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Yo creo en Dios, y en Jesús, su Hijo, que nació de una virgen, resucitó al tercer día después de su muerte y subió al cielo, que caminó sobre las aguas,... y tú?

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19/11/2012 23:08

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 20

 

 

 

 

Fue entonces cuando Dios habló. Y nos dijo a todos lo que habíamos hecho bien y lo que habíamos hecho mal. Nos habló, ante todo, de eso: del Bien y del Mal. Pero también de la justicia, de la verdad, de lo noble, de lo santo. De lo correcto y lo incorrecto. De lo recto y lo desviado. De lo que es perfecto y de lo que no lo es. De la línea que separa lo lícito y lo ilícito, de la esperanza de los gozos del Cielo, de la felicidad de seguir el camino que lleva a la vida. Nos explicó que era la vida de los espíritus, pero también se explayó en que entendiéramos cómo era la muerte interior de los espíritus, aunque estos fueran mantenidos en el ser. Era

 

auténticamente un Padre que hable a sus hijos. Aun así, los inicuos se mantuvieron en sus posiciones. El Ser Infinito habló como un Maestro. También habló como Rey.

Daba la sensación de que iba a iniciarse una larga discusión entre los más sabios de las glorias, con todo el mundo angélico de espectador. Daba esa sensación, pero Dios iba a pedir más. Aquello era una prueba, y el Santificador debía pedir más a los ángeles, para forjar sus espíritus en el fuego de la prueba.

El Misterio de la Encarnación no era todo. Se nos reveló la historia de iniquidad que corrompería a los hombres. Esos seres finitos, ingratos, encima iban a rebelarse. No sólo no le iban a estar eternamente agradecidos y cantar sus alabanzas con todas las fuerzas de sus almas, sino que iban a rebelarse y le iban a matar. Increíble. ¿Podía ser semejante absurdo? Por lo menos parecía absurdo. Que te den la máxima prueba de amor, y tú respondas con un odio desenfrenado. Aquello no eran seres humanos, eran fieras. ¿De pronto, el mundo de la lógica se habían hundido?

¿Se suponía que teníamos que adorar a un Dios Crucificado? Nosotros, seres gloriosos, ¿debíamos arrodillarnos ante aquel cuerpo llagado, ensangrentado, cubierto de heridas, sufriente, doliente hasta el límite? El Altísimo así nos lo pedía. Dios nos mostraba esa imagen y nos decía: estoy detrás de este anonadamiento. La Omnipotencia, la Majestad más grande que podáis imaginar, vosotros que aún no me habéis visto, está detrás de lo que se ve pendiendo en la Cruz.

Jamás podréis haceros de una idea de nuestros sentimientos al ver que ese Dios que es Luz, que esa Segunda Persona que es Luz de Luz, ¡iba a ser crucificada! Ya era un exceso la Encarnación. Pero la visión de la crucifixión fue algo apabullante.

Más y más ángeles se dijeron: Tiene razón Lucifer. Dios no puede pedirnos algo contrario a la lógica. La duda apareció