Los Santos y Santas de Dios.
San Felipe Neri
Nació en Florencia en 1515. En medio del paganismo que imperaba en el ambiente renacentista romano, Felipe entrega todos sus haberes a los pobres, mientras él ayuna a pan y agua. Pasa los días en obras de caridad, y las noches en las catacumbas de San Sebastián, entregado a la oración y a la penitencia. Alcanza altísima oración.
Sus éxtasis duran horas y a veces se le oye clamar: ¡Basta, Señor, basta! ¡Detén el torrente de tu amor! Ante esta vida angelical poco podían hacer los asaltos del mal. Un par de mujerzuelas acechan un día contra su castidad. Las pupilas de fuego del Santo las hacen huir asustadas.
Con todo, le gustaba rezar así: Señor, no te fíes de mí. Señor, ten de tu mano a Felipe, que, si no, un día, como Judas, te traicionará. Funda una cofradía para atender a pobres y peregrinos. Visita cárceles y hospitales. Busca sobre todo a los niños y a los jóvenes. En 1551 se ordena sacerdote por obediencia. Desea ir a las Indias, como Javier. El P. Ghattino 1e dice de parte de Dios: Roma será tus Indias. Y por toda Roma derrama sus caridades, sus fervores, su alegría contagiosa, la certeza de que hay más alegría en la virtud que en el pecado. Es proverbial su don de lágrimas, y de hacer milagros.
Se le atribuye haber resucitado al príncipe Paulo Máximo, para que confesase un pecado. Un éxtasis le produjo la dilatación del corazón y la deformación de dos costillas. Una se conserva en el Oratorio de Nápoles. Todos los Papas y Príncipes acudían a él. Fue amigo de San Carlos, San Ignacio, San Camilo y San Félix de Cantalicio. Su obra definitiva fue la fundación del Oratorio, para instruir y entretener a niños y jóvenes. El Oratorio influyó mucho a través del Cardenal Baronio y otros muchos. Murió Felipe en 1595. Era la noche del Corpus y se fue a acabar la fiesta al cielo. Sus restos descansan en la Chiesa Nuova de Roma.
San Pedro Esqueda Ramírez
MARTIR
La conocida expresión «estamos en manos de Dios» que frecuentemente se formula cuando la incertidumbre ante un futuro incierto hace acto de presencia, sean cuales sean las razones, no fue para Pedro un comentario lacónico, una especie de comodín verbal sin más pretensiones, como tantas veces ocurre. Este joven intrépido y valeroso sostuvo rigurosamente esta convicción, con la hondura que encierra de absoluta confianza en la voluntad divina, en el instante más álgido de su corta existencia.
Nació en San Juan de los Lagos (Jalisco, México) el 29 de abril de 1887. Su temprana vinculación a la parroquia como niño de coro y monaguillo despertó su vocación al sacerdocio. Tenía 15 años cuando ingresó en el seminario auxiliar de San Julián y en él permaneció recibiendo formación hasta que las autoridades federales determinaron cerrarlo. No había podido ser ordenado, pero era ya diácono, y al regresar a su ciudad natal actuó como tal en la parroquia hasta que en 1916, después de haber completado estudios en el seminario de Guadalajara, se convirtió en sacerdote y fue designado vicario de la misma. En ella permaneció hasta su muerte; diez años de intensa actividad pastoral asistiendo al párroco y dando lo mejor de sí. Dinamizó la vida apostólica con una excelente labor catequética que tenía como objetivo a los niños, a la par que impulsaba la Asociación Cruzada Eucarística llevado por su amor a la Eucaristía, devoción que extendió entre los fieles; de ella extraía su fortaleza y aliento.
Las fuerzas gubernamentales en una feroz campaña anticlerical habían dictado orden de persecución y las buenas gentes del pueblo intentaron convencer a Pedro para que huyese a otro lugar. Sólo aceptó refugiarse de manera provisional en algunos lugares siempre cercanos a los fieles, a quienes de ese modo seguía atendiendo pastoralmente. Los sacerdotes y religiosos que han derramado su sangre por Cristo y su Iglesia en medio de conflictos políticos fueron caritativos y se caracterizaron por la libertad evangélica. No tuvieron acepción de personas ni militaron en bandos determinados. Arraigados en Cristo se desvivían por las necesidades de sus fieles, con independencia de sus ideologías. Así era Pedro.
