A los cinco años, a causa de la separación de mis padres, debo viajar desde Valparaíso a Iquique para vivir con tías abuelas. Llego a un hogar muy distinto al mío, con y de mucha disciplina .Primeramente fui matriculado en una escuela de curas, a la cual no me pude adaptar y al cumpir ocho años se me comunica que está decidido mi ingreso a la Escuela Santa María de Iquique. A mi el nombre no me dice nada.
La escuela Santa María era una escuela muy diferente, con mayor número de alumnos, donde me sentía con más libertad y a gusto con mis nuevos compañeros.
A poco de llegar, los compañeros me cuentan de cosas extrañas que suceden en ciertos lugares
. a los que no debo acercarme, en especial a una puerta cercana al proscenio, donde aseguran que vivían almas en pena. Que gemían y lloraban.
Pero volvamos al colegio, en un principio hice caso a mis compañeros y no me acerqué a aquellos lugares, pero con el tiempo la curiosidad pudo más y constantemente merodeaba por allí , especialmente llegaba a la puerta cerca del proscenio. Por si se escuchaba algo. Cierta vez que repetía esta costumbre, fui seguido por un grupo de muchachos que me arrastró hasta la puerta amenazándome con meterme allí adentro, yo en tanto lanzaba horribles gritos de espanto que fueron escuchados por el profesor, quien acudió en mi ayuda.
De regreso a casa, cuento a las abuelas lo que dicen los niños y estas me dicen que no haga caso que están sugestionados por lo que allí ocurrió y me cuentan que una caravana de mineros en huelga, bajaron de la pampa hacia la ciudad para reclamar por salarios más justos y mejores condiciones de vida . A las gentes del pueblo se les decía que eran alzados que venían a robar y saquear. ” Las autoridades recurrieron a los militares y estos los engañaron, prometiéndoles reunirse con ellos en la escuela Santa María para parlamentar, una vez allí , se ordenó la masacre.
Poco a poco me fui dando cuenta que mi colegio había sido el escenario de la llamada históricamente: La masacre de la Escuela Santa María de Iquique.
La que hoy es una hermosa plaza llena árboles, grandes explanadas de verde pasto y escaños por casi todo su alrededor y centro, ayer, hace ya muchos años, sólo era un arenal lleno de montículos y matorrales, el que a paletadas y carretillazos logramos convertir en una explanada apta para corretear tras un pelota de cuero o jugar a algo parecido al béisbol, en donde muchas veces maltratamos a golpes de palos una pequeña pelota de tenis. También en ese sector se practicaban otros deportes, un poco más violentos.
Precisamente de uno de esos otros entretenimientos voy a hablarles ahora. Fue uno de los amigos "grandes", quien llegó una tarde con los guantes de color negro con blanco. Estaban nuevecitos, casi sin uso y todos fuimos entusiasmados para usarlos al instante. De forma mágica la cancha de arena acondicionada para el fútbol o el béisbol, se transformó en un cuadrilátero cuyas cuerdas eran nuestros propios compañeros de juego. El "grande" dijo que los guantes no hacían daño y que para protección de los pugilistas, se pelearía sólo a dos round de cinco minutos por dos de descanso, dejando a criterio de los propios contendientes si deseaban medirse en un último round, a tres minutos, si al término del segundo round no se definía claramente un ganador. La pregunta de rigor no se dejó esperar y el "grande" la mencionó sabiendo que la idea tendría una masiva acogida - ¿Quién quiere ponerse estos hermosos guantes? - gritó. Y las parejas comenzaron a formarse rápidamente. Ya les dije que yo era un aficionado por ver el boxeo en televisión, por lo que cuando me tocó pelear y al advertir la diferencia de peso con mi rival (resulta que era mucho más maceteado, más grande y más gordo que yo), no me puse muy nervioso. Aplicaría todo el conocimiento aprendido viendo las peleas de Godfrey Steven, Arturo Godoy, Martín Vargas y por su puesto el gran Cassius Clay, en ese tiempo mi ídolo.
Y todo me resultó bien, el muchachón nunca logró meter una mano en mi rostro en tanto que yo poco a poco con mi jab (recto) de izquierda fui haciendo daño en su rostro hasta sacar chocolate de sus narices. Lo único que hice fue usar mi efectivo jab. Nunca tiré la derecha. Ni un gancho o uppercut. Sólo el jab y arrancar, el jab y arrancar, y si mi rival lograba entrar en la pelea corta, amarraba lo más fuerte posible hasta que el "grande" que las hacía de réferi, nos separaba y yo volvía a lo mismo con mi jab y arrancar. La pelea duró sólo dos round y mi rival debió ser atendido por el "grande", quien también las hacía de enfermero.
Hasta allí todo está bien y el cuento es perfecto para mí y mi honor. Creo que no es innecesario contarles lo que pasó unas semanas después, cuando me topé con mi rival y él me desafió a pelear, "sin guantes y a mano limpia". Acepté el reto, pero no vale la pena contar el resultado de esa otra pelea. Seguramente ustedes adivinan. El, era más grande, más fuerte, más gordo y yo cometí el error de dejarme atrapar. Mejor llego hasta aquí no más con el cuento.
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