por qué la pintura es una obra de arte. Fingirás entender, y hasta pondrás cara de asombro, y te quedará la duda de si en verdad tu ojo es tan neófito que no ves algo que está allí, o si quizá una pintura moderna es tan moderna que hay que verla con el cerebro y no con el ojo. Es tanta tu angustia por algo tan incoherente que te pones a estudiar arte. Poco a poco te enteras de que va el asunto, hasta que un día te sorprendes que ya entiendes todo lo que te dijo el tipo experto aquel. Entonces sucede algo maravilloso, entiendes la pintura. ¿Y…? nos damos cuenta que sigue siendo la misma piche pintura fea de antes… solo que ahora la entendemos. Cuando llegamos a este punto ocurren dos cosas… tratamos de olvidar lo aprendido para gozar nuevamente del arte, o nos pasamos al lado oscuro formamos parte del grupo llamado “expertos” que basan su gozo en el casi insano placer de resolver acertijos. Agradecen al autor del acertijo, no debido a que el acertijo sea algo hermoso en sí, sino por brindarles el placer de resolverlo.
Pincelhada... totalmente de acuerdo contigo. Los libros plomo, mamotretos, ladrillos imposibles, sólo se leen por razones eruditas, de estudio de estilo. Yo soy fan de Paradiso, sin embargo, no se me ocurriría andar por ahí diciéndole a la gente que se lo lea. También es necesario conocer el gusto de la gente antes de recomendarle un libro. Si es alguien fan a la novela negro-criminal, ni se te ocurra recomendarle algo del boom. O de Eco. Ah, una salvedad, una novela que logra conjugar lo -digámoslo así- culto con lo popular: El nombre de la rosa, donde hay historia, amor, un asesino en serie y la búsqueda de un libro perdido. Me quito el sombreo mil veces ante Eco, le rindo pleitesía porque supo colocar la literatura policíaca en los anales de las lecturas "cultas". Cosa que no se puede decir de El péndulo de Focault.
Virginia Woolf comienza su ensayo de 1925 “¿Cómo debería leerse un libro?” con esta maravillosa advertencia: “Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones”. La mayoría de las veces llegamos a los libros con la mente confusa y dividida, exigiendo a la ficción que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce nuestros propios prejuicios. Si pudiéramos desterrar todas esas ideas preconcebidas cuando leemos, sería un comienzo admirable.
Quizás la forma más rápida de comprender los principios de lo que un novelista está haciendo no es leer, sino escribir; hacer uno mismo el experimento con los peligros y dificultades de las palabras. Evoquemos, pues, algún suceso que nos haya dejado una nítida impresión: cómo a la vuelta de la esquina, quizá, pasamos junto a dos personas que conversaban; un árbol se agitaba; una luz eléctrica brincaba…” Así seremos más capaces de apreciar su maestría.
Woolf nos recuerda que siempre hay en nosotros un demonio que susurra ‘amo esto’, ‘odio aquello’ y callarlo es casi imposible. Por ello debemos intentar, en la medida de lo posible, convertirnos en el autor. “Pensar con un cerebro ajeno” diría Schopenhauer; no dictarle al autor mientras leemos. Después de todo, el verdadero “entendimiento” de un libro, si es que se le puede llamar así, no es inmediato sino paulatino; leer solo es la mitad de un proceso que se rige por las leyes de gravedad.
El primer proceso, el de recibir impresiones con el máximo entendimiento, es solo la mitad del proceso de leer; otro debe completarlo si queremos obtener el mayor placer de un libro. Debemos juzgar estas impresiones múltiples; debemos hacer de estas formas efímeras una que sea recia y duradera. Pero no de inmediato. Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente; a que el conflicto y los interrogantes amainen; paseemos, conversemos, arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o quedémonos dormidos. Entonces, de repente, sin que lo queramos, porque es así como la naturaleza efectúa estas transiciones, el libro volverá, pero de modo diferente. Irá flotando por el aire hasta la mente como un todo. Y el libro como un todo es diferente del libro recibido comúnmente en frases separadas. Los detalles ahora encajan en su sitio.
En este ensayo, contenido en el libro El lector común, la escritora nos conmina a no olvidar nunca que leer es sobre todo un placer, pero un placer que va desenvolviéndose como el rizoma de un helecho, con el tiempo, aún después de haber terminado el libro. La lectura es un acto solitario pero nunca estamos solos, nos aproximamos a nosotros mismos en la medida que somos otros y pensamos con un cerebro ajeno que dilapida lo que creíamos por sentado. Un buen libro no termina nunca. Regresa como lo hace el pasado y el fantasma, y nos prepara para el cambio.
Y para terminar, esta encantadora sugerencia: “El mejor momento de leer poesía es cuando somos casi capaces de escribirla.”
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