“¡Animo, hijo, tus pecados están perdonados!”
La profesión de fe de los judíos consiste en que sólo Dios puede perdonar los pecados. Pero Jesús, ya antes de perdonar los pecados, ha revelado los secretos de los corazones, mostrando con ello que también él poseía este poder reservado a Dios... Porque está escrito: “Sólo Tú, Señor, conoces los secretos de los humanos” y “el hombre ve las apariencias, Dios ve el corazón” Jesús revela, pues, su divinidad y su igualdad con el Padre dando a conocer a los escribas lo que hay en el fondo de sus corazones, haciendo públicos los pensamientos que ellos mismos no osaban declarar abiertamente por temor a la muchedumbre. E hizo esto con gran dulzura... El paralítico hubiera podido manifestar a Cristo su decepción diciéndole: “¡Está bien! Tú has venido para aliviar otra enfermedad y curar otro mal, el pecado. Pero ¿qué prueba tendré yo que me asegure que mis pecados están perdonados?”. Pero no dice nada de eso, sino que se confía a aquel que tiene el poder de curar... Cristo dijo a los escribas: “¿Qué es más fácil decir: “tus pecados están perdonados” o decir “levántate y anda?» O dicho de otra manera: ¿Qué os parece más fácil: demostrar su poder sobre un cuerpo inerte, o perdonar a un alma sus faltas? Evidentemente que curar a un cuerpo, porque el perdón de los pecados sobrepasa la curación en tanto que el alma es superior al cuerpo. Pero, de la misma manera que una de estas obras es visible y la otra no, yo voy a realizar la obra visible y más pequeña, a fin de dar prueba de la que es más grande e invisible. En este mismo instante Jesús, a través de sus obras, da testimonio de que él es “el que quita el pecado del mundo”
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de santo Tomás. El evangelista Juan, después de describir la aparición de Jesús, el mismo domingo de resurrección, nos dice que el apóstol Tomás no estaba allí, y cuando los Apóstoles —que habían visto al Señor— daban testimonio de ello, Tomás respondió: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» Jesús es bueno y va al encuentro de Tomás. Pasados ocho días, Jesús se aparece otra vez y dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» —Oh Jesús, ¡qué bueno eres! Si ves que alguna vez yo me aparto de ti, ven a mi encuentro, como fuiste al encuentro de Tomás.La reacción de Tomás fueron estas palabras: «Señor mío y Dios mío!» ¡Qué bonitas son estas palabras de Tomás! Le dice “Señor” y “Dios”. Hace un acto de fe en la divinidad de Jesús. Al verle resucitado, ya no ve solamente al hombre Jesús, que estaba con los Apóstoles y comía con ellos, sino su Señor y su Dios.Jesús le riñe y le dice que no sea incrédulo, sino creyente, y añade: «Dichosos los que no han visto y han creído» Nosotros no hemos visto a Cristo crucificado, ni a Cristo resucitado, ni se nos ha aparecido, pero somos felices porque creemos en este Jesucristo que ha muerto y ha resucitado por nosotros.Por tanto, oremos: «Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti»
¿Por qué tener miedo?
Hijos míos, pase lo que pase, recordad que yo estoy siempre con vosotros. Acordaros que, visible o invisible, despierto o dormido, vigilo siempre, estoy por todas partes, soy todopoderoso. No tengáis jamás ningún temor, ninguna inquietud: estoy ahí, vigilo, os amo, lo puedo todo... ¿Qué más hacer por vosotros?... Acordaros de estas tempestades, cuando erais tranquilizados con una palabra, haciendo suceder una gran calma. Tened confianza, fe, y coraje; acordaros sin inquietud por parte de vuestro cuerpo y vuestra alma, pues yo estoy ahí, todopoderoso y amándoos. Pero que vuestra confianza no nazca de la dejadez, de la ignorancia de los peligros, ni de vuestra confianza o la de otras criaturas... Los peligros que corréis son inminentes; los demonios, enemigos fuertes y astutos, vuestra naturaleza pecadora y el mundo mismo os harán una guerra encarnizada. Y en esta vida, la tempestad es casi constante, y vuestra barca estás siempre cerca de zozobrar... Más no olvidéis, estoy ahí, contigo, ¡esta barca es insumergible! Desconfiad de todo, sobretodo de vosotros, pero tened una confianza total en mí que he desterrado toda inquietud.
