“Mi abuelo, hace muchos años, me contaba un cuento que llamaba él “El
cuélebre de Santo Domingo”. Mi abuelo se llamaba Luis Fernández González y me
contaba este cuento hace aproximadamente unos 30 ó 40 años, a finales de los años 60,
y era un cuento que a su vez le habían contado a él, de tradición oral, de aquí de Oviedo,
un cuento “carbayón”.
Empieza así: hace muchos, muchos años ahí, donde el convento de los
dominicos en el Campillín, había una congregación de religiosos que vivían allí, y
entonces el fraile Benito, cuidaba su huerto e iba todos los días a atender sus lechugas,
tomates, ajos, pimientos y cebollas, y las tenía allí muy curiosas, y un día vio que le
faltaban cosas, que le faltaban tomates y pimientos y cebollas. Y... bueno empezó a
preguntar a todos los frailes que qué pasaba allí, pero nadie le supo contestar. Entonces
el fraile Benito decidió esperar una noche, cuando fuera muy de noche, muy de noche,
mirando por la ventanina del claustro al huerto. Ya había pasado mucho tiempo,
cuando de repente, se empezó a oír por el cielo schffffffff, schfffffffffff,
schfffffffffffffff, como un batir de alas enormes y un ruido infernal, entonces vio un
gran cuélebre que fue a meterse entre las lechugas, los tomates y las cebollas y después
de un buen rato, el cuélebre se marchó volando por el aire otra vez
schffffffff,schfffffffffffffffff, schffffffffffffff, y desapareció.
Y dijo el fraile Benito: “¡ Ah, ahora verás lo que te va a pasar!”. Fue a la
panadería del convento y encargó un buen pan lleno de clavos para ponérselo cuando
hubiera luna llena al cuélebre. Total que esperó al día de luna llena, y cuando era muy
de noche, muy de noche y la luna estaba brillando en el cielo, sacó el pan de la
panadería del convento lleno de clavos, que aún estaba caliente, caliente y se lo meti
ahí entre las lechugas y los pimientos, las cebollas y los ajos. De repente se volvió a oír
por el cielo schffff, schffff, schffffffff, y llegó el cuélebre. Entonces se comió el pan y se
oyó gritar y bramar, y se puso....ggggguuaaaaa, grgrgrgrgruuaaaa, gggggrrruuuaaaaa, y
se marchó volando y volando hasta enterrarse en el fondo del mar para apagar el
incendio que llevaba dentro. Y de ese cúelebre nunca más se supo, se metió en el fondo
del mar y desapareció allí para siempre. Y así fue como los frailes del convento de
Santo Domingo se libraron de ese cuélebre que acababa con sus lechugas, cebollas,
tomates, pimientos y ajos.
Y luego, que esto no me lo contaba mi abuelo: hay otra gente por ahí que yo
conozco que el pan este caliente , en vez de escondérselo, decían que se lo daban y le
gritaban:
Abre la boca culebrón
Que ahí te va el boroñón.
Y.....esto es todo lo que sé yo del cuélebre”
Fin