- Aqui le dejo un cuento como entretenimiento.Un saludo Sra Nalca......................................................................................................................
Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.
Cuando EL ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, LA LOCURA, tan inquieta como siempre, les propuso: Vamos a jugar a la escondida.
LA INTRIGA levantó la ceja, dudosa, y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse preguntó: ¿a la escondida? ¿y cómo es eso? Es un juego. Explicó LA LOCURA, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
EL ENTUSIASMO bailó secundado por la EUFORIA. LA ALEGRÍA dio tantos saltos que terminó por convencer a LA DUDA e incluso a LA APATÍA, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse, ¿para qué?, si al final siempre la hallaban, y LA SOBERBIA opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDÍA prefirió no arriesgarse…
Uno, dos, tres… Comenzó a contar LA LOCURA.
La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino, LA FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombre del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino ideal para LA BELLEZA, que si la hendija de un árbol perfecto para LA TIMIDEZ, que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para LA VOLUPTUOSIDAD, que si una ráfaga de viento, magnífico para LA LIBERTAD. Finalmente terminó por ocultarse en un rayito de sol.
EL EGOÍSMO en cambió encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo… pero sólo para él. LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASIÓN y EL DESEO en el centro de los volcanes.
EL OLVIDO… se me olvidó donde se escondió… pero eso no es lo importante.
Cuando LA LOCURA contaba 999.999, EL AMOR aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado… hasta que divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.
“Un millón” Contó LA LOCURA y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue LA PEREZA sólo a tres pasos de una piedra.
Después se escuchó LA FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Zoología y a LA PASIÓN y EL DESEO se los sintió en el vibrar desde los volcanes.
En un descuido encontró a LA ENVIDIA y, claro, pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO.
EL EGOÍSMO no tuvo ni que buscarlo, él sólito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a LA BELLEZA, y con LA DUDA resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse.
Así fue encontrando a todos.
EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris… (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO… que ya se le había olvidado que estaba jugando a la escondida. Pero sólo EL AMOR no aparecía por ningún sitio.
LA LOCURA buscó detrás de cada árbol, bajo cada riachuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencido divisó un rosal y las rosas… Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos AL AMOR.
LA LOCURA no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón. Sin saber como disculparse, prometió ser su lazarillo.
Fue entonces, cuando por primera vez se jugó a la escondida en la tierra, y desde esos tiempos:
EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA
Desconozco su Autor.
Pololo de cueca nortina, te caíste en la octava real, porque es con versos endecasílabos.En todo caso "El minero" está muy bueno.Funko tiene razón con la música, fíjate que una personita en casa que se cree músico y tiene 12 añitos, anda a cada rato rapeando"Sale caro viajar por la pampa en tren".No te asombres si te plagio tu relato lineal y mis secuaces le ponen música.
Polola de mitote,-investiga ese baile,--como musico estoy medioperdidoy el tal FUNKOVERPOWER,vaya a saber quien es,andatambien muy perdido pues la frase cuesta cara viajar por tren enla pampa es literal o no es verso ni musical asi me lo parece..de todos modos he escrito una OCTAVA REAL para el minero de la pampa.....EL MINERO.Sale caro viajar en trenpor la pampa salitreradesertico sin palafrenel minero Roy Contreraparado en el bohio andenhuye de la calicheraespera esperanzadoun tren fantasmatizado.
