“El que está bien formado sera como su maestro”
“El discípulo no es más que su maestro...”¿Porqué juzgas si el Maestro todavía no juzga? No ha venido a juzgar al mundo sino a salvar. Entendiendo esta palabra en ese sentido, viene a decir: “Si yo no juzgo, no juzgues tú tampoco, ya que tú eres mi discípulo. A lo mejor tú te has hecho culpable de faltas más grandes que aquel a quien juzgas. ¡Qué grande será tu vergüenza al darte cuenta de ello! El Señor nos enseña lo mismo cuando dice: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” Nos persuade con argumentos irrefutables de no querer juzgar a los demás y de examinar más bien nuestros corazones. Luego, nos exhorta a liberarnos de nuestras pasiones instaladas en el corazón. Dios cura a los de corazón contrito y quebrantado y nos sana de nuestras enfermedades espirituales. Porque, cuando tus pecados son más numerosos y más graves que los de los demás ¿cómo les reprochas los suyos a los hermanos? Todos los que quieren vivir piadosamente, y sobre todo, los que tienen que instruir a los otros, sacarán mucho provecho de este precepto. Si tienen virtud y equilibrio, dando ejemplo con su comportamiento evangélico, reprenderán con dulzura a los que todavía no han llegado hasta aquí.
“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”
Son muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es san Lucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado «el evangelio de la misericordia»… Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por él como « el más grande» bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: « Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» De este modo, el mensaje mesiánico acerca de la misericordia conserva una particular dimensión divino-humana. Cristo —en cuanto cumplimiento de las profecías mesiánicas—, al convertirse en la encarnación del amor que se manifiesta con peculiar fuerza respecto a los que sufren, a los infelices y a los pecadores, hace presente y revela de este modo más plenamente al Padre, que es Dios « rico en misericordia » Asimismo, al convertirse para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ...los misericordiosos... alcanzarán misericordia.
"¡Felices ustedes, los pobres!"
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” No habrá podido pedir que de algunos pobres la Verdad había querido hablar, diciendo, sí: “Dichosos los pobres”; ella no había añadido nada sobre el género de pobres que tenía que entender: habrá parecido antes que, para merecer el Reino de los cielos, bastaría sólo la indigencia de la que muchos padecen por el efecto de una penosa y dura necesidad. Pero diciendo: “Dichosos los pobres en el espíritu”, el Señor muestra que el Reino de los cielos debe ser dado a los que recomienda la humildad del alma más que la penuria de los recursos. No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de los prójimos. El don de esta pobreza se da, pues en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.
“El pasa la noche orando a Dios”
El Señor ora, no afín de implorar por él, sino de obtener por mí. Bien que el Padre ha puesto todas las cosas a disposición del Hijo, el Hijo por tanto, para realizar, plenamente su condición de hombre, juez a propósito para implorar al Padre por nosotros; pues él es nuestro abogado. No agudicéis oídos insidiosos, imaginando vosotros que es debilidad lo que Cristo pide, para obtener lo que no puede cumplir, al que es el autor de todo poder. Maestro en obediencia. Cristo nos forma por su ejemplo en los preceptos de la virtud: “Nosotros tenemos-él ha dicho-un abogado ante el Padre”(1Jn 2, 1). Si él es abogado, debe interponerse por mis pecados. No tanto como punto de debilidad sino por la bondad con que implora. ¿Queréis saber hasta qué punto él quiere eso, y puede? El es a la vez abogado y juez; en lo uno reside el oficio de compasión, en lo otro la insignia del poder. “El pasa la noche orando a Dios”. El os ha dado un ejemplo, una huella, un modelo a imitar. ¿Qué es necesario hacer por nuestra salvación cuando Cristo pasa la noche en oración?¿Qué hace cada cual cuando queréis emprender un deber de piedad, cuando Cristo, en el momento de enviar a sus Apóstoles, ha orado y ha orado sólo? En ninguna parte, si yo no me engaño, se encuentra que él ha orado con los Apóstoles; por tanto él reza solo. Es que el gran designio de Dios no puede ser apoderarse de los deseos humanos, y que ninguno pueda tener parte en el pensamiento íntimo de Cristo. ¿Vosotros queréis saber las partes en que él, ha orado bien por mí y no por él? “El llama a sus discípulos y escoge a doce”para enviarlos, sembradores de la fe, a propagar el auxilio y la salvación a los hombres en todo el universo.