El pueblo quería a ese sacerdote que habían visto crecer entre ellos y no ocultaban su preocupación por su destino, rogándole que escapara. Pero Pedro no estaba dispuesto a ello, y dando testimonio de su gran fe, decía: «Dios me trajo, Dios sabrá». Este sentimiento que en ningún modo puede ser espontáneo cuando la vida está en peligro estaba asentado en un corazón orante firmemente clavado en el corazón del Padre, abierto a su gracia.
Fue detenido el 18 de noviembre de 1927. En un mísero y oscuro cuartucho sufrió pacientemente la fiereza de los azotes y otras crueldades que le ocasionaron la fractura de uno de sus brazos; por ello los federales no pudieron verle expirar en la hoguera, como habían fraguado. Pero sin duda, el tormento más doloroso fue ver profanados ante sí los objetos sagrados, destruidos los ornamentos y saqueado el archivo parroquial. Una cruel e infame tortura para un hombre de Dios, una persona inocente que lo único que perseguía era amar a Cristo y a los demás. Maniatado y lleno de heridas fue tiroteado sin piedad por un alto oficial que vertió en él su torrente de ira al ver que no podía sostenerse en la pira que habían dispuesto para ajusticiarlo. Camino de su particular calvario dejó en unos niños que se acercaron a él su testamento de fidelidad a la catequesis y al evangelio. Juan Pablo II lo canonizó el 21 de mayo del 2000.
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San Vicente de Lerin
Presbítero († 445) Monje fervoroso y santo del monasterio de Lerin que se distinguió en su esfuerzo por clarificar la sana teología.
Profundo teólogo y escritor insigne influyó con su obra Commonitorio en la teología de su tiempo y en la elaboración teológica posterior.
Siempre se propuso indagar lo que cree y siente la Iglesia católica.
San Crispin de Viterbo
Se llamaba Pedro y era zapatero remendón, un oficio hoy en desuso por arte y parte de la sociedad de consumo. Al entrar en el noviciado de los Capuchinos cambió su nombre por el del patrón de los zapateros: San Crispín. Su carisma más original es el de la sonrisa y el canto. Como no tenía muchas letras, sus superiores lo colocaron en la cocina, la huerta y la portería; nada de sacristías ni, mucho menos, de bibliotecas: tan solo en los más humildes encargos de su convento, pero, eso sí, cantando y riendo. Era tan de buen carácter que a algunos de sus hermanos les parecía poco monástico... su palabra discreta y oportuna, su sonrisa siempre amable y su alegría suavemente desbordante hicieron del buen Crispín un consejero exigente en la entrega y comprometedor en la más rigurosa observancia de la vida interior y el servicio al prójimo: "Fortiter in re, suaviter in modo"... O sea, tan serios por dentro para lo sustancial, como alegres por fuera para lo accidental.
Santa Rita de Cascia
Santa Rita nació en 1381 junto a Casia, su segunda patria, en la hermosa Umbría, tierra de Santos: Benito, Escolástica, Francisco, Clara, Angela, Gabriel... Santa Rita pertenece a esa insigne pléyade de mujeres que pasaron por todos los estados: fue un modelo extraordinario de esposa, de madre, de viuda y de monja.
Por otra parte, pocos santos han gozado de tanta devoción como Santa Rita, Abogada de los imposibles. Su pasión favorita era meditar la Pasión de Jesús. Se casa con Pablo Fernando, de su aldea natal. Fue un verdadero martirio, Rita acepta su papel: callar, sufrir, rezar. Su bondad y paciencia logran la conversión de su esposo.
Nacen dos gemelos que les llenan de alegría. A la paz sigue la tragedia. Su esposo cae asesinado, como secuela de su antigua vida. Rita perdona y eso mismo inculca a sus hijos. Y sucede ahora una escena incomprensible desde un punto de vista natural.
