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Literatura, Biografías, Relatos cortos, etc. 2

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14/02/2014 15:14
11/02/2014 18:20
11/02/2014 04:33

Muchas gracias! :)

Quise alcanzar el reto de meter todas las frases en un solo relato. En realidad sirven sólo como ejercicio, pues se constriñe la creatividad.

Edito: como borran todos los comentarios quedo fuera de contexto y luego me tachan de arrogante... Si asi parece que me felicito a mi misma.

10/02/2014 23:29
En el blog de armoniapoetica, están posteando cuentos fuera de concurso muy buenos.
10/02/2014 22:17

Se pueden postear relatos aquí, fuera de concurso?

O en algún otro foro?





10/02/2014 19:48
10/02/2014 01:30
Vaya fgam, que galería de personajes tenía este Cheever, y lo peor es que los encuentro conocidos jej

Muy buenos cuentos, leí completo Adiós, hermano mío, vale la pena.
08/02/2014 19:25

fercho ha puesto en el tapete la literatura infantil, una modalidad muy difícil y de la cual nunca nos hemos ocupado. Quizás más adelante me ocupe del tema. Por ahora ando revoloteándole a los cuentos de John Cheever. Aquí va uno suficientemente corto como para ponerlo entero en este foro:

Reunión

La última vez que vi a mi padre fue en la estación Grand Central. Yo venía de estar con mi abuela en los montes Adirondacks, y me dirigía a una casita de campo que mi madre había alquilado en el cabo; escribí a mi padre diciéndole que pasaría hora y media en Nueva York debido al cambio de trenes, y preguntándole si podíamos comer juntos. Su secretaria me contestó que se reuniría conmigo en el mostrador de información a mediodía, y cuando aún estaban dando las doce lo vi venir a través de la multitud. Era un extraño para mí —mi madre se había divorciado tres años antes y yo no lo había visto desde entonces—, pero tan pronto como lo tuve delante sentí que era mi padre, mi carne y mi sangre, mi futuro y mi fatalidad. Comprendí que cuando fuera mayor me parecería a él; que tendría que hacer mis planes contando con sus limitaciones. Era un hombre corpulento, bien parecido, y me sentí feliz de volver a verlo. Me dio una fuerte palmada en la espalda y me estrechó la mano.

—Hola, Charlie —dijo—. Hola, muchacho. Me gustaría que vinieses a mi club, pero está por las calles sesenta, y si tienes que coger un tren en seguida, será mejor que comamos algo por aquí cerca.

Me rodeó con el brazo y aspiré su aroma con la fruición con que mi madre huele una rosa. Era una agradable mezcla de whisky, loción para después del afeitado, betún, traje de lana y el característico olor de un varón de edad madura. Deseé que alguien nos viera juntos. Me hubiese gustado que nos hicieran una fotografía. Quería tener algún testimonio de que habíamos estado juntos.

Salimos de la estación y nos dirigimos hacia un restaurante por una calle secundaria. Todavía era pronto y el local estaba vacío. El barman discutía con un botones, y había un camarero muy viejo con una chaqueta roja junto a la puerta de la cocina. Nos sentamos, y mi padre lo llamó con voz potente:

—Kellner! —gritó—. Garçón! Cameriere! ¡Oiga usted!

Todo aquel alboroto parecía fuera de lugar en el restaurante vacío.

—¿Será posible que no nos atienda nadie aquí? —gritó—. Tenemos prisa.

Luego dio unas palmadas. Esto último atrajo la atención del camarero, que se dirigió hacia nuestra mesa arrastrando los pies.

—¿Esas palmadas eran para llamarme a mí? —preguntó.

—Cálmese, cálmese, sommelier—dijo mi padre—. Si no es pedirle demasiado, si no es algo que está por encima y más allá de la llamada del deber, nos gustaría tomar dos gibsons con ginebra Beefeater.

—No me gusta que nadie me llame dando palmadas —dijo el camarero.

