Los Santos y Santas de Dios.
San Adrián (s. III) MARTIR
San Adrián. Este último era un centurión romano, de la milicia imperial, en la época del emperador Maximiano, a finales del siglo III. En una ocasión, mientras custodiaba a 33 cautivos cristianos condenados al martirio, estos lo convirtieron a su fe cuando él les preguntó qué recompensa esperaban obtener por el castigo que estaban a punto de sufrir. "La gloria de Dios", fue la convincente respuesta.
Adrián los dejó libres y, desde luego, fue apresado por órden del propio emperador. Lo torturaron para que confesara dónde estaban los prisioneros, pero Adrián resistió. Ante su negativa, hicieron traer a su esposa, Natalia, para que presenciara el suplicio. Ella, que era cristiana en secreto desde hacía algún tiempo, en lugar de presionarlo para que confesara, le dio ánimos para resistir, para que no pensara el mundo terrenal, sino en la gloria divina.
Los torturadores, entonces, cortaron las manos del centurión, que murió desangrado. Su esposa escondió una de sus manos entre la ropa y huyó, al poco tiempo, junto a otros cristianos en un barco, llevando sólo la mano de su esposo. Pero en mitad de la travesía, una terrible tormenta dejó la nave a la deriva.
Entonces la mano de Adrián tomó el timón y llevó a los fugitivos a un sitio seguro. Luego, Natalia llevó la mano al lugar donde estaba enterrado el mártir, la puso junto al cuerpo y murió abrazada al esposo.
San Casimiro
Nació en el año 1458 y fue hijo del rey de Polonia y Gran Duque de Lituania. Supo practicar de manera eminente las virtudes cristianas, destacando sobre todo en la castidad y en la caridad con los más pobres y necesitados.- Fue un gran defensor de la fe y mostró especialísima devoción a la Eucaristía y a la virgen María. Murió joven y tuberculoso el año 1484 en Grodno (antigua Polonia) y está enterrado en Vilna (Lituania).
Santa Cunegunda Emperatriz
SANTA CUNEGUNDA o CUNEGUNDIS Emperatriz, Viuda (+ 1040)
Era hija de Sigfrido de Luxemburgo y de su santa esposa, Eduviges, quienes la educaron piadosamente. Cunegunda se casó con el duque Enrique de Baviera. Este le regaló un crucifijo oriental, idéntico, según parece, al que se halla actualmente en Munich.
Algunos autores posteriores afirman que ambos esposos hicieron voto de virginidad el día de su matrimonio, y el Martirologio Romano repite esa tradición, pero los historiadores actuales niegan que haya pruebas suficientes en su favor.
A la muerte del emperador Otón III, Enrique fue elegido rey de los romanos, San Wiligio le coronó en Mainz y Santa Cunegunda fue coronada dos meses después, en Paderborn. En 1013, fueron juntos a Roma para recibir la corona imperial de manos del Papa Benedicto VIII.
Cediendo, en parte, a los grupos de Santa Cunegunda, el emperador fundó el monasterio y la catedral de Bamberga, que fue personalmente consagrada por el Papa Benedicto VIII.
Durante una peligrosa enfermedad, la emperatriz prometió fundar un convento en Kafungen de Hesse, cerca de Cassel. Así lo hizo en cuanto recobró la salud y cuando murió su esposo, estaba ya a punto de terminar otro convento para las religiosas de San Benito.
Según parece, la emperatriz tenía una sobrina joven, llamada Judith, a la que profesaba mucho cariño y a la que había educado con gran solicitud. Santa Cunegunda nombró a Judith superiora del nuevo convento, no sin haberle dado antes muchos buenos consejos.
En el año 1024, el día del aniversario de la muerte de su esposo, Santa Cunegunda invitó a numerosos prelados a la dedicación de la iglesia que había construido en Kafungen. Después del canto del Evangelio, la santa depositó sobre el altar una reliquia de la cruz de Jerusalén, cambio sus vestiduras imperiales por el hábito religioso, y recibió el velo de manos del obispo de la ciudad.
Una vez en religión, pareció olvidar que había sido emperatriz, y se consideraba como la última de las monjas, convencida de que eso era a los ojos de Dios. Nada temía tanto como aquello que pudiera recordarle su antigua dignidad. Oraba y leía mucho y se dedicaba especialmente a visitar y consolar a los enfermos.
Así pasó los últimos años de su vida. Murió el 03 de Marzo de 1033. Su cuerpo fue sepultado en Bamberga junto al de su esposo.
