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Literatura, Biografías, Relatos cortos, etc. 2

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«45678»
11/05/2015 00:00
Ayer leí una novela de mil trescientas dos páginas, me dijo un amigo.
mil y tantas páginas le respondí, y de que trataba la novela.
no lo sé me quede dormido cuando llevaba una pagina leía.-.
24/03/2015 22:37

Vida sin cultura, de Rafael Argullol en El País

el 6 marzo, 2015en,

LA CUARTA PÁGINA

Casi han desaparecido el acto de leer y la mirada reflexiva sobre el arte producido durante milenios. Síntoma de este deterioro es la abrupta sustitución de la lógica filosófica por la del emprendedor en la reforma educativa

Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes. Hace poco un editor me comentaba que el problema —o, más bien, el síntoma— no eran los bajos niveles de venta de libros sino la drástica disminución del hábito de la lectura. Si el problema fuera de ventas, decía, con esperar a la recuperación económica sería suficiente; sin embargo, la caída de la lectura, al adquirir continuidad estructural, se convierte en un fenómeno epocal que necesariamente marcará el futuro. El preocupado editor —un buen editor, de buena literatura— añadía que, además, la inmensa mayoría de los libros que se leen son de pésima calidad, desde best sellers prefabricados que avergonzarían a los grandes autores de best sellers tradicionales hasta panfletos de autoayuda que sacarían los colores a los curanderos espirituales de antaño.

De querer preocupar todavía más al editor, y a los que piensan como él, se podría analizar detenidamente la última encuesta sobre la lectura que hace unas semanas apareció en los medios de comunicación. No sólo un tanto por ciento muy elevado de la población jamás leía un libro sino que se vanagloriaba de tal circunstancia. Para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y, para muchos, imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.

El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, “cultura”.

Quien escuche una opinión semejante rápidamente alegará que hemos sustituido la cultura de la palabra por la cultura de la imagen, el argumento favorito cuando se conversa de estas cuestiones. De ser así, habríamos sustituido la centralidad del acto de leer por la del acto de mirar. Surgen, como es lógico, las nuevas tecnologías, extraordinarias productoras de imágenes, e incluso las vastas muchedumbres que el turismo masivo ha dirigido hacia las salas de los museos de todo el mundo. Esto probaría que el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del denominado turismo cultural.

Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie. Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la comitiva que desfila por las galerías. ¿Alguien tiene tiempo de pensar en la ambigua ironía de Leonardo, o en la sensualidad de Botticelli, o en el sereno dramatismo de Miguel Ángel? Es más: ¿alguien piensa que tiene que pensar en tales cosas?

Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inverso a la captación del sentido. El experimento en los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con los que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no las ve.

De ser cierto esto, la cultura de la imagen no ha sustituido a la cultura de la palabra sino que ambas culturas han quedado aparentemente invalidadas, a los ojos y oídos de muchos, al mismo tiempo. El pseudolector, que ha aceptado que a su alrededor se desvanezcan las palabras, marcha al unísono con el pseudoespectador, que naufraga, satisfecho, en el océano de las imágenes. La casi desaparición del acto de leer y, pese a la abundante materia prima visual, el empobrecimiento del acto de mirar llevan consigo una creciente dificultad para la interrogación. En nuestro escenario actual el espectáculo tiene una apariencia impactante pero las voces que escuchamos son escasamente interrogativas. Y con bastante justificación puede identificarse el oscurecimiento actual de la cultura humanista e ilustrada con nuestra triple incapacidad para leer, mirar e interrogar. Cuando en la última reforma educativa se defiende enfáticamente que la lógica filosófica va a ser sustituida, en la enseñanza escolar, por la “lógica del emprendedor” no hace sino sancionarse el fin de una determinada manera de entender el acceso al conocimiento. Aunque ni siquiera quien ha acuñado esta frase sabe qué diablos significa la “lógica del emprendedor”, aquella sustitución es perfectamente representativa del modo de pensar dominante en la actualidad.