—Debería haber traído el silbato —replicó mi padre—. Tengo un silbato que sólo oyen los camareros viejos. Ahora saque el bloc y el lápiz y procure enterarse bien: dos gibsons con Beefeater. Repita conmigo: dos gibsons con Beefeater.

—Creo que será mejor que se vayan a otro sitio —dijo el camarero sin perder la compostura.

—Ésa es una de las sugerencias más brillantes que he oído nunca —señaló mi padre—. Vámonos de aquí, Charlie.

Seguí a mi padre y entramos en otro restaurante. Esta vez no armó tanto alboroto. Nos trajeron las bebidas, y empezó a someterme a un verdadero interrogatorio sobre la temporada de béisbol. Al cabo de un rato golpeó el borde de la copa vacía con el cuchillo y empezó a gritar otra vez:

—Garçon! Cameriere! Kellner! ¡Oiga usted! ¿Le molestaría mucho traernos otros dos de lo mismo?

—¿Cuántos años tiene el muchacho? —preguntó el camarero.

—Eso no es en absoluto de su incumbencia —dijo mi padre.

—Lo siento, señor, pero no le serviré más bebidas alcohólicas al muchacho.

—De acuerdo, yo también tengo algo que comunicarle —dijo mi padre—. Algo verdaderamente interesante. Sucede que éste no es el único restaurante de Nueva York. Acaban de abrir otro en la esquina. Vámonos, Charlie.

Pagó la cuenta y nos trasladamos de aquél a otro restaurante. Los camareros vestían americanas de color rosa, semejantes a chaquetas de caza, y las paredes estaban adornadas con arneses de caballos. Nos sentamos y mi padre empezó a gritar de nuevo:

—¡Que venga el encargado de la jauría! ¿Qué tal los zorros este año? Quisiéramos una última copa antes de empezar a cabalgar. Para ser más exactos, dos bibsons con Geefeater.

—¿Dos bibsons con Geefeater? —preguntó el camarero, sonriendo.

—Sabe muy bien lo que quiero —replicó mi padre, muy enojado—. Quiero dos gibsons con Beefeater, y los quiero de prisa. Las cosas han cambiado en la vieja y alegre Inglaterra. Por lo menos eso es lo que dice mi amigo el duque. Veamos qué tal es la producción inglesa en lo que a cócteles se refiere.

—Esto no es Inglaterra —repuso el camarero.

—No discuta conmigo. Limítese a hacer lo que se le pide.

—Creí que quizá le gustaría saber dónde se encuentra —dijo el camarero.

—Si hay algo que no soporto, es un criado impertinente —declaró mi padre—. Vámonos, Charlie.

El cuarto establecimiento en el que entramos era italiano.

—Buongiorno —dijo mi padre—. Per favore, possiamo avere due cocktail americani, forti fortio. Molto gin, poco vermut.

—No entiendo el italiano —respondió el camarero.

—No me venga con ésas —dijo mi padre—. Entiende usted el italiano y sabe perfectamente bien que lo entiende. Vogliamo due cocktail americani. Subito.

El camarero se alejó y habló con el encargado, que se acercó a nuestra mesa y dijo:

—Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada.

—De acuerdo —asintió mi padre—. Denos otra.

—Todas las mesas están reservadas —declaró el encargado.

—Ya entiendo. No desean tenernos por clientes, ¿no es eso? Pues váyanse al infierno. Vada all' inferno. Será mejor que nos marchemos, Charlie.

—Tengo que coger el tren —dije.

—Lo siento mucho, hijito —dijo mi padre—. Lo siento muchísimo. —Me rodeó con el brazo y me estrechó contra sí—. Te acompaño a la estación. Si hubiéramos tenido tiempo de ir a mi club...

—No tiene importancia, papá —dije.

—Voy a comprarte un periódico —dijo—. Voy a comprarte un periódico para que leas en el tren.