El Padre de Olegario Lazo Baeza
Un viejecito de barba larga y blanca, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito:-¡Cabo de guardia!El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho.Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló:-¿Estará mi hijo?El cabo soltó la risa. El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.-El regimiento tiene trescientos hijos; falta saber el nombre del suyo repuso el suboficial.-Manuel… Manuel Zapata, señor.El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria:-¿Manuel Zapata…? ¿Manuel Zapata…?Y con tono seguro:-No conozco ningún soldado de ese nombre.El paisano se irguió orgulloso sobre las gruesas suelas de sus zapatos, y sonriendo irónicamente:-¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea…El trompeta, que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó, codeó al cabo, diciéndole por lo bajo:-Es el nuevo, el recién salido de la Escuela.-¡Diablos! El que nos palabrea tanto…El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora y, como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia.El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro abierto por el calor.Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños:-¡Cazuela! ¡Cazuela!El paisano, nervioso por la idea de ver a su hijo, agitado con la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos.-¡Ja, ja, ja!… Sí, Cazuela…, pero para mi niño.Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó:-¡Cinco años sin verlo…!Mas alegre rascándose detrás de la oreja:-No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja…!Uno de guardia, pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente.Estaba en el picadero, frente a las tropas en descanso, entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno, grueso, de vulgar aspecto.El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo:-Lo buscan…, mi teniente.No sé por qué fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueó en su mente.Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:-En este pueblo…, no conozco a nadie…El soldado dio detalles no pedidos:-Es un hombrecito arrugado, con manta… Viene de lejos. Trae un canastito…Rojo, mareado por el orgullo, llevó la mano a la visera:-Está bien… ¡Retírese!La malicia brilló en la cara de los oficiales. Miraron a Zapata… Y como éste no pudo soportar el peso de tantos ojos interrogativos, bajó la cabeza, tosió, encendió un cigarrillo, y empezó a rayar el suelo con la contera de su sable.A los cinco minutos vino otro de guardia. Un conscripto muy sencillo, muy recluta, que parecía caricatura de la posición de firmes.A cuatro pasos de distancia le gritó, aleteando con los brazos como un pollo:-¡Lo buscan, mi teniente! Un hombrecito del campo… dice que es el padre de su mercé…Sin corregir la falta de tratamiento del subalterno, arrojó el cigarro, lo pisó con furia, y repuso:-¡Váyase! Ya voy.Y para no entrar en explicaciones, se fue a las pesebreras.El oficial de guardia, molesto con la insistencia del viejo, insistencia que el sargento le anunciaba cada cinco minutos, fue a ver a Zapata. Mientras tanto, el padre, a quien los años habían tornado el corazón de hombre en el de niño, cada vez más nervioso, quedó con el oído atento. Al menor ruido, miraba afuera y estiraba el cuello, arrugado y rojo como cuello de pavo. Todo paso lo hacía temblar de emoción, creyendo que su hijo venía a abrazarlo, a contarle su nueva vida, a mostrarle sus armas, sus arreos, sus caballos…El oficial de guardia encontró a Zapata simulando inspeccionar las caballerizas. Le dijo, secamente, sin preámbulos:-Te buscan… Dicen que es tu padre.Zapata, desviando la mirada, no contestó.-Está en el cuerpo de guardia… No quiere moverse.Zapata golpeó el suelo con el pie, se mordió los labios con furia, y fue allá.Al entrar, un soldado gritó:-¡Atenciooón!La tropa se levantó rápida como un resorte. Y la sala se llenó con ruido de sables, movimientos de pies y golpes de taco.El viejecito, deslumbrado con los honores que le hacían a su hijo, sin acordarse del canasto y de la gallina, con los brazos extendidos, salió a su encuentro. Sonreía con su cara de piel quebrada como corteza de árbol viejo. Temblando de placer, gritó:-¡Mañungo!, ¡Mañunguito…!El oficial lo saludó fríamente.Al campesino se le cayeron los brazos. Le palpitaban los músculos de la cara.El teniente lo sacó con disimulo del cuartel. En la calle le sopló al oído:-¡Qué ocurrencia la suya…! ¡Venir a verme…! Tengo servicio… No puedo salir.Y se entró bruscamente.Yl campesino volvió a la guardia, desconcertado, tembloroso.Hizo un esfuerzo, sacó la gallina del canasto y se la dio al sargento.-Tome: para ustedes, para ustedes solos.Dijo adiós y se fue arrastrando los pies, pesados por el desengaño. Pero desde la puerta se volvió para agregar, con lágrimas en los ojos:-Al niño le gusta mucho la pechuga. ¡Denle un pedacito…
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