Santa Ángela de la Cruz
ÁNGELA DE LA CRUZ, (1846-1932)
(María de los Ángeles Guerrero González)
Nació en Sevilla el 30 de enero de 1846. Desde muy pequeña tuvo que abandonar la escuela para trabajar como obrera en un taller de zapatería. En 1871, con un acto privado prometió al Señor vivir según los consejos evangélicos.
En su experiencia de oración vio una cruz vacía frente a la de Cristo crucificado y recibió la inspiración de inmolarse junto a Él por la salvación de las almas. Esta experiencia espiritual esclareció el horizonte de su vida y la del Instituto que iba a fundar. Obedeciendo a su director, comenzó a escribir un diario espiritual en el que fue detallando el estilo de vida de sus hijas. En 1875 dio comienzo el Instituto de Hermanas de la Compañía de la Cruz que se distinguiría por el servicio a Dios en los hermanos más pobres “haciéndose pobre con el pobre para llevarlo a Cristo”.
Este lema fue llevado a su vida y fundamenta la espiritualidad y misión de la Compañía de la Cruz. Admirada de todos y llamada por el pueblo “madre de los pobres”, despreciando toda gloria humana y buscando la total humillación, se durmió en el Señor en Sevilla a la edad de 86 años el 2 de marzo de 1932.
Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, y canonizada por el mismo en Madrid el 4 de mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la casa madre y su memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
San Rosendo
Obispo y abad Nació Rosendo el 26 de noviembre del 907. Lo bautizó Sabarico, tío paterno del recién nacido. Ante el acontecimiento, agradecidos los padres, intensifican las buenas obras construyendo y dotando monasterios.
Es nombrado Obispo cuando sólo tiene dieciocho años, en el 925. Sucede a su tío Sabarico en la sede de Mondoñedo. Pide al Señor la paz que buena falta hacía entre su pueblo. Se gana la confianza de los abades del entorno, dirime contiendas entre los nobles, soluciona pleitos, reconcilia penitentes y aconseja en las dudas; también apaga rencores, cura las heridas de la envidia tan presente en todos los tiempos, pacifica matrimonios, sofoca conspiraciones y serena ánimos inquietos.
Abundando en el influjo social, contribuye poderosamente en la abolición de la esclavitud. Pero en el año 955 le llega una orden un tanto extraña del rey Ordoño III. Ahora comienza a ser, además de obispo, militar y político de su tiempo. Luego, los normandos invadieron, en el 968 y por mar, las costas de su territorio; los expulsa de sus feudos mandándoles a don Gonzalo.
La sede de Santiago queda vacante en ese tiempo y es la infanta Margarita, tutora del rey don Ramiro III, quien le insta para que la acepte. Cuida de nuevo del clero, rehace monasterios, atiende a los fieles, asegura aspectos civiles de los bienes eclesiásticos, asiste al concilio de León acompañado por san Pedro de Mezonzo e impregna de dinamismo apostólico a los a los clérigos y a los monjes. Pudo pasar los tres últimos años de su vida en el monasterio de Celanova, rezando, predicando y dando ejemplo. Murió el 1 de marzo del 977.
San Gabriel de la Dolorosa
Nació en Asís el 1 de marzo de 1838. Era el undécimo de trece hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 4 años. Su padre era juez en la ciudad y al quedarse viudo se ocupó personalmente de su formación. Era un hombre creyente que, junto a su esposa, había alentado a sus hijos a compartir diariamente prácticas de piedad como el rezo del rosario. Sostenidos por su confianza en Dios afrontaron la desaparición de cinco de los hermanos. La sensibilidad de la que hacía gala se puso de manifiesto también con la educación de Francisco. Éste tenía lo que se dice mal genio.
Un carácter impulsivo y tendente a la ira, que su progenitor se preocupó de templar a través de la selecta educación que le proporcionaron los hermanos de las Escuelas Cristianas y los jesuitas con quienes les llevó a estudiar. El mundo en cierto modo le atraía, y como era un líder, fácilmente sobresalía en cualquier lugar. Después, la indómita personalidad, atenuada progresivamente, dejó traslucir un «temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso; poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad...
Era de palabra fácil, apropiada, inteligente, amena y llena de una gracia que sorprendía...». Además, poseía innegable atractivo: alto, bien formado, y le acompañaba incluso su tono de voz. Esmerado en el vestir –iba a la última– tenía dotes para el canto, la poesía y el teatro. Sensible y proclive al enamoramiento, se sentía atraído por la lectura de las novelas. Pero como en su interior mantenía siempre viva su fe cristiana (incluso tenía en su habitación una escultura de la Piedad que veneraba), después experimentaba una honda tristeza y abatimiento. A veces acompañaba a su padre al teatro, y lo abandonaba a escondidas para rezar bajo el pórtico de la cercana catedral, regresando de nuevo antes de que acabara la función.