Al ver que no puede conseguir que abandonen la idea de venganza, pide al Señor se los lleve, por evitar un nuevo crimen, y el Señor atiende su súplica. Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia, y las tres veces es rechazada.
Por fin, con un prodigio que parece arrancado de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino y en voladas es introducida en el monasterio. Es admitida, hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios. Recorrió con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza, caridad, ayunos, cilicio, vigilias.
Las religiosas refieren una hermosa Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece. Jesús no ahorra a las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy dolorosa en la frente.
Hay solicitaciones del demonio y de la carne, que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas. Rita mira al Crucifijo y en aquella escuela aprende su lección. La hora de su muerte nos la relatan también llena de deliciosos prodigios.
En el jardín del convento nacen una rosa y dos higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria. Su cuerpo sigue incorrupto. Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandecía en su rostro como una estrella en un rosal. Era el año 1457. León XIII la canonizó el 1900.
CARLOS JOSÉ EUGENIO DE MAZENOD
LLegó a un mundo que estaba llamado a cambiar muy rápidamente. Nacido en Aix de Provenza al sur de Francia, el 1 de agosto de 1782, parecía tener asegurada una buena posición y riqueza en su familia, que era de la nobleza menor. Sin embargo, los disturbios de la Revolución francesa cambiaron todo esto para siempre. Cuando Eugerio tenía 8 años su familia huyó de Francia, dejando sus propiedades tras sí, y comenzó un largo y cada vez más difícil destierro de 11 años de duración.
Los años pasados en Italia
La familia de Mazenod, como refugiados políticos, pasaron por varias ciudades de Italia. Su padre, que había sido Presidente del Tribunal de Cuentas, Ayuda y Finanzas de Aix, se vio forzado a dedicarse al comercio para mantener su familia. Intentó ser un pequeño hombre de negocios, y a medida que los años iban pasando la familia cayó casi en la miseria. Eugenio estudió, durante un corto período, en el Colegio de Nobles de Turín, pero al tener que partir para Venecia, abandonó la escuela formal. Don Bartolo Zinelli, un sacerdote simpático que vivía al lado, se preocupó por la educación del joven emigrante francés. Don Bartolo dio a Eugenio una educación fundamental, con un sentido de Dios duradero y un régimen de piedad que iba a acompañarle para siempre, a pesar de los altos y bajos de su vida. El cambio posterior a Nápoles, a causa de problemas económicos, le llevó a una etapa de aburrimiento y abandono. La familia se trasladó de nuevo, esta vez hacia Palermo, donde gracias a la bondad del Duque y la Duquesa de Cannizzaro, Eugenio tuvo su primera experiencia de vivir a lo noble, y le agradó mucho. Tomó el título de "Conde" de Mazenod, siguió la vida cortesana y soñó con tener futuro.
Vuelta a Francia: el Sacerdocio
En 1802, a la edad de 20 años, Eugenio pudo volver a su tierra natal y todos sus sueños e ilusiones se vinieron abajo rápidamente. Era simplemente el "Ciudadano" de Mazenod, Francia había cambiado; sus padres estaban separados, su madre luchaba por recuperar las propiedades de la familia. También había planeado el matrimonio de Eugenio con una posible heredera rica. Él cayó en la depresión, viendo poco futuro real para sí. Pero sus cualidades naturales de dedicación a los demás, junto con la fe cultivada en Venecia, comenzaron a afirmarse en él. Se vio profundamente afectado por la situación desastrosa de la Iglesia de Francia, que había sido ridiculizada, atacada y diezmada por la Revolución.
Él llamado al sacerdocio comenzó a manifestársele y Eugenio respondió a este llamado. A pesar de la oposición de su madre, entró en el seminario San Sulpicio de París, y el 21 de diciembre de 1811 era ordenado sacerdote en Amiens.