“El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”
Por supuesto, hay sobre la tierra príncipes compasivos, para los que es una alegría dedicar sus tesoros al alivio de los pobres; ¿pero hemos encontrado alguna vez, un rey que para aliviar a los pobres, hubiera adoptado su condición, como lo hizo Jesucristo? Contamos como un prodigio de caridad que el rey san Eduardo, encontrando sobre su camino a un mendigo paralítico y abandonado por todos, lo tomó afectuosamente sobre sus hombros y lo llevó a la iglesia. Por cierto, esto fue un gran acto de caridad, que llenó a los pueblos de admiración; pero, después de este acto, San Eduardo no abandonó la realeza, ni las riquezas que poseía. Jesús, al contrario, Rey del cielo y de la tierra, no se contenta, para salvar al hombre, su oveja perdida, con descender del cielo en su búsqueda y de ponerla sobre su hombro no vacila en librarse de su majestad, de sus riquezas y de sus honores. Se hace pobre, el más pobre de todos los hombres. San Pedro Damián dice que esconde su púrpura, es decir su majestad divina, bajo la apariencia de un pobre obrero. Santo Gregorio Nacianceno exclama: "el mismo que da a los ricos sus riquezas, escoge la pobreza, con el fin de obtenernos por sus méritos, no los bienes terrenales y perecederos de aquí abajo, sino los bienes celestes que son inmensos y eternos". Su ejemplo nos invita a desprendernos de riquezas de este mundo que nos ponen en peligro de perdernos para siempre
“Te seguiré adondequiera que vayas”
“En el atardecer, danos tu luz, Señor.” Estamos en el atardecer. Estoy en los sesenta-y-seis años de mi vida que es un don magnífico del Padre celestial. Las dos terceras partes de mis contemporáneos han pasado ya a la otra vida. Así que yo también me tengo que preparar para el gran momento. El pensamiento de la muerte no me produce inquietud... Mi salud es excelente y todavía robusta, pero no me tengo que fiar. Me quiero preparar a poder responder: “Aquí estoy”, a la llamada, tal vez inesperada. La vejez –que es otro gran don del Señor- tiene que ser para mí motivo de callada alegría interior y de abandono diario al Señor mismo, al que me dirijo como un niño hacia los brazos abiertos de su padre. Mi ya larga y humilde vida se ha ido devanando como una madeja bajo el signo de la simplicidad y de la pureza. No me cuesta nada reconocer y repetir que no soy más ni valgo más que un pobre pordiosero. El Señor me hizo nacer en el seno de una familia pobre. El ha pensado en todo. Yo le he dejado hacer... Es verdad que “la voluntad de Dios es mi paz.” Y mi esperanza está puesta totalmente en la misericordia de Jesús... Pienso que el Señor me tiene reservado, para mi completa mortificación y purificación, para admitirme en su gozo eterno, alguna gran aflicción o pena, del cuerpo y del espíritu antes de que me muera. Bien, pues, lo acepto de todo corazón, que sirva todo para su mayor gloria y el bien de mi alma y de mis queridos hijos espirituales. Temo la debilidad de mi resistencia y le pido que me ayude ya que no tengo casi ninguna confianza en mí mismo, pero una total confianza en el Señor Jesús. Hay dos puertas que dan al paraíso: la inocencia y la penitencia. ¿Quién puede pretender, oh hombre frágil, encontrar la primera abierta de par en par? Pero la segunda es acceso seguro. Jesús pasó por ella con su cruz cargado, expiando nuestros pecados. El nos invita a seguirlo.
El testimonio histórico más antiguo del martirio de Pedro y Pablo
Dejemos estos ejemplos de [persecución en el Antiguo Testamento] y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas de la Iglesia sufrieron persecución por emulación y por envidia y lucharon hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles: a Pedro que, por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida. Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia. A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo… Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Dejemos, pues, las preocupaciones inútiles y vanas y pongamos toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición. Tengamos los ojos fijos en lo que es bueno y agradable a los ojos de nuestro Hacedor, lo que nos acerca a él. Fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos del Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ha traído al mundo entero la gracia de la conversión.
