Una vez me contaron una historia real que me causó gracia. Quizás se necesite hacer gestos, pero trataré de escribirla de todas formas.
Se trataba de una oficina donde los empleados solían divertirse haciendo apuestas. Sabían que vendría una persona a la que tendrían que atender. Digamos que el apellido de esa persona era Fasulo. Dos de ellos apostaron a quién de ellos dos nombraba más veces la palabra Fasulo desde que Fasulo entrara hasta que saliera de la oficina. Otro compañero iría contabilizando los Fasulos.
Cuando apareció Fasulo, se suscitó una situación caótica y acelerada.
—¡Fasulo! ¿Cómo anda Ud, señor Fasulo? Siéntese Fasulo, por favor.
—Buenos días señor Fasulo. Llegó temprano hoy, Fasulo.
—Sí, Fasulo, lo esperábamos más tarde, Fasulo
—¿Está el cheque para Fasulo?. No se preocupe Fasulo, que si no está lo preparamos enseguida, Fasulo.
—¿Cómo anda la familia Fasulo? ¿Fasulo Junior?
—¡El cheque para Fasulo!. Tráiganlo rápido que Fasulo está esperando. No podemos robarle tanto tiempo a Fasulo
— El otro día escuché por la radio un comentarista político de apellido Fasulo. ¿Es pariente suyo, Fasulo?.
A esa altura Fasulo no entendía nada, ni siquiera había dicho una palabra.
—Un café para Fasulo. ¿o prefiere un té, Fasulo?. No,…yo sé que a Fasulo le gusta el café
Y así siguieron con un perplejo Fasulo, que después de recibir el cheque se despidió como pudo ante tanta efusividad de los empleados. Cuando se iba retirando, los dos apostadores miraron las anotaciones del que contaba las veces que cada uno de ellos pronunció la palabra Fasulo. Entonces el que tenía anotados menos Fasulos reaccionó rápidamente.
— ¡Espéreme un segundito señor Fasulo!— Fasulo se detuvo en la puerta de salida cada vez más perplejo y fastidiado por no entender lo que sucedía.
— Tengo una duda y es que creo que no tengo su teléfono anotado en mi agenda, Fasulo. Déjeme comprobarlo, Fasulo.
Entonces tomó un cuaderno cualquiera que tenía a mano, y apurándose antes de que Fasulo se fuera enojado, con el dedo índice deslizándolo a través de la hoja del cuaderno hizo como si estuviera buscando el nombre en voz alta:
— Fasulo… Fasulo… Fasulo… Fasulo…Fasulo…
Es una historia vieja, pero me causa gracia, creo que es una cita Bernard Shaw, y la usaba un amigo que es empresario cada vez que le venían a pedir aumento de sueldo, le decía al empleado:
Mire señor, el año tiene 365 días de 24 horas, de las cuales 12 están dedicadas a la noche y hacen un total de 182 días. Por lo tanto, sólo quedan 183 días hábiles; menos 52 domingos, quedan 131 días; menos 52 sábados, quedan un total de 79 días de trabajo; pero hay cuatro horas diarias dedicadas a las comidas, sumando 60 días, lo que quiere decir que quedan 19 días dedicados al trabajo. Pero como usted goza de 15 días de vacaciones, sólo le quedan cuatro días para trabajar, menos aproximadamente tres días de permiso que usted utiliza por estar enfermo o para hacer diligencias, sólo le queda un día para trabajar; pero ese día es, precisamente, el "Día del Trabajador" (1º deMayo) que es feriado, y por lo tanto no se trabaja. Entonces de qué aumento hablamos flojo de moledera si casi no trabajas…
No solo tiene que tener cuidado con los bostezos, también con las sorpresas, mechi.
Un tercio de nuestra vida la pasamos durmiendo y en cada dormir, según su profundidad, un sueño puede pasar por cuatro o cinco etapas diferentes. Eso, al menos, dicen algunos estudios.
Hay sueños que mientras estamos dormidos uno los encuentra muy entretenidos y desea que nunca se olviden, pero luego, una vez despiertos, éstos no regresan por ningún motivo pese a los esfuerzos que hacemos por recordarlos. Otros sueños, en cambio, son tan irracionales, que cuando despertamos no sabemos por dónde agarrarlos.
Hay un sueño que nunca he olvidado y que durante mucho tiempo lo conté como si hubiese sido algo real, hasta que me convencí (o me convencieron) que estaba equivocado.
En mi primera infancia siempre me quedaba con la boca abierta y mirando hacia los cielos cuando veía pasar sobre mi cabeza las avionetas que fumigaban un trigal aledaño a nuestra población. Muy a menudo pasaban esos aviones lanzando su chorro por la cola y volando a muy baja altura. Desde ese entonces uno de mis mayores deseos fue poseer uno de esos aviones y guardarlo bajo mi almohada para que protegiera mis sueños.
Precisamente un día ocurrió eso. No sé cómo me apoderé de una gran soga a la cual le hice un lazo en uno de sus extremos. Lo mismo que los vaqueros de mis historietas, yo el más chico de la familia, lacearía un avión fumigador, aunque sea de su cola, y lo atraería hasta tenerlo en mi poder. Así lo hice. Me subí a un enorme árbol desde donde di varias vueltas por el aire a mi lazo, con mucho esfuerzo, recuerden que era muy pequeño, el que lancé justo en el momento que pasaba el avión a baja altura. Acerté en el primer intento. El avión, en un principio no quería dejarse atrapar y me arrastró por el campo de trigos, pero luego la soga logró enredarse en unos árboles y el avión se detuvo. No sé cómo lo eché en mis bolsillos sin que nadie se diera cuenta y me lo llevé a casa.
"Yo atrapé uno de esos ayer, con un lazo", les dije muy convencido a mis hermanos al otro día, cuando pasó por los aires un avión fumigador... Ellos rieron de mi inocencia ¿Dónde está? me preguntó uno de ellos. "No sé - respondí - pero lo tenía debajo de mi almohada y hoy ya no está. A lo mejor la mamá lo sacó. Le preguntaré dónde lo dejó". Mientras yo me dirigí corriendo en busca de mi madre para preguntarle por el avión, mis hermanos se fueron por otro lado muertos de la risa.
Después les contaré el día que yo creía que estaba soñando, pero todo lo que pasaba era completamente real...
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Alysz: Se entiende que vos no hablabas de eutanasia activa. Lo que a mí me trajo a la memoria lo que conté fue la situación de los médicos que visitan pacientes terminales. Lo de la eutanasia fue una consecuencia de esa visita en el caso particular que me tocó vivir a mí, y en ese caso particular reitero que le estoy infinitamente agradecido a ese médico aunque lo que haya hecho legalmente se trate de un delito.
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