Esfuerzos apostólicos: los Oblatos de María Inmaculada
Al volver a Aix de Provenza, no aceptó un nombramiento normal en una parroquia, sino que comenzó a ejercer su sacerdocio atendiendo a los que tenían verdadera necesidad espiritual: los prisioneros, los jóvenes, las domésticas y los campesinos. Eugenio prosiguió su marcha, a pesar de la oposición frecuente del clero local. Buscó pronto otros sacerdotes igualmente celosos que se prepararían para marchar fuera de las estructuras acostumbradas y aún poco habituales. Eugenio y sus hombres predicaban en Provenzal, la lengua de la gente sencilla, y no el francés de los "cultos". Iban de aldea en aldea, instruyendo a nivel popular y pasando muchas horas en el confesonario. Entre unas misiones y otras, el grupo se reunía en una vida comunitaria intensa de oración, estudio y amistad. Se llamaban a sí mismos "Misioneros de Provenza".
Sin embargo, para asegurar la continuidad en el trabajo, Eugenio tomó la intrépida decisión de ir directamente al Papa para pedirle el reconocimiento oficial de su grupo como una Congregación religiosa de derecho pontificio. Su fe y su perseverancia no cejaron y, el 17 de febrero de 1826, el Papa Gregorio XII aprobaba la nueva Congregación de los "Misioneros Oblatos de María Inmaculada". Eugenio fue elegido Superior General, y continuó inspirando y guiando a sus hombres durante 35 años, hasta su muerte. Eugenio insitió en una formación espiritual profunda y en una vida comunitaria cercana, al mismo tiempo que en el desarrollo de los esfuerzos apostólicos: predicación, trabajo con jóvenes, atención de los santuarios, capellanías de prisiones, confesiones, dirección de seminarios, parroquias. Él era un hombre apasionado por Cristo y nunca se opuso a aceptar un nuevo apostolado, si lo veía como una respuesta a las necesidades de la Iglesia. La "gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la santificación de las almas" fueron siempre fuerzas que lo impulsaron.
Obispo de Marsella
La diócesis de Marsella había sido suprimida durante la Revolución francesa, y la Iglesia local estaba en un estado lamentable. Cuando fue restablecida, el anciano tío de Eugenio, Fortunato de Mazenod, fue nombrado Obispo. Él nombró a Eugenio inmediatamente como Vicario General, y la mayor parte del trabajo de reconstruir la diócesis cayó sobre él. En pocos años, en 1832, Eugenio mismo fue nombrado Obispo auxiliar. Su ordenación episcopal tuvo lugar en Roma, desafiando la pretensión del gobierno francés que se consideraba con derecho a intervenir en tales nombramientos. Esto causó una amarga lucha diplomática y Eugenio cayó en medio de ella con acusaciones, incomprensiones, amenazas y recriminaciones sobre él. A pesar de los golpes, Eugenio siguió adelante resueltamente y finalmente la crisis llegó a su fin. Cinco años más tarde, al morir el Obispo Fortunato, fue nombrado él mismo como Obispo de Marsella.
Un corazón grande como el mundo
Al fundar los Oblatos de María Inmaculada para servir ante todo a los necesitados espiritualmente, a los abandonados y a los campesinos de Francia, el celo de Eugenio por el Reino de Dios y su devoción a la Iglesia movieron a los Oblatos a un apostolado de avanzada. Sus hombres se aventuraron en Suiza, Inglaterra, Irlanda. A causa de este celo, Eugenio fue llamado "un segundo Pablo", y los Obispos de las misiones vinieron a él pidiendo Oblatos para sus extensos campos de misión. Eugenio respondió gustosamente a pesar del pequeño número inicial de misioneros y envió sus hombres a Canadá, Estados Unidos, Ceylan (Sri Lanka), Sud-Africa, Basutolandia (Lesotho). Como misioneros de su tiempo, se dedicaron a predicar, bautizar, atender a la gente. Abrieron frecuentemente áreas antes no tocadas, establecieron y atendieron muchas diócesis nuevas y de muchas maneras "lo intentaron todo para dilatar el Reino de Cristo". En los años siguientes, el espíritu misionero de los Oblatos ha continuado, de tal modo que el impulso dado por Eugenio de Mazenod sigue vivo en sus hombres que trabajan en 68 países.
