Yo sostengo que las cosas se mueven. Que tienen vida propia. Y que tienden a desaparecer cuando más se necesitan o cuando sienten en peligro su misma razón de ser.
Por ejemplo, el sobrecito de azúcar que nos disponíamos a echar al café. Por ejemplo, un papel ya listo para cortajearlo y hacer un collage. O la foto predilecta que se traspapelará. Incluso el libro listo para “prestarlo” a un amigo.
–¡Pero si estaba aquí! –exclamamos incrédulos–. Si lo acabo de ver.
Otras veces, las cosas se rehúsan a desprenderse de nosotros en el momento en que decidimos deshacernos de ellas. Una tenebrosa noche en Argel, inmersa en un moquiento resfrío, no pude desechar pañuelos desechables… oscuras figuras que por ahí pasaban se empeñaban en recogerlos y devolvérmelos, sacándolos de las cajas que fungían como basureros con un Madmoiselle, je crois que ceci vous appartient. Y sin ir más lejos, la mamá, el hermano o la muchacha de la limpieza empeñados en rescatar del bote de basura esos borradores que hemos tachado, arrugado, roto, maldecido, pateado.
En ocasiones se me ocurre que, así como por tan largo tiempo los conquistadores, soldados y teólogos, discutieron si el indio tenía alma, y a los negros del Mississippi todavía andan buscándosela, un buen día reconoceremos que las cosas también la tienen: un alma graciosa, divertida, maliciosa que, como los ángeles del cielo, se entretiene con nosotros… juega con nuestras rabiosas impaciencias. Y es que nunca, pero nunca, encuentro mi pluma cuando quiero anotar algo. Y hoy me quedé afuera de mi casa por no encontrar mis perversas llaves. Con lluvia. Con ganas de ir al baño.
AAAH ... EL AJEDREZ
El ajedrez es un juego que exige máxima concentración y mucho conocimiento si uno desea jugarlo relativamente bien a falta del necesario talento.
Tal vez esta máxima puede ser esgrimida por todo quien ama el deporte que practica o la profesión u oficio que desempeña.
Cuando las cosas se hacen con pasión y con amor todo argumento para defenderlas es válido y no acepta razones en contrario.
Ahí estaban los dos amigos tirados en el césped del parque jugando no sé cuál enésima partida de ajedrez en un duro match a no sé cuántas partidas.
En algunas ocasiones ese pasatiempo los consumía hasta altas horas de la madrugada. No era raro, entonces, verlos dirimiendo sus conflictos lúdicos en el mosaico de 64 escaques, sin que ninguno de los contrincantes se percatara (o no querían saberlo) que la noche ya se les había venido encima.
Esa tarde en la que jugaban ambos tirados en el césped llevaban ya varias horas y en un momento uno de ellos advierte que por sus rodillas merodea su pequeño hijo de menos de un año de edad y a quien él, por cierto, no había sacado a pasear.
La sorpresa fue tremenda. No se explicaba cómo su pequeño hijo había llegado a su lado y más encima solo. "¡Y vó qué estay haciendo aquí!" fue su primera reacción. El niño lo miró y con guturales palabras, respondió: "brrr...guuuu... prrrrr... mmre maaammmm aaaaa... trat taaatttttttaaatttt.. mmmmmaaaa ...mmammm".
Resulta que en un momento durante el largo match, la esposa de este jugador llegó con su hijo para que lo tuviera por un momento, y para no molestarlo debido a la concentración de su esposo por la partida de ajedrez, optó lisa y llanamente por dejarlo en sus rodillas y retirarse del lugar.
Cosas de la vida
-Cosas raras tiene la vida. Son gratas sorpresas que se nos vienen de golpe sin saber uno qué las provoca- me contó un amigo que siempre me visita en el trabajo.
-¿Qué te ha sucedido, hombre?- Pregunté de inmediato.
-En cierta ocasión un compadre mío, me dijo que uno debía actuar siempre de buena fe, porque de una u otra forma, la vida se encargaba de devolvernos, sin que se lo pidamos, lo que nosotros entregábamos-
-Bueno, dije, no es necesario andar buscando una recompensa por nuestros actos, ni menos un castigo. ¿Y a qué viene ese comentario de su compadre?
-Él trabaja en el ámbito comercial y no siempre los negocios le resultan como quiere. Claro que no falta quien se pasa de vivo y lo estafa en una buena cantidad de dinero o mercadería. A él parece no preocuparle el asunto cuando eso sucede, porque dice que no hay "mal que por bien no venga" o algo por el estilo. Y parece que la fórmula le resulta, porque nunca se queja por plata y siempre dice que su negocio "marcha con viento en popa".