Se acercó a un quiosco y pidió:

—Mi buen amigo, ¿sería usted tan amable de obsequiarme con uno de sus absurdos e insustanciales periódicos de la tarde? —El vendedor se volvió de espaldas y se puso a contemplar fijamente la portada de una revista—. ¿Es acaso pedir demasiado, señor mío? —insistió mi padre—, ¿es quizá demasiado difícil venderme uno de sus desagradables especímenes de periodismo sensacionalista?

—Tengo que irme, papá —dije—. Es tarde.

—Espera un momento, hijito —replicó—. Sólo un momento. Estoy esperando a que este sujeto me dé una contestación.

—Hasta la vista, papá —dije; bajé la escalera, tomé el tren, y aquélla fue la última vez que vi a mi padre.

John Cheever

08/02/2014 16:52
Cuando hablo de sencillos escritos , me refiero a que todos podemos participar, los que somos aficionados y los otros que ya se han consagrado o tienen algunas publicaciones a su haber. Todos repito.
Confieso que algunas veces me he visto inhibida por la grandielocuencia de algunos usuarios, pero cuando veo a gente como Porte, Alopeor, Erato, Raskol, por nombrar algunos,( por supuesto hay muchos más) me siento animada, porque sé que a pesar de sus méritos, no es la competencia que los anima, sino el mero hecho de compartir y ahí si me siento feliz entre ellos. Admiro a toda la gente que se atreve a escribir en este medio donde no debiera ser difícil, sin embargo a veces lo es y ahí es donde no entiendo el motivo de que hayan algunos detractores, afortunadamente, no muchos.
08/02/2014 16:46
RAPHAEL POMBO

El renacuajo paseador

El hijo de Rana, Rinrín Renacuajo,
salió esta mañana, muy tieso y muy majo
con pantalón corto, corbata a la moda,
sombrero encintado y chupa de boda.

"¡Muchacho, no salgas!" le grita mamá.
Pero él hace un gesto y orondo se va.

Halló en el camino a un ratón vecino,
y le dijo: "¡Amigo! venga, usted conmigo,
visitemos juntos a doña Ratona
y habrá francachela y habrá comilona".

A poco llegaron, y avanza Ratón,
estírase el cuello, coge el aldabón.

Da dos o tres golpes, preguntan: "¿Quién es?"
"–Yo, doña Ratona, beso a usted los pies".
"¿Está usted en casa?" –"Sí, señor, sí estoy:
y celebro mucho ver a ustedes hoy;
estaba en mi oficio, hilando algodón,
pero eso no importa; bienvenidos son".

Se hicieron la venia, se dieron la mano,
y dice Ratico, que es más veterano:
"Mi amigo el de verde rabia de calor,
démele cerveza, hágame el favor".

Y en tanto que el pillo consume la jarra
mandó la señora traer la guitarra
y a Renacuajito le pide que cante
versitos alegres, tonada elegante.

"–¡Ay! de mil amores lo hiciera, señora,
pero es imposible darle gusto ahora,
que tengo el gaznate más seco que estopa
y me aprieta mucho esta nueva ropa".

"–Lo siento infinito, responde tía Rata,
aflójese un poco chaleco y corbata,
y yo mientras tanto les voy a cantar
una cancioncita muy particular".

Mas estando en esta brillante función
de baile y cerveza, guitarra y canción,
la Gata y sus Gatos salvan el umbral,
y vuélvese aquello el juicio final.

Doña Gata vieja trinchó por la oreja
al niño Ratico maullándole: "¡Hola!"
y
los niños Gatos a la vieja Rata
uno por la pata y otro por la cola.

Don Renacuajito mirando este asalto
tomó su sombrero, dio un tremendo salto,
y abriendo la puerta con mano y narices,
se fue dando a todos "noches muy felices".

Y siguió saltando tan alto y aprisa,
que perdió el sombrero, rasgó la camisa,
se coló en la boca de un pato tragón
y éste se lo embucha de un solo estirón.

Y así concluyeron, uno, dos y tres,
ratón y Ratona, y el Rana después;
los gatos comieron y el Pato cenó,

¡y mamá Ranita solita quedó!.

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