Pastor de su diócesis
Al mismo tiempo que se desarrollaba este fermento de actividad misionera, Eugenio se destacó como un excelente pastor de la Iglesia de Marsella, buscando una buena formación para sus sacerdotes, estableciendo nuevas parroquias, construyendo la Catedral de la ciudad y el espectacular santuario de Nuestra Señora de la Guardia en lo alto de la ciudad, animando a sus sacerdotes a vivir la santidad, introduciendo muchas Congregaciones Religiosas nuevas para trabajar en su diócesis, liderando a sus colegas Obispos en el apoyo a los derechos del Papa. Su figura descolló en la Iglesia de Francia. En 1856, Napoleón III lo nombró Senador, y a su muerte, era decano de los Obispos de Francia.
Legado de un santo
El 21 de mayo de 1861 vio a Eugenio de Mazenod volviendo hacia Dios, a la edad de 79 años, después de una vida coronada de frutos, muchos de los cuales nacieron del sufrimiento. Para su familia religiosa y para su diócesis ha sido fundador y fuente de vida: para Dios y para la Iglesia ha sido un hijo fiel y generoso. Al morir dejó a sus Oblatos este testamento final: "Entre vosotros, la caridad, la caridad, la caridad; y fuera el celo por la salvación de las almas".
Al declararlo santo la Iglesia, el 3 de diciembre de 1995, corona estos dos ejes de su vida: amor y celo. Y este es el mayor regalo que Eugenio de Mazenod, Oblato de María Inmaculada, nos ofrece hoy.
Beata María Crescencia Pérez
El 17 de Agosto de 1897, nacía en San Martín, Provincia de Buenos Aires, María Angélica Pérez: 34 años más tarde moría en Vallenar (Chile), un viernes 20 de Mayo la Hermana María Crescencia Pérez.
Entre la aurora y el ocaso, una existencia enteramente vivida ¨en el nombre Del Señor. María Angélica vino al mundo de unos padres profundamente enraizados en la fe, llenos de confianza en la Voluntad de Dios, humanamente íntegros. En ese ambiente familiar de coherencia espiritual y humana, María Angélica fue bendecida por Dios con cualidades excepcionales y con ella fue bendecido el Instituto del Huerto y la Iglesia a la que durante 14 años sirvió.
En el año 1917 hizo su profesión religiosa inundada de paz interior. Esa paz estuvo precedida por sufrimientos diversos como la pobreza familiar y la muerte de su padre que se produjo el mismo día en que ella hizo su profesión religiosa. Aceptó esa muerte con generosidad y dolor contenido. Al consagrarse a Dios nació muy pronto un amor especial a la oración y una extraordinaria capacidad de sufrir. En su apostolado los más beneficiados fueron los enfermos y los pobres, podemos decir que vivió una auténtica vocación: los pobres. A los enfermos les enseñó que en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que los acerca a Cristo. Hizo propias las esperanzas, las angustias y las tristezas de las personas que trataban con ella. El supremo mandamiento del Señor ¨Amaos los unos a los otros¨ había arraigado profundamente en ella durante los años de su consagración, vividos en fidelidad al carisma de la congregación. La devoción mariana resplandeció de un modo elocuente en su vida.
Amó y veneró a la Virgen con afecto filial. A ella recurrió en todo momento, especialmente en las situaciones de dificultad y prueba.
Sus fatigas y sufrimientos tuvieron como único objeto trasmitir el gran tesoro de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo.
En su incansable actividad a pesar de su corta vida, sembró una semilla que poco después de su muerte dio abundante fruto.
El amor a Jesús, a María del Huerto, a su Iglesia y al Padre fundador de su Instituto, San Antonio María Gianelli la fueron transformando y así abrazada y consumida por ese fuego interior entregó su vida a Dios. En el umbral del tercer milenio, el testimonio de santidad sencilla y cotidiana de María Crescencia, puede ayudar a muchos a ser como ella.
San Ivo
Patrono de los abogados. Año 1303. Al cual los juristas de muchos países tiene como Patrono, nació en la provincia de Bretaña ( Francia).
Su padre lo envió a estudiar a la Universidad de París, obtuvo su doctorado como abogado. "Ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y la mortificación" (Mc. 9,29), oyó estas palabras de Jesús y se propuso dedicar buen tiempo cada día a la oración y mortificarse, en las miradas, en las comidas, el lujo en el vestir, y en descansos que no fueran necesarios.