El mundo político se ha adaptado sin titubeos al nuevo decorado, expulsando de su retórica cualquier conexión cultural. Esto habría sido imposible en los últimos tres siglos. Pero el mundo político, el que más crudamente expresa las oscilaciones de la oferta y la demanda, no es sino la superficie especular en la que se contemplan los otros mundos, más o menos distorsionadamente. La expulsión de la cultura —o de una determinada cultura: la de la palabra, la de la mirada, la de la interrogación— es un proceso colectivo que afecta a todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta, paradójicamente, las mismas universidades. No obstante, en ninguno de ellos es tan determinante como en el de los propios ciudadanos, que han dejado de relacionar su libertad con aquella búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que caracterizaba la libertad humanista e ilustrada. La utilidad, la apariencia y la posesión parecen, hoy, valores más sólidos en la supuesta conquista de la felicidad.

Y puede que sea cierto. Igual la vida sin cultura es mucho más feliz. O puede que no: puede que la vida sin cultura no sea ni siquiera vida sino un pobre simulacro, un juego que sea aburrido jugar.


20/03/2015 01:15

12 escritoras latinoamericanas a las que les importó un carajo el que dirán

1. Victoria Santa Cruz

Post 496 - 12 escritoras latinoamericanas a las que les importó un carajo el qué dirán

A Victoria le importa un carajo tu racismo porque ella está orgullosa de ser negra.

Perteneciente a una talentosa familia de artistas afroperuanos, Victoria Santa Cruz fue una poeta que, dueña de una inteligencia fascinante y un espíritu contestatario, puso de manifiesto en sus versos el sentir y el vivir de una mujer negra en una sociedad racista como la de su país. A lo largo de su vida se dedicó a investigar y difundir la cultura afroperuana alrededor del mundo. Si quieres ver y escuchar a Victoria, Me gritaron negra es uno de sus mejores poemas.

2. María Luisa Bombal

2. María Luisa

¿Ser esposa y madre? No, María Luisa prefiere escribir.

En medio de la sociedad chilena conservadora de principios del siglo XX, María Luisa Bombal sólo podía ser considerada una loca: en vez de convertirse en una buena esposa y madre, ella decidió dedicarse a escribir narraciones extraordinarias y fascinantes protagonizadas por personajes femeninos con una voz erótica propia y capaces de experimentar el placer o la rabia, algo que, por ese entonces, era considerado prohibido para las mujeres de su época. Debido a su talento deslumbrante y a su narrativa transgresora, María Luisa es considerada hoy en día una de las más importantes escritoras latinoamericanas.

3. Clarice Lispector

3. Clarice

Así que las mujeres no somos capaces de renovar la narrativa, ¿no? Clarice te reta a que leas sus cuentos y novelas.

Tenía apenas 23 años cuando publicó su primera novela y se convirtió en una de las escritoras más innovadoras de Brasil. A través de sus obras y haciendo uso de un estilo que rompía los esquemas de la narrativa de ese entonces, Clarice Lispector describió experiencias humanas vitales con una habilidad magistral como nunca nadie lo había hecho antes. Pero además de hacer gala de un nuevo estilo narrativo, en sus obras ella creó personajes femeninos que contradecían el estereotipo de la mujer sumisa.

4. Cristina Peri Rossi

4. Cristina Peri Rossi

Cristina sabía lo que quería y sabía el talento que poseía.

Cristina Peri Rossi tenía tan sólo 6 años cuando le dijo a su familia que quería ser escritora y aunque nadie la tomó en serio en ese entonces, ella hizo realidad su deseo cuando dos décadas después comenzó a publicar sus primeros libros.

Reconocida como una de las cuentistas y poetas más importantes de Latinoamérica, esta escritora uruguaya tuvo que hacer frente a la discriminación luego de declararse abiertamente lesbiana. En sus poemas ella desarrolla con maestría el erotismo femenino, un buen ejemplo de ello puedes encontrarlo en estos bellos versos de Ca foscari.

5. Rosa María Roffiel

5. Rosa María Roffiel

Como no habían novelas de temática lésbica, Rosa María escribió la primera.

Cuando en 1989, Rosa María Roffiel publicó su novela Amora, esta se convirtió en la primera obra narrativa de temática lésbica no sólo en México –su país natal- sino probablemente también en Latinoamérica. Si bien ese fue su debut como narradora, Rosa María ya era conocida por sus poemas, en cuyos versos abordaba el amor y la amistad entre mujeres, lo cual convierte a su obra poética en una rica fuente de inspiración feminista.