Dios tocó su corazón por medio de una grave enfermedad. Aterrorizado por ella, prometió que si sanaba, abandonaría la vida que llevaba. Se curó, pero no cumplió su palabra. Con todo, llamó a la puerta de los jesuitas y aunque fue aceptado, pensó que le convenía una comunidad más rigurosa. Nuevamente estuvo a punto de morir, y seguro de que manteniéndose fiel a Dios, sanaría, tocado por el ejemplo del beato Andrés Bobola, al que había pedido su mediación, efectivamente se curó. Solo le quedaba cumplir su promesa ingresando con los jesuitas. Sin embargo, dejó pasar el tiempo.
Entonces perdió a la hermana que más quería a consecuencia de una epidemia de cólera, y lo interpretó como un signo divino inaplazable. De modo que, comunicó a su padre la decisión que daría el rumbo definitivo a su existencia. A su progenitor le parecía que un joven tan mundano como él no iba a encajar fácilmente en esa forma de vida y desistiría de su empeño prontamente. En esa época, intervino María. El 22 de agosto de 1856, cuando Francisco asistía a la procesión de la «Santa Icone» en Spoleto, donde residía, la Virgen le dijo:«Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa». Y el 10 de septiembre de 1856, con 18 años, ingresó en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata). Al profesar tomó el nombre de Gabriel de la Dolorosa.
Efectivamente, y tal como su padre pensó, la diferencia entre la vida que había llevado y la conventual le costó grandes esfuerzos a todos los niveles. En nada se parecía la frugalidad de una mesa sobre la que se extendían humildes viandas con los apetitosos bocados que había gustado en su casa. Los horarios, la disciplina… Se sobrepuso a todo. Y después, hizo notar en sus escritos: «La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles». Se formó en Preveterino, Camerino e Isola feliz de poder convertirse en sacerdote, pero Dios tenía otros planes para él.
Nunca se quejó, soportó santamente las humillaciones, y fue admirado por sus hermanos por la amabilidad de su trato, su fervor, y la fidelidad en el cumplimiento de lo que se le indicaba: «Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua», decía. Refugiado en Cristo y tan alejado de la notoriedad, hasta quemó sus experiencias místicas que habían estado cuajadas de favores celestiales que anotó. Paciente, humilde y obediente supo sacar partido a las mortificaciones y penitencias, creciendo en la santidad a través del dominio de la voluntad en las pequeñas cosas del día a día.
A punto de ser ordenado sacerdote en 1861, contrajo la tuberculosis. Tenía presente la Pasión de Cristo y le habían consolado «Las glorias de María» de san Alfonso María de Ligorio, que acrecentaron su devoción por la Virgen. Tras un año de sufrimientos, ofrecidos como víctima expiatoria a Cristo, dando heroico testimonio de paciencia y de conformidad en tan doloroso proceso, murió en Isola del Gran Sasso, Teramo, el 27 de febrero de 1862. Fue canonizado el 13 de mayo de 1920 por Benedicto XV.
San Néstor Magido
Obispo de Magido, Mártir
Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edito de persecución contra los cristianos. Néstor, obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los paganos, y comprendió que era necesario buscar sitios de refugio para sus fieles. Rehusando a ser oculto, el Obispo esperó tranquilamente su hora de martirio, y cuando se encontraba en oración, oficiales de la justicia fueron en su búsqueda.
Luego de un extenso interrogatorio y amenazas de tortura, el Obispo fue enviado ante el gobernador, en Perga. El gobernador trató de convencer al santo –primero con halagos y luego con amenazas- de que renegara de la religión cristiana, pero Néstor se mantuvo firme en el Señor, siendo enviado al potro, donde el verdugo le desgarraba la piel de los costados con el garfio.
Ante la firme negativa del santo de adorar a los paganos, el gobernador lo condenó a morir en la cruz, donde el santo todavía tuvo fuerzas para alentar y exhortar a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo porque cuando el Obispo expiró sus últimas palabras, tanto cristianos como paganos se arrodillaron a orar y alabar a Jesús.