Empezó a abstenerse de comer carne y nunca tomaba bebidas alcohólicas. Vestía pobremente y lo que ahorraba, lo dedicaba a ayudar a los pobres. Al volver a Bretaña fue nombrado juez del tribunal y en el ejercicio de su cargo se dedicó a proteger a los huérfanos, defender a los más pobres.
Su gran bondad le ganó el título de "Abogado de los pobres" Visitaba las cárceles y llevaba regalos a los presos y les hacía gratuitamente memoriales de defensa a los que no podían conseguirse un abogado. San Ivo no aceptó jamás ni el más pequeño regalo de ninguno de sus clientes.
Cuando le llevaban un pleito, él se esmeraba por tratar de obtener que los dos litigantes arreglaran todo amigablemente en privado, sin tener que hacerlo por medio de demandas públicas. Muchos litigantes terminaban siendo amigos y se evitaban los grandes gastos de los pleitos judiciales. Después de trabajar bastante tiempo como juez, San Ivo fue ordenado sacerdote, los últimos quince años de su vida los dedicó totalmente a la predicación y a la administración de los sacramentos.
De muchas partes llegaban personas litigantes a obtener que San Ivo hiciera las paces entre ellos y él lograba con admirable facilidad poner de acuerdo a los que antes estaban alegando. Y aprovechaba de todas estas ocasiones para predicar a la gente acerca de la Vida Eterna y de lo mucho que debemos amar a Dios y al prójimo.
Alguien le aconsejó que hiciera ahorros para cuando llegara a ser viejo y él le respondió: - «... ¿quién me asegura que voy a llegar a ser viejo? En cambio lo que sí es totalmente seguro es que el buen Dios me devolverá cien veces más lo que yo regale a los pobres". El 19 de mayo del año 1303 estaba tan débil que no podía mantenerse de pie y necesitaba que lo sostuvieran.
Sin embargo celebró así la Santa Misa. Después de la Misa se recostó y pidió que le administraran la Unción de los enfermos y murió plácidamente. Tenía 50 años.
Sus vecinos le compusieron un epitafio bien especial que dice: San Ivo era bretón. Era abogado y no era ladrón.
Nota de ADiestefano: Como este, ya no kedan.
San Félix de Cantalicio (1513-1587)
La vida de San Félix de Cantalicio es como un regatillo de agua clara al servicio de Dios. Hay en esta existencia, del que se puede considerar primer santo capuchino en el siglo XVI, una sublime sencillez, exponente de un alma transparente, purificada día tras día por la caridad, que es la forma más pura del amor.
Nace este interesante ejemplar de la santidad en Cantalicio, en el año 1513. Cantalicio es una pequeña población italiana del territorio de Città Ducale, provincia de Umbría. Los padres del Santo eran pobres y temerosos del Señor. Su padre se llamaba Santo de Carato; su madre, Santa. ¿Se llamaban así o eran llamados así por su bondad? De niño, se dedica al pastoreo. Grababa una cruz en una encina, como un pequeño tallista del símbolo del sacrificio, y ante ella rezaba muchos rosarios. Junto al trabajo, humilde trabajo de pastor, la oración.
De esta manera, su trabajo quedaba empenachado de plegarias, como si las avemarías fuesen salpicando las jornadas de su vigilancia del ganado. Entra después al servicio de varios labradores. En la casa de uno de éstos oye leer vidas de santos. Quiere imitar a los penitentes del desierto, y, al preguntar dónde podría hallar la fórmula de los anacoretas, alguien le respondió: «En los capuchinos». Es, entonces, cuando se decide a pedir el hábito en el convento de Città Ducale.