A mí me gusta tanto ella que he publicado 4 poemas suyos: Sobrevivientes, Gioconda, Cántico y Quise ser hombre.

6. Alejandra Pizarnik

6. Alejandra Pizarnik

Para Alejandra el lenguaje que existía no era suficiente así que se inventó uno nuevo.

Sin duda alguna, la argentina Alejandra Pizarnik es una de las poetas más importantes de Latinoamérica. Su brillante inteligencia y su profunda sensibilidad la llevaron a construir poemas en los que experimentaba con el lenguaje al mismo tiempo que expresaba sus más grandes temores.

7. Julia de Burgos

7. Julia-de-Burgos

Julia creía que la mejor compañera de la rebeldía femenina era la libertad de pensamiento de las mujeres.

Es considerada la poeta puertorriqueña más importante de todos los tiempos y una de las primeras escritoras feministas de Latinoamérica. En sus versos plasmó temas referentes a la condición de las mujeres de su país. Con una voz llena de rebeldía, Julia era una firme abanderada de la liberación femenina. Ella estaba convencida de que las mujeres debían luchar por sus derechos, reconocer su potencial, manejar sus propias vidas y dejar de sentirse inferiores con respecto a los hombres. Como buena feminista que era no dudaba en cuestionarse a sí misma tal como lo hace en este poema titulado A Julia de Burgos.

8. Gioconda Belli

8. Gioconda Belli

¿Que las mujeres -además de escritoras- no podemos ser guerrilleras? A Gioconda eso le parece interesante, cuéntale más.

Eran los años 70 cuando Gioconda Belli comenzó a publicar sus primeros poemas en algunos diarios de su país y de inmediato generó polémica debido a la manera en que la poeta nicaragüense abordaba el cuerpo y la sensualidad femeninas.

Durante los primeros años de su carrera literaria, Gioconda combinó la pasión por la escritura con una agitada vida clandestina debido a su participación activa en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, una organización de izquierda que luchaba contra la dictadura de Somoza.

Ese espíritu combativo también podemos encontrarlo en sus poemas, en cuyos versos resplandece una voz femenina con una gran conciencia feminista. Prueba de ello son Consejos para la mujer fuerte y Desafío a la vejez.

9. María Virginia Estenssoro

9. María Virginia Estenssoro

María Virginia le da las gracias a todos los que quisieron censurarla porque sólo lograron que más gente leyera sus libros.

El occiso (1971) fue el único libro de cuentos que la boliviana María Virginia Estenssoro publicó en vida y los 3 relatos que lo componen fueron suficientes para que por ese entonces se desatará una campaña en su contra. En uno de sus cuentos, María Virginia narraba una relación amorosa basada en el erotismo y en otro de ellos se describía un aborto voluntario. Ambos temas fueron la causa de que los sectores más conservadores de su país se unieran en contra de ella.

Sin embargo, el resultado fue el opuesto: la primera edición del libro se agotó rápidamente y María Virginia siguió escribiendo con las mismas ansias de convertir en palabras su espíritu libre.

10. Yolanda Oreamuno

10. Yolanda Oreamuno

Yolanda era una feminista feroz.

Yolanda Oreamuno estaba convencida de que era necesario un cambio en la vida privada y en la conciencia de las mujeres. Tenía tan sólo 22 años cuando comenzó a escribir sus primeros ensayos, textos en los cuales expresaba la importancia de que las mujeres pensaran por sí mismas y no en base al pensamiento masculino y patriarcal de la época.

Eran los años de la lucha por el voto femenino en Costa Rica y la feroz crítica de Yolanda al rol de las mujeres en la escuela y en la familia resuena aún hoy convirtiéndola en un referente de las primeras feministas latinoamericanas.

11. Antonia Palacios

11. Antonia Palacios

Antonia se ríe de tu canon literario masculino y patriarcal.