-Y a qué viene el comentario de su compadre, estimado?-
-Es que algo me ha sucedido que viene a comprobar la teoría del marido de mi hermana, teoría que por cierto yo no me tragaba muy convencido, antes de...-
-¿De qué?-
-¡Ah!... Es un insignificancia, pero, no deja de llamarme la atención y hacerme pensar en la sentencia de mi compadre. Resulta que hoy, vi a la María...
-¿Quien es la María?-
-Una abuelita indigente, que duerme en la calle y se tapa con cartones. Resulta que yo estaba comprando muy de madrugada el pan para llevarlo al trabajo cuando la vi en la puerta del negocio. ¡Hola María!, la saludé y le pregunté si quería algo. Ella no respondió nada. Igual le compré un emparedado muy contundente y al retirarme del negocio se lo pasé. Ella lo miró, lo palpó con sus dedos y no dijo nada. Cuando me retiré chasconeándole un poco su cabellera blanca, para despedirme, ella sonrío y balbuceó... "Yo quería cafecito...". Hablé con la dependiente del negocio y compré una tacita de café para la María. Luego le chasconeé nuevamente la cabellera y me retiré rápido porque ya me había atrasado y era seguro que llegaría tarde al laburo.
-¿Y a qué viene la creencia de su compadre?-
DIGNIDAD
En un rincón de San Antonio trabajo con un computador y frente al mar. Tiempo tengo para hacer un repaso de parte de mi existencia. Friso los sesenta y estoy algo cansado mentalmente, igual que el otro, ese de La Mancha.
Se me ha ocurrido escribir esto debido a ciertos acontecimientos sucedidos por acá y que dicen relación con la dignidad de las personas y hasta qué punto es válido defenderla, conservarla y atesorarla. Recientemente en un concurso radial una joven mujer le ha lamido el culo a un locutor. Con ese acto ha ganado entradas de un evento artístico. En otro orden, muchos piden ayuda al Estado sin ninguna vergüenza. Cuando se les consulta, alegan que su intención no es que nadie les regale nada, porque son dignas y sabrán encontrar la forma de pagar en algún momento, cosa que por cierto nunca ocurre. Recientemente un millonario chileno, en un aeropuerto, comenzó a regalar dinero en efectivo. Era tanta la gente que se aglomeró que este millonario les ordenó que formasen una fila india. De esa manera pudo dar sin inconvenientes su limosna, que no ascendía a más de 10.000 pesos chilenos por persona, unos 13 euros. Cuando vi la noticia yo me preguntaba ¿qué necesidad tenía toda esa gente para humillarse de esa manera? Demás está decir que la gente se peleaba en la fila y los más oportunistas una vez recibido el regalo volvían a la fila, como si nada, como si todo fuera un juego, un divertido y a la vez patético juego.
Era el año 1982 (plena dictadura de Pinochet), cuando yo trabajaba en el puerto de San Antonio y producto de modificaciones legales en ese sector, los trabajadores decidieron ir a un paro nacional. Al principio todo iba bien, pero pronto la huelga decae y sólo quedamos los más comprometidos con la defensa de los derechos que esa nueva normativa legal nos quitaba. Las protestas, las marchas y las huelgas de hambre se hacen eternas y no hay solución. Nunca, en verdad, hubo solución. Aparecieron los rompe huelgas y el movimiento decayó junto con la moral de los huelguistas y el "arreglín" de sus dirigentes (otra venta de dignidad y de dirigentes más encima). En este recuerdo no puedo dejar de mencionar el piedrazo en los dientes que un obrero mapuche propinó a un carabinero y la primera vez que vi a un trabajador enfrentar con una rama recién arrancada de un árbol (en el Paseo Ahumada, centro de Santiago, la capital de Chile) a un numeroso contingente policial que no se atrevía a dar el ataque final.
Yo nunca más volví a trabajar al puerto, ante la insistencia de algunos gerentes de empresas navieras que solicitaban mis servicios. No podía trabajar con esos que traicionaron el movimiento.
Aquí me ven ahora, frisando los ahora sesenta, frente al mar y escribiendo esta bagatela en mi computador, ejerciendo un trabajo mal remunerado, todo el día.
De vez en cuando cruza mi camino alguno de esos trabajadores y yo estiro mi columna, avanzo ante él con la frente en alto, mirando siempre adelante. Por ningún motivo lo saludo. Eso debe ser la dignidad, aunque no tenga un peso en los bolsillos, ande con hambre y mi ropa y calzado no sean de los mejores... Eso debe ser la dignidad, me trato de convencer y me convenzo. Nada le pido al Estado, por ningún motivo iré a enfilarme para recibir una limosna... Y nunca besaría en público un culo por una puta entrada...
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