Camina lento. Se puede decir que a medio paso trisca su andar. Siempre lo hace mirando el suelo, como si estuviera buscando en él el lugar de su último dejamiento de humanidad. Me encontré con él y le propuse un "trabajo", de esos que a él le gustan y es feliz haciéndolos.
Me invita a comer una empanada y acepto gustoso. Cuando entramos al local, nos golpean olores a frituras, a vino del barato y otros sabores culinarios de casa y campo, muy agradables por cierto. Nos apropiamos de una mesa arrinconada que nos acogió con amistosa complicidad. Le informo a mi amigo lo del trabajo y le paso un montón de escritos. El los recibe con cuidado, como si fuera algo delicado que ante cualquier brusquedad pudiera desintegrarse o desaparecer. Lee uno a uno los documentos y sus facciones, agradables en principio, lentamente comienzan a cambiar. Mi amigo no es de mostrar claramente sus sentimientos mediante gestos u otras señales. Cuando tiene que decir algo, lo dice y lo dice bien, usando las palabras adecuadas y dando un tono de voz preciso sin impostaciones ni cálculos de acentos o volúmenes. Habla como siempre, como si estuviera conversando de algo común y rutinario.
Pero en esta ocasión fue diferente. Logré identificar cierto malestar en su ánimo...
-Yo tengo más de 80 años y nunca he escrito una poesía- comenzó asegurando. Pero luego guardó silencio, como esperando algo.
No sé si fue un lamento o su orgullo el que habló, pero yo recibo esa confesión con tristeza, porque creo saber de sus capacidades literarias y de sus sensibilidades.
-Pero ..., usted ha leído mucha poesía y por ese mismo conocimiento le sería fácil escribir aunque sea una, le digo.
Sonríe y niega: -Para escribir poesía, hay que ser poeta - sentencia. Agrega: - ...y así uno no escribiría estos mamotretos- .
Lo último casi lo grita, lo dice levantando los papeles a los que antes él le había prodigado tanto cuidado, los que contenían cientos de poesías de un concurso literario del cual tuve la mala idea de aceptar ser jurado. Cuando propusieron mi nombre estuve a un milímetro de negarme, pero pensé en mi amigo, aquél que ahora tenía frente a mí con dos manos levantadas a punto de arrojar por los aires el montón de, según él, mamotretos.
-Aquí no hay nada, me dice: no hay poesía, no hay imágenes, no hay belleza, ni creación. -¡Mire!, grita, y toma una poesía al azar y la lee... Tiene razón.
-No soy un escritor, eso está más que claro. Y hoy lo he podido comprobar con creces.
No puede ser lo que me ha sucedido. Que trabajo mucho y que pongo todo de mí cuando estoy creando algo, eso es cierto. También es cierto que apelo, cuando escribo, a toda mi experiencia de vida. ¿De qué otra cosa ha de escribirse digo yo, si no es de nuestra propia experiencia?.
Pero lo que me ha sucedido hoy es inaceptable. Tan grave que he decidido dejar tranquilo el computador. Ya no lo molestaré más con mis inquietudes literarias, que de literarias parecen no tienen nada".
No daré más rodeos, que los puedo aburrir y desinteresar de esta historia...
-Resulta que estoy trabajando en un proyecto de varios cuentos cortos y me he dado el trabajo de comenzar a corregirlos, de pulirlos. Mis cuentos, todos, traen necesariamente una enseñanza y algo de filosofía de la vida, con ejemplos y citas, trascendentales y apropiadas para el contexto de la historia que se relata. Parece que allí está el error, porque en plena corrección me he quedado dormido y ni siquiera había llegado al segundo cuento. ¿Están de acuerdo conmigo ustedes, cierto?. ¡Me he quedado dormido corrigiendo mis propios cuentos! ¡No puede ser!.
(Aclaro que esto me lo ha contado un buen amigo y se veía muy triste)
El baile del pingüino: parte 1
Extraño era el retablo que yacía en el mostrador de mi amigo artesano. Se trataba de un cartel escrito en la fachada de un local de muy mala imagen que invitaba a presenciar "El baile del pingüino", a cargo de la "Jacke" y la "Roxann", dos jóvenes y hermosas vedetes, según se leía. El anunció era al mismo tiempo que enigmático, atrayente y muy original. Además se veían algunos parroquianos, dibujados entre sombras y extrañas luces de diferentes colores al interior del local.
-Bonito ese retablo - comenté a mi amigo cuando lo vi por primera vez.
-Sí, me quedó bueno. Mi vecina (artesana también ella) es la que más se ríe con él. Es que ella conoce la historia.
-La verdad es que yo nunca he visto ese baile. Debe ser porque no acostumbro a visitar esos tugurios, le dije.
-Y ojalá no lo vea nunca, estimado Rasko. Ni menos se le ocurra ofrecerse de bailarín.
-¿Por qué la advertencia?.
-Es que El pingüino, baile, baile, no es.
-A ver, ¿por qué no me cuenta?
Y mi amigo, se largó a explicarme en qué consistía El famoso Baile del Pingüino...
continuará.
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