En 1976, la poeta, novelista y ensayista venezolana Antonia Palacios –dueña de una prosa elegante a través de la cual expresaba la subjetividad femenina de sus personajes- no dudó en afirmar que “la mujer ha contribuido a enriquecer la literatura venezolana con obras densas, de indudable calidad, que sin motivo alguno han sido ignoradas”. De esa manera ponía de manifiesto un problema aún vigente en el ámbito literario latinoamericano y mundial: la falta de difusión y valoración de las obras literarias escritas por mujeres.

12. Carmen Ollé

12. Carmen Ollé

Carmen hizo versos eróticos desde su propio cuerpo de mujer liberada.

En 1981 y de la mano de su primer libro Noches de adrenalina, el debut de Carmen Ollé no pudo ser más auspicioso. Esta obra suya marcó un antes y un después en la poesía peruana escrita por mujeres. La osadía en el lenguaje y su propuesta -en la que el placer era un elemento transgresor- dio inicio a una corriente de escritoras que se oponían al machismo de la sociedad de su país y que encontraron en el tema erótico el camino para expresarse libremente.

Fuente: https://soyunachicamala.wordpress.com/2015/03/06/12-escritoras-latinoamericanas-a-las-que-les-importo-un-carajo-el-que-diran/



06/01/2015 02:57
Dedicado a Mechitaz y Nalca :

Amigo mío, me ha pedido usted que le cuente los recuerdos más vivos de mi existencia. Soy muy vieja, sin parientes, sin hijos; puedo, pues, libremente confesarme con usted. Prométame sólo que jamás desvelará mi nombre.

He sido muy amada, usted lo sabe; y a menudo amé yo también. Era muy hermosa; puedo decirlo hoy, cuando ya nada queda. El amor era para mí la vida del alma, como el aire es la vida del cuerpo. Hubiera preferido morir a existir sin ternura, sin un pensamiento siempre clavado en mí. Las mujeres pretenden con frecuencia no amar sino una sola vez con todo el poder de su corazón; con frecuencia me ocurrió que amaba tan violentamente que me parecía imposible que aquellos transportes finalizasen. Y sin embargo se extinguían siempre de una forma natural, como un fuego falto de leña.

Le contaré hoy la primera de mis aventuras, en la que yo fui muy inocente, aunque determinó las otras.

La horrible venganza de ese espantoso farmacéutico de Le Pecq me ha recordado el terrible drama al cual asistí muy a mi pesar.

Estaba casada desde hacía un año, con un hombre rico, el conde Hervé de Ker..., un bretón de vieja cepa al cual, por supuesto, no amaba. El amor, el verdadero, necesita, o por lo menos así lo creo, libertad y obstáculos al mismo tiempo. El amor impuesto, sancionado por la ley, bendecido por el sacerdote, ¿es amor? Un beso legal nunca vale lo que un beso robado.

Mi marido era de elevada estatura, elegante y todo un gran señor de aspecto. Pero carecía de inteligencia. Hablaba de un modo terminante, emitía opiniones cortantes como cuchillos. Se le notaba una mente llena de ideas preconcebidas, infundidas en él por sus padres que a su vez las habían recibido de sus antepasados. No vacilaba jamás, daba sobre todo una opinión inmediata y limitada, sin el menor embarazo y sin comprender que pudieran existir otros modos de ver. Se notaba que aquella cabeza estaba cerrada, que por ella no circulaban ideas, esas ideas que renuevan y sanean un espíritu como el viento que atraviesa una casa cuyas puertas y ventanas se abren.

El castillo donde vivíamos se encontraba en plena región desierta. Era un gran edificio triste, enmarcado por árboles enormes cuyo musgo hacía pensar en las blancas barbas de los ancianos. El parque, un verdadero bosque, estaba rodeado por un profundo foso de esos que llaman salto de lobo; y al final, del lado del páramo, teníamos dos grandes estanques llenos de cañas y de hierbas flotantes. Entre los dos, a orillas de un arroyo que los unía, mi marido había mandado construir una pequeña choza para tirar sobre los patos salvajes.

Teníamos, amén de nuestros criados normales, un guarda, una especie de bruto adicto a mi marido hasta la muerte, y una doncella, casi una amiga, locamente ligada a mí. Yo la había traído de España cinco años antes. Era una niña abandonada. Se la hubiera tomado por una gitana a causa de su tez morena, de sus ojos oscuros, de sus cabellos profundos como un bosque y siempre encrespados en torno a la frente. Contaba entonces dieciséis años, pero aparentaba veinte.