Parece que el padre guardián, para probar la vocación del aspirante, recarga las tintas de la penitencia de los frailes y le dice, mientras le muestra un crucifijo: «Éste es el modelo a que debe conformar su vida un capuchino». Félix, enamorado del sacrificio, se arroja a los pies del padre guardián y le manifiesta que no desea sino una vida del todo crucificada. Enviado al noviciado de Áscoli, cuando tiene veintiocho años, cae enfermo: unas pesadas calenturas. Pero un día se levanta de la cama y le dice al padre guardián que ya no tiene nada. Destinado a Roma, ejerce en la Ciudad Eterna, durante casi cuarenta años, el cargo de limosnero. A su compañero de fatigas y de alegrías a lo divino le decía: «Buen ánimo, hermano: los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en la mano el santísimo rosario». Jamás condescendió con su gusto, y toda su vida fue una constante renunciación a los pequeños muchos por el gran todo.
Solía exclamar, recordando una frase que había leído: «O César o nada». Se ha dicho que sólo hay una tristeza: la de no ser santo. Sí; la de no ser «césar» de la santidad. Y llegó a «césar» de Dios por el camino de la santa simplicidad. ¿En qué consistía la ciencia de este simpático lego? «Toda mi ciencia –afirmaba– está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cristo, y una blanca, la Virgen Inmaculada».
Ayunaba a pan y agua las tres cuaresmas de San Francisco, comía los mendrugos de pan que dejaban los frailes y dormía tres horas en un lecho de tarima. Pero, como si esto fuera poco –y lo era para sus aspiraciones–, no se quitaba el cilicio. A pesar de todo, o, más exactamente, por todo, tenía una contagiosa felicidad y un buen humor delicioso. Bromeaba a lo divino con su amigo Felipe de Neri. Uno y otro se saludaban de esta manera:
–Buenos días, fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!
–Salud, Felipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!
Un fraile que le acompañaba en cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que mandase a fray Félix descargar la limosna. «Señor –respondió el lego–, el soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas. No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para que se le mortifique». Cuando alguien le insultaba, replicaba: «¡Que Dios te haga un santo!»
Estaba rezando un día, cuando la imagen de la Virgen puso al Niño en los brazos de fray Félix. Y así le pintó Murillo. Son muchas las anécdotas con trascendencia de eternidad que se cuentan de San Félix de Cantalicio. Su hermano en religión, padre Prudencio de Salvatierra, recoge algunas verdaderamente entrañables. En cierta ocasión, iba pidiendo limosna, que era su oficio cotidiano.
De pronto, siente un cansancio extraordinario. ¿Por qué le pesaba tanto el morralillo que llevaba a la espalda? Porque alguien había depositado una moneda de plata en la alforja del santo mendigo, moneda que le pareció la sonrisa burlona del demonio. «Este es el peso maldito que no me deja caminar». Y, sacudiendo la alforja, hizo que la moneda cayese al suelo, para seguir tan sólo con los regojos a cuestas. Durante las jornadas frías, quizá algunos religiosos se acercaban al fuego para confortar un poquillo sus cuerpos ateridos. Mas fray Félix huía del grato calor, a la vez que decía a su cuerpo: «Lejos, lejos del fuego, hermano asno, porque San Pedro, estando junto a una hoguera, negó a su Maestro».
Venerable y al mismo tiempo jovial figura, por las calles de Roma, la de este hermano lego, al que rodeaban los chiquillos para tirarle de las barbas y curiosear en sus alforjas. El lego, sonriente y hasta riente, enseñaba el catecismo a los niños, y les daba consejos, les embelesaba con su palabra dulce y sencilla.
Inventaba coplas religiosas, que en seguida se hacían populares en la ciudad. Tenía buen oído y voz de barítono. Lo debía de pasar muy bien cantando, limpio de polvo y paja del menor gusto. «Dentro del convento sabía unir, por modo maravilloso, la alegría con el silencio, el trabajo con la oración». Su hermano fray Domingo decía: «Félix es avaro en sus palabras, pero lo poco que dice es siempre bueno».
Enferma un fraile, a quien los médicos desahucian. Pero entra fray Félix en la celda del paciente y profiere unas palabras como mojadas de humor y frescura celestiales: «Vamos, perezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el aire puro del huerto. »En efecto, el frailecico había sanado.