“Jesús extendió la mano y lo tocó.”
En nuestros días, en Occidente, la peor enfermedad no es la tuberculosis o la lepra sino el sentirse indeseable, abandonado, privado de amor. Sabemos cuidar las enfermedades del cuerpo por medio de la medicina, pero el único remedio para la soledad, el desconcierto y el desespero es el amor. Hay mucha gente que muere en el mundo por falta de un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es una pobreza diferente. No es sólo una pobreza de soledad, sino también de falta de espiritualidad. Existe un hambre de amor como existe un hambre de Dios...
“Poned en práctica la Palabra, no os contentéis con escucharla, eso sería engañaros”
No os confundáis, hermanos, si habéis venido con diligencia a escuchar la palabra sin poner en práctica lo que oís. Pensad bien en ello; si bueno es escuchar la palabra, es mucho mejor ponerla en práctica. Si no la escuchas, si no practicas lo que has oído, no construyes nada. Si la oyes y no la pones en práctica, construyes una ruina... escuchar y poner en práctica, es construir sobre roca. Y el solo hecho de escuchar, es construir. En cuanto al que escucha estas palabras continua el Señor, y no las pone en práctica, es semejante al insensato que construye su casa. También él construye, pero ¿ qué construye? Construye su casa pero dado que no pone en práctica lo que oye, tiene buen oído, pero construye sobre arena... Puede que alguien me diga: “¿Para qué escuchar lo que no tengo la intención de cumplir. Ya que construiré una ruina si escucho sin ponerlo en práctica, no es más seguro no escuchar nada?”. En este mundo, la lluvia, los vientos, los torrentes no cesan. ¿No es mejor construir sobre roca para que cuando vengan los torrentes, no te arrastren?... Sin protección y sin el menor tejado, vas a ser irremediablemente abatido, arrastrado, sumergido. Reflexiona pues sobre el partido que vas a tomar. Es malo no escuchar, es malo escuchar sin actuar, resulta que hay que escuchar y poner en práctica. Sed personas que " ponen en práctica la Palabra, y no se contentan sólo con escucharla”; lo contrario sería engañarse.
“Por sus frutos los conoceréis”
¡Oh hermanas, cómo se ve claro adónde está de veras el amor del prójimo en algunas de vosotras, y en las que no está con esta perfección!Si entendieseis lo que nos importa esta virtud, no traeríais otro estudio. Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a tí; y si fuere menester,lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad.
“Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros...”
Aquel que mata en actos terroristas, alimenta en su interior el desprecio por la humanidad, dando pruebas de la desesperanza de cara a la vida y al futuro. Ante esta perspectiva, todo puede ser odiado y destruido. El terrorista cree que la verdad que sostiene o el sufrimiento padecido son tan absolutos que le es legítimo reaccionar destruyendo incluso vidas humanas inocentes... La violencia terrorista...es totalmente contraria a la fe en Cristo Jesús que enseñó a sus discípulos esta oración: “Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón en contra del instinto espontáneo de pagar mal por mal. Esta opción encuentra su elemento de comparación en el amor de Dios que nos acoge a pesar de nuestros pecados, y su modelo supremo es el perdón de Cristo que oró así en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” El perdón tiene, pues, una raíz y una medida divinas. Pero esto no excluye que se pueda encontrar el valor del perdón a la luz de consideraciones fundadas sobre el buen sentir humano. La primera de estas consideraciones concierne a la experiencia vivida interiormente por todo ser humano cuando comete el mal. Se da cuenta entonces de su fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. ¿Porqué, entonces, no actuar de la misma manera de cara a los demás? Todo ser humano alimenta en su interior la esperanza de poder comenzar de nuevo, de iniciar un período de vida nueva, y no quedar para siempre prisionero de sus errores y de sus faltas. Cada ser humano sueña con poder mirar hacia el futuro con esperanza, descubrir que hay siempre una nueva posibilidad de tener confianza y de comprometerse en el bien.
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