Comenzaba el otoño. Cazábamos mucho, unas veces en las propiedades de los vecinos, otras en la nuestra; y yo me fijé en un joven, el barón de C..., cuyas visitas al castillo se volvían singularmente frecuentes. Después dejó de venir, y no pensé más en él; pero me di cuenta de que mi marido cambiaba de actitud conmigo.

Parecía taciturno, preocupado, ya no me abrazaba; y aunque casi no entraba en mi dormitorio, que yo había exigido separado del suyo con el fin de vivir un poco sola, a menudo oía, de noche, unos pasos furtivos que llegaban hasta mi puerta y se alejaban tras unos minutos.

Como mi ventana estaba en la planta baja, a menudo creí también oír merodeos en la sombra, en torno al castillo. Se lo dije a mi marido, que me miró fijamente durante unos segundos y después respondió:

-No es nada, es el guarda.

Ahora bien, una noche, cuando acabábamos de cenar, Hervé, que parecía muy alegre, contra su costumbre, con una alegría socarrona, me preguntó:

-¿Le gustaría a usted pasar tres horas al acecho para matar un zorro que viene por las noches a comerse mis gallinas?

Me quedé sorprendida; vacilaba; pero como él me examinaba con singular obstinación, acabé respondiendo:

-Claro que sí, amigo mío.

Tengo que decirle que yo cazaba como un hombre lobos y jabalíes. Conque era muy natural que me propusiera aquel acecho.

Pero mi marido de repente adoptó un aire extrañamente nervioso; y durante toda la velada estuvo agitado, levantándose y volviéndose a sentar febrilmente.

Hacía las diez me dijo de pronto:

-¿Está usted preparada?

Me levanté. Y cuando él me trajo mi escopeta, pregunté:

-¿Hay que cargar con bala o con posta?

Pareció sorprendido, y después prosiguió:

-¡Oh!, sólo con posta, bastará, puede estar segura.

Después, tras unos segundos, agregó con singular tono:

-¡Puede usted alabarse de su sangre fría!

Me eché a reír:

-¿Yo? ¿Por qué? ¡Sangre fría para ir a matar un zorro! Pero, ¡qué ideas tiene usted, amigo mío!

Y henos aquí en marcha, sin hacer ruido, a través del parque. Toda la casa dormía. La luna llena parecía teñir de amarillo el viejo edificio oscuro cuyo tejado de pizarra relucía. Las dos torrecillas que lo flanqueaban ostentaban en su cima dos placas de luz, y ningún ruido turbaba el silencio de aquella noche clara y triste, dulce y pesada, que parecía muerta. Ni el menor soplo de aire, ni un grito de un sapo, ni un gemido de lechuza; un lúgubre entorpecimiento se había abatido sobre todo.

Cuando estuvimos bajo los árboles del parque me asaltó su frescura, y un olor a hojas caídas. Mi marido no decía nada, pero escuchaba, espiaba, parecía olfatear en las sombras, poseído de pies a cabeza por la pasión de la caza.

Pronto llegamos al borde de los estanques.

Su cabellera de juncos permanecía inmóvil, ningún soplo la acariciaba; pero por el agua corrían movimientos apenas sensibles. A veces un punto se agitaba en la superficie, y de allí partían leves círculos, semejantes a arrugas luminosas, que se agrandaban sin fin.

Cuando llegamos a la choza donde debíamos emboscarnos, mi marido me dejó pasar delante, después armó lentamente su escopeta y el chasquido seco de las piezas me produjo un extraño efecto. Me sintió temblar y me preguntó:

-¿Es, acaso, que ya le basta a usted con esta prueba? Pues márchese.

Respondí, muy sorprendida:

-Nada de eso, no he venido para regresar. ¿Está usted de broma esta noche?

Murmuró:

-Como usted quiera.

Y permanecimos inmóviles.

Al cabo de una media hora, como nada turbaba la pesada y clara tranquilidad de aquella noche de otoño, dije, en voz baja:

-¿Está usted seguro de que pasa por aquí?