Mas no pensemos que las que pudiéramos llamar personalidades importantes de aquel tiempo dejaban de acudir a la «ciencia» del «ignorante» lego. El sabio obispo de Milán, luego San Carlos Borromeo, solicita de fray Félix algunos consejos para la reforma del clero diocesano. ¿Qué consejos iba a dar un pobre lego mendicante a un obispo intelectual? Pues sí; le da este consejo: «Eminencia: que los curas recen devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la reforma del espíritu».
Con empuje de alma inspirada por Dios, dice al cardenal de la Orden franciscana Montalto, en vísperas de ser elegido para el Solio Pontificio: «Cuando seas Papa, pórtate como tal para la gloria de Dios y bien de la Iglesia: porque, si no, sería mejor que te quedaras en simple fraile». Ya era papa Montalto, con el nombre de Sixto V, cuando una vez pidió al lego un poco de pan.
Fray Félix busca para el Padre Santo el mejor panecillo, pero el Papa le replica: «No haga distinción, hermanito: déme lo primero que salga». Lo primero que salió fue un mendruguillo negro. El lego toma el regojo y se lo entrega a Su Santidad con estas palabras: «Tenga paciencia, Santo Padre; también Vuestra Santidad ha sido fraile». Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia junto a la gracia. En actitud poéticamente franciscana, repartía pedacitos de pan a los pobres, a los perros, a los pájaros. A fuerza de oración consigue librarse de una epidemia, para poder seguir asistiendo a numerosos enfermos.
Con una fidelidad exacta cumple los tres votos monásticos de su vida religiosa: obediencia, pobreza y castidad. Respetaba al sacerdote y rendía homenaje a «la dignidad más sublime de la tierra». Fue fray Félix de Cantalicio un amador esforzado de la Señora, y cuando, en la calle, los ojos del lego se encontraban con una imagen de la Virgen, prorrumpía de este modo: «Querida Madre: os recomiendo que os acordéis del pobre fray Félix. Yo deseo amaros como buen hijo, pero vos, como buena Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños pequeños, que no pueden andar un paso sin la ayuda de su madre».
Uno se acuerda de la Balada de las dudas del lego, de Pemán: «Y, apretando el paso, con simple alegría, corre que te corre... ¿Qué más oración que el ir mansamente, por la veredica, con el cantarillo, bendiciendo a Dios?» Fray Félix no iba con el cantarillo, sino con el talego del pan. Y con las alforjas de su caridad franciscana.
¿Cómo era en lo físico fray Félix de Cantalicio? He aquí una semblanza del Santo: «Fue bajo de cuerpo, pero grueso decentemente y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro; la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas; la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rusticidad».
Cargado de trabajos, de dolores, pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: «El pobre jumento ya no caminará más». Pretende ir a la iglesia desde el lecho, arrastrándose, mas se le prohíbe. Recibe los sacramentos, se queda en éxtasis, vuelve en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: «¿Qué ves?» Y él responde: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar mi alma al paraíso». Sin haber entrado en agonía, muere el 18 de mayo de 1587, a los setenta y dos años de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar el cadáver del santo lego y obtener reliquias.
El papa Sixto V, que testificaba dieciocho milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Es Paulo V quien inicia el proceso de beatificación, que solemnemente será verificado por Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.
He aquí una vida colmada hasta los bordes de santa simplicidad, una vida clara y sencilla, alegre por sacrificada, sublime por humilde, la vida de un lego capuchino del siglo XVI, cuyo perfume llega hasta nuestros días con la fragancia de las más puras esencias de la virtud.
San Pascual Bailón
Religioso. Año 1592.
Nació en Torre Hermosa, Aragón, España. Es el patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna. Su gran amor fue la Sagrada Eucaristía. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento.
En esos tiempos se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Comunión. Como religioso franciscanos sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero.
Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas ante el Santísimo Sacramento.
Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía.
Pascual, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo. Había recibido de Dios ese don especial: el de un inmenso amor por Jesús Sacramentado. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.
Pascual nació en la Pascua de Pentecostés de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés.
Pascua significa: (paso de la esclavitud a la libertad) Los milagros que hizo después de su muerte, fueron tantos, que el Papa lo declaró santo en 1690.
El Sumo Pontífice nombró a San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna.
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