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bagatelas...

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27/11/2014 22:34
je je je Está para cuento.
27/11/2014 20:42

Como no nos pudimos poner de acuerdo sobre la urna para las cenizas de mi abuelo, y el de la funeraria nos miró horrorizado ante la sugerencia de "quitar un poco", pedimos que mejor nos las entregaran en una caja simple, pues una tía se las iba a llevar a Guadalajara para buscarles un acomodo más "digno". Cuando finalmente llegó el funerario con una caja de cartón que contenía las cenizas de mi abuelo, se las entrega a mi mamá diciéndole: -Cuidado, está caliente. :S
Lo malo fue que nadie pudo aguantar la carcajada.

Total que mi tía no se decide si llevar al abuelo en la maleta o en el equipaje de mano. Opta por lo segundo para "que no se vaya a perder" o a esparcir entre la ropa. Pero se le olvidó dejar en su bolso la tijerita para las uñas, así que después de pasar el maletín por los rayos X, debe abrirlo.

-¿Qué es esto? -pregunta la guardiana señalando la caja protegida por una bolsa de las de basura.
-Es el abuelo.

(Continuará...)



27/11/2014 20:30

No creas, Raskol, muchos usuarios tratan de que no parezca que pasan mucho tiempo aquí porque "queda mal", o bien no les gusta escribir ni opinar, o bien quieren instaurar una manera privada de forear, pero te aseguro que son muchos los que todavía están atentos a estos foros.
Un beso, y espero que sigas divirtiéndonos con tus historias!



27/11/2014 19:37
Más cortita (me refiero con menos bla, bla) y muy divertida Pince... Parece que eres la única que me lee. Se agradece.
27/11/2014 19:03

jajaja Raskol, yo pensaba que el cura no era tal, sino un espontáneo!

Me acordé de muchísimas bagatelas en funerales, entre las cuales:

Cuando murió mi abuelo, fuimos a escoger una urna para sus cenizas. La mayoría eran muy feas, llenas de dorados o cristos.

-Esa- dije, señalando una vasija blanca, pequeña y lisa.
-Esa es infantil- replicó el de la funeraria.
-Pues quítenle lo que le sobre- dijo mi mamá, moviendo la mano como al rasar.

El clásico humor negro de mi familia!

27/11/2014 17:35

Algunos hechos no toman caminos propios de la nada. Somos nosotros quienes los creamos y conducimos. Claro que no siempre es así. Se da el caso que en algunas ocasiones hay una especie de fuerza, como una mano invisible, que los maneja y no hay nada ni nadie que los pueda hacer retomar el rumbo que antes, el simple mortal, les había fijado.

Uno hace planes para pequeñas y grandes cosas, pero esa mano desconocida tercia infatigable por desviar el destino de nuestros deseos (algunas veces para bien, otras para mal, o porque, simplemente, los hechos deben desenvolverse de otra manera, de una manera diferente que no está en nosotros detenerla o cambiarla, ni siquiera interferir en su desarrollo). A veces, sólo se trata de simples bagatelas y carece de importancia que este sino nos gane. Pero existen ocasiones en que nos jugamos temas relevantes, importantes acontecimientos que podrían marcarnos para toda la vida, como los estudios, el trabajo, una pareja, una inversión... un funeral, etc., y ahí nos complicamos.

Un funeral es cosa seria en la mayoría de las sociedades, y el funeral de un familiar, lo es más aún. Es por esa razón que todos esperamos que los oficios resulten perfectos, en lo posible sin inconvenientes. Pero lamentablemente no siempre es así. Es, esa mano invisible...

Un ejemplo:

Con su mejor tenida, ella esperaba en el centro de la iglesia. Maquillada como nunca había soportado los días de rigor (bastante calurosos algunos) dentro de su caja color café brillante de pino oregón. Ahora se encontraba rodeada de sus familiares, sus amigos y... sus flores. Todos la lloraban, menos las flores por cierto, que ordenadas y en gran cantidad, rodeaban su reluciente morada.

Los días previos, todas las gestiones habían resultado bien; los contratos con la funeraria y el cementerio, la comunicación con familiares alejados, las publicaciones respectivas en la prensa y el convenio para los oficios religiosos.

El problema más grave que debió afrontar la familia de la fallecida, fue el oficio religioso.

Resultó que el día en que debían realizarse se celebraba Semana Santa, y en Semana Santa escasean los curas, quienes están dedicados a menesteres propios de su religión. Pero como la ley es la ley y la religión es la religión había que hacerse de un cura, a como diera lugar, para los responsos.

Hubo que soportar dos horas de espera. La gente se aburría y miraba para todos lados. Algunos se preguntaban qué pasaba y por qué no empezaba la misa. El coro de la iglesia hacía lo imposible con sus cantos, cuyo repertorio ya habían agotado y era notorio que lo repetían. Poco a poco la gente comenzó desalojar la iglesia y a reunirse afuera de ella. Sólo los parientes de la difunta con caras compungidas no se movieron del recinto. En su exterior, todos comentaban y teorizaban del asunto entre risas y bromas, las que por cierto ingresaban nítidas al recinto haciendo más penoso el momento que vivían los acongojados deudos.

De pronto se ve un hombre alto, de avanzada edad, entrar apresurado a la iglesia. Portaba un gran bolso plástico y era ayudado por algunas personas. ¡Era el esperado cura! Parecía que todo volvía a la normalidad. La gente reingresó a la iglesia y comenzó a tomar asiento, esta vez en silencio y guardando respetuosa forma.