Hervé tuvo una sacudida, como si lo hubiera mordido, y, con la boca pegada a mi oído:

-Estoy seguro, escuche.

Y volvió a reinar el silencio.

Creo que empezaba a amodorrarse cuando mi marido me apretó el brazo; y su voz silbante, cambiada, pronunció:

-¿No le ve usted, allá abajo, entre los árboles?

Por mucho que miraba, yo no distinguía nada. Y lentamente Hervé apuntó, mientras me miraba fijamente a los ojos. Yo misma estaba preparada para disparar, cuando de pronto, a treinta pasos de nosotros, apareció a plena luz un hombre que avanzaba a pasos rápidos, con el cuerpo inclinado, como si viniera huyendo.

Me quedé tan estupefacta que lancé un violento grito; pero antes de que pudiera volverme, ante mis ojos pasó una llama, una detonación me aturdió, y vi al hombre rodar por el suelo como un lobo que recibe una bala.

Lancé agudos clamores, espantada, asaltada por la locura; y entonces una mano furiosa, la de Hervé, me asió por la garganta. Fui derribada, y después alzada en sus robustos brazos. Corrió, llevándome en vilo, hacia el cuerpo tendido sobre la hierba, y me arrojó sobre él, violentamente, como si hubiera querido romperme la cabeza.

Me sentí perdida; iba a matarme; y ya alzaba sobre mi frente su tacón, cuando a su vez fue sujetado y derribado, sin que yo hubiese entendido aún lo que estaba ocurriendo.

Me alcé bruscamente y vi, de rodillas sobre él, a Paquita, mi criada, que, aferrada a él como un gato furioso, crispada, enloquecida, le arrancaba la barba, el bigote y la piel del rostro.

Después, como asaltada bruscamente por otra idea, se levantó y, arrojándose sobre el cadáver, lo estrechó entre sus brazos, besándolo en los ojos, en la boca, abriendo con sus labios los labios muertos, buscando en ellos un hálito, y la profunda caricia de los amantes.

Mi marido, en pie, la miraba. Comprendió y, cayendo a mis pies:

-¡Oh! perdón, querida mía; sospeché de ti y he matado al amante de esta muchacha; mi guarda me ha engañado.

Yo, por mi parte, miraba los extraños besos de aquel muerto y aquella viviente; y los sollozos de ella, y sus sobresaltos de amor desesperado.

Y en ese momento comprendí que le sería infiel a mi marido.

"CONFESIONES DE UNA MUJER"

de GUY de MAUPASSANT

05/09/2014 15:22
05/09/2014 05:34
Como me caen tan re-mal ambos les dedico ésto:

METAMORFOSIS.

Con ésto de vivir entre la mierda he perdido el rumbo

mañana y tarde empujando mojones y esquivando voy

las malditas patas de los elefantes que dominan éstos lares.

El hijo de puta de mi padre se cansó de mi y yo me cansé de mantenerlo, es preferible comer mierda solo, a tener que pagar eternamente el pase a un mundo al que no mandé solicitud, mundo de mierda.

Todas las mañanas esquivando patas gigantescas empujando voy mojones, una mujer como la mía merece vivir entre la mierda.

Antes de padecer ésta maldita metamorfosis era un humano simplemente y aunque era mi destino alimentarme de las heces, la mierda de los hombres me caía mal, no estaba hecho para eso: tuve que transformarme en un escarabajo del estiércol.

Antes aguantaba muchas hambres y dolencias, unos pocos comían bien y las masas comíamos la mierda... Pero como van las cosas dentro de poco no comeremos ni mierda.

05/09/2014 04:20

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.
No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

"¿Así que quieres ser escritor?"
Charles Bukowski
05/09/2014 04:18
Mensaje borrado
05/09/2014 00:14
-
04/09/2014 18:05
NALCA hoy jueves se transmitio un programa a Nicanor Parra en radio Oasis
se vuelve a transmitir el domingo a las 11 de la manana ,si las ondas radiales
no llegan al lugar donde estes puedes hacerlo por internet o tambien por la
pagina www.otrocanal.cl,el desierto florece aunque todavia no lo editan,el
programa dura una hora y se recito el Hombre imaginario y otros
poemas y antipoemas de N.P.
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