Ser su discípulo
Escucha la voz de Dios que te impulsa a salir de ti para seguir a Cristo y serás un discípulo perfecto: “el que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo”. ¿Qué tienes que decir? ¿Qué puedes responder a todo esto? Todas tus dudas y tus preguntas caen ante esta sola palabra; la palabra de verdad es el sendero sublime por donde tú avanzarás. Jesús ha dicho más aún: “El que no renuncia a todos sus bienes, y no toma su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo”. Y para enseñarnos a renunciar no sólo a nuestros bienes para darle gloria, y así en el mundo confesarle ante los hombres, sino incluso a nuestra propia vida, añade: “El que no renuncia a sí mismo, no puede ser mi discípulo…” Y en otro lugar dice: “El que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. A quien me sirva, el Padre le premiará” Y dice a los suyos: “¡Levantaos, vayámonos de aquí!” Por esta palabra nos ha querido enseñar que ni su lugar ni el de sus discípulos está aquí abajo. Señor ¿a dónde iremos? “Allí donde esté yo, estará también mi servidor” Si Jesús nos llama: “¡Levantaos, vayámonos de aquí!”, ¿quién será tan necio para consentir quedarse con los muertos en el sepulcro y permanecer entre los enterrados? Cada vez, pues, que el mundo quiera retenerte, acuérdate de la palabra de Cristo: “¡Levantaos, vayámonos de aquí!”. Si estás vivo, esta palabra bastará para estimularte. Cada vez que quieras quedarte sentado, instalarte, que te complaces en permanecer donde estás, acuérdate de esta voz apremiante que te dice “¡Levántate, vayámonos de aquí!” Puesto que de todas maneras será necesario que te marches; vete tal como Jesús se va; vete porque él te lo ha dicho, no porque la muerte te lleva a pesar tuyo. Lo quieras o no estás en el camino de los que se van. Márchate, pues, siguiendo la palabra de tu Maestro, no porque te sientes forzado a ello. “¡Levántate, vayámonos de aquí!”… ¿Por qué te retrasas? Cristo camina contigo.
"El hijo del hombre es dueño del sábado"
La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua… Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación… La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo.
“El Esposo está con ellos.”
“Todo coopera al bien de los que aman a Dios” El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad: Así Santa Catalina de Siena dice a los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede: Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin. Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (carta) Y Juliana de Norwich: Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien...” Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese SABBAT definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
"Navega mar adentro, y echen las redes"
El anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo… Pero esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la santidad»… de la que todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. Me viene ahora a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras.
“Al llegar Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste acostada con fiebre.”
Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal. ¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección.
«¡Sal de este hombre!» Las tentaciones no deben asustarte; es a través de ellas que Dios quiere probar y fortificar tu alma, y él te da, al mismo tiempo, la fuerza para vencerlas. Hasta aquí tu vida ha sido la de un niño; desde ahora el Señor quiere tratarte como adulto. Ahora bien, las pruebas de un adulto son muy superiores a las de un niño, y esto explica porque tú, al principio te has turbado tanto. Pero la vida de tu alma pronto recuperará su calma, eso no va a tardar. Ten aún un poco de paciencia, y todo ira mejorando.
Deja,pues,caer estas vanas aprehensiones. Acuérdate de que no es la sugestión del Maligno el que hace la falta sino más bien el consentimiento que se da a estas sugestiones. Solamente una voluntad libre es capaz del bien y del mal. Pero cuando la voluntad gime por el efecto de la prueba infligida por el Tentador, y cuando ella no quiere lo que éste le propone, no solamente no hay falta sino que es virtud.
Guárdate mucho de caer en una agitación cuando luchas contra tus tentaciones, porque esto no haría sino fortificarlas. Es necesario tratarlas con desprecio y no ocuparte más de ellas. Vuelve tu pensamiento hacia Jesús crucificado, su cuerpo puesto entre tus brazos y di: «¡Esta es mi esperanza, la fuente de mi gozo! Me uno a él con todo mi ser, y no te dejaré hasta que no me hayas dado seguridad»
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