Ayudado por su monaguillo el cura logró vestirse con sus atuendos religiosos (los que llevaba en el bolso plástico), en una sala aledaña a la nave principal de la iglesia y pasados otros quince minutos, por fin, daba inicio al oficio.

Parecía que todo volvía a la normalidad, pero...

La misa fue un chasco. El cura parecía divertirse con la ceremonia. Hacía levantar y sentarse a la gente a su regalado gusto y con un arbitrio inaudito; se le olvidaban las lecturas y las retomaba donde a él se le ocurría; repetía como si nada los sermones, amenes y las citas bíblicas. En algunas ocasiones caía en un silencio sepulcral, obligando a su ayudante a que le instara a reiniciar el oficio, ya sea con una advertencia a uno de sus oídos o con un simulado codazo en las costillas; y como si se impregnara de nuevas energías el curita, sin que le entraran balas, reía y contento continuaba celebrando la ceremonia. Lo hacía con una voz impostada, propia de curas. Luego tiraba agua bendita a diestra y siniestra, sobre el ataúd, los deudos y el público; a la hora de la hostia dio como una orden a fin que nadie dejara de recibirla, "para el perdón de vuestros pecados", sentenciaba jubiloso; casi obligó a todos a entregar la propina en el momento que se pasaba la bandeja, porque de lo contrario, no continuaría con el oficio, parecía decir con una mirada, entre ida y severa.

Por fin, luego de más de una hora y media, el show del cura terminó. La iglesia estaba casi vacía en ese momento. La gente, que se había congregado fuera, no entendía nada y todos coincidían que el curita estaba chalado.

Y no era lejana a la realidad esa apreciación porque, para salvar la situación, los encargados de la iglesia no tuvieron mejor idea que recurrir nada menos que a un cura retirado que se encontraba internado en un asilo de ancianos, con problemas de alzheimer.

Díganme si no fue el destino quien manejó esta situación.

17/11/2014 15:50

Bueno, en la compu encierro los textos terminados... pero lo realmente valioso, las ideas y borradores, danzaban en los papeles. Ni modo.

A los libros les quedaron estragos... cicatrices amarillas de mis marcas de plumón diluido. Quedaron desfigurados y contrahechos, así que ahora aparte de sus letras puedo leer sus texturas.




17/11/2014 13:53
Espero que esa riada sólo se haya llevado los ripios.
15/11/2014 23:25

Este año no ha parado de llover… parece que el Cielo quisiera lavar los pecados de los de aquí abajo. Y como el agua no admite límites ni contenciones, se inundó mi casa. Bueno, sólo una parte de mi casa. La pieza que guarda lo que la humedad puede devorar: libros y papeles.

Pero no hay que recriminarle sólo a la tormenta ni a sus hambres. Todo fue por culpa de una ventana, de mi gato y de mi mente volátil.

Mi gato inquieto, la ventana abierta y mi mente que olvidó cerrarla. Entonces, una riada del chubasco malhumorado decidió cobijarse en mi estudio y destruir cuanto papel estuvo a su alcance: manuscritos, facturas, libros, borradores, notas, apuntes, documentos, kleenex, tarjetas, artículos, cartulinas, opúsculos. Hojas llenitas de ideas como árboles en primavera.


Inmediatamente me puse al rescate. Llené el jardín junto con los tendederos de folios y escritos, y libros y recortes de periódicos que habían perdido su forma, como ahogados. Recibieron más optimismo que sol. Ahí yacían en posturas grotescas muchos de mis textos, tramas y pensamientos en espera de rehabilitación. Mis tesoros de ese metal precioso llamado papel.


Primero la congoja. Luego el quitarme miles de palabras de encima, inmensa carga que muchas veces me mantiene aplastada. Después de la lluvia, la brisa entró por la ventana y aunque la estancia olía a mojado, se respiraba una nueva liviandad. Mi estudio y mi mente se llenaron otra vez de hojas en blanco, pulcramente acomodadas, listas para retomar la vida, una vez escurrida y seca, frente al hogar.





04/11/2014 20:15

La importancia de anotar nuestras partidas:

Me extrañó ver que ningún jugador anotara sus partidas durante la simultánea ofrecida por el GM nacional Rodrigo Vásquez. No la anotaron los más pequeños y tampoco los adultos. Tal vez pase, en el caso de los adultos, pero en el de los niños, que están recién aprendiendo el juego, yo diría que es una falla grave para su preparación. ¿Cómo van a estudiar, entonces, sus partidas y analizar aquellas jugadas erróneas en las que incurrieron y buscar la forma de mejorarlas?.

Una anécdota del gran campeón Botwinick. En cierta ocasión, durante un campeonato abierto, notó el talento de un precoz jugador aficionado al cual quiso conocer para ofrecerle una preparación más en profundidad. Entonces el maestro le preguntó al joven por sus partidas, para estudiarlas y en base a los errores técnicos, comenzar los estudios. Para sorpresa del maestro, el novel jugador le dijo que no era necesario anotar las partidas por lo que nunca lo hacía a no ser que fuera indispensable como exigencia de algún torneo en el que participara. Con esa respuesta y la soberbia demostrada por el joven aficionado, el maestro reconsideró su intención de tomarlo como alumno. De ese aficionado nunca más se supo en el mundo del ajedrez.

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