Beata Maria Ludovica
“El ángel de los niños enfermos” El 24 de octubre de 1880 nació en San Gregorio, pequeño pueblo de montaña en la región de los Abruzos, Italia, Antonina De Angelis hija de Ludovica De Angelis y Santa Colaianni, humildes labradores de la región, quienes enseñaron a la pequeña sus primeras palabras y oraciones al mismo tiempo que infundían en ella el amor a Nuestro Señor Jesucristo, la devoción a la Santa Virgen María, a la misa dominical y a los sanos principios de castidad y caridad cristiana.
Antonina creció en ese hogar devoto y piadoso, ayudando a sus padres y llevando una vida ejemplar hasta que, a fines de 1904 , anunció que estaba decidida a abrazar la vida religiosa, ingresando el 14 de Noviembre de ese mismo año en el noviciado de las Hijas de la Misericordia. En mayo de 1905 vistió el hábito y tomó el nombre de María Ludovica, con el que pasaría a la inmortalidad . El 3 de ese mes hizo sus votos de obediencia, pobreza y castidad para dedicarse, durante los dos años siguientes, a la oración, al cuidado de la niñez y al socorro de los menesterosos.
El 14 de noviembre de 1907 su congregación la envió a la República Argentina, con un reducido grupo de religiosas que arribó al puerto de Buenos Aires el 4 de diciembre, encaminándose a la ciudad de La Plata donde, llamada por las damas de la Sociedad de Beneficencia, se incorporó al incipiente Hospital de Niños local, fundado el 6 de septiembre de 1887. Sor Ludovica supo brindar al Hospital de Niños una calidez especial con la que superó la típica frialdad de esas instituciones, estableciendo con éxito el espíritu de familia entre internados, médicos, enfermeros y directivos. Después de su fallecimiento, acaecido el 25 Febrero de 1962, cuando contaba 82 años de edad, el merecido homenaje pudo realizarse. Durante su sepelio, el Dr. Carlos Boffi, director del Hospital, manifestó que por entonces funcionaba “ … 25 servicios con capacidad de 600 enfermitos.
Todo es obra concebida, dirigida y obtenida por la Superiora, Madre Ludovica”. Con su desaparición, los niños enfermos no solamente perdieron una madre sino a un verdadero ángel protector. En el año 2004 fue beatificada por el Papa Juan Pablo II, después de haber sido reconocido un milagro de curación en una niña platense de pocos años de edad. De comprobarse un milagro más, la venerable religiosa de las Hijas de la Misericordia accederá a la santidad que ya tiene ganada por la grandeza de su obra en pro de los niños enfermos y necesitados.
San Modesto Tréveris
Modesto († 486)
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles de Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un obispo.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las guerras.
Se refugia en la oración; allí gime en la presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el ruego con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre los fieles que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió el 24 de febrero del año 486.
San Policarpo Esmirna -MARTIR
Obispo y Mártir.San Policarpo fue uno de los discípulos del apóstol San Juan Evangelista. Los fieles le profesaban una gran admiración. Y entre sus discípulos tuvo a San Ireneo y a varios santos más.
San Policarpo era obispo de la ciudad de Esmirna, en Turquía, y fue a Roma a dialogar con el Papa Aniceto para ver si podían ponerse de acuerdo para unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los cristianos de Asia y los de Europa. Y caminando por Roma se encontró con un hereje que negaba varias verdades de la religión católica. El otro le preguntó: ¿No me conoces? Y el santo le respondió: ¡Si te conozco. Tu eres un hijo de Satanás!
Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma, encadenado para ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó emocionado sus cadenas. Y por petición de San Ignacio escribió una carta a los cristianos del Asia, carta que según San Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos cristianos.
El pueblo estaba reunido en el estadio y allá fue llevado Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: "Declare que el César es el Señor". Policarpo respondió: "Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios". Añadió el gobernador: ¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y salvará su vida. A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así: "Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y El nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo".
El gobernador le grita: "Si no adora al César y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas",. Y el santo responde: "Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el pueblo empezó a gritar: ¡Este es el jefe de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses ¡ Qué lo quemen! Y también los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre él a Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas pero él les dijo: "Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valora para soportar este tormento sin tratar de alejarme de él". Entonces lo único que hicieron fue atarle las manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró así en alta voz: "Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Cestial por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar su oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante nuestros ojos y a la vista de todos los que estábamos allí presentes (sigue diciendo la carta escrita por los testigos que presenciaron su martirio): las llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, enseguida la hoguera se apagó"
"Los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus huesos y los veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y los llevamos al sitio donde nos reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de febrero del año 155. Esta carta, escrita en el propio tiempo en que sucedió el martirio, es una narración verdaderamente hermosa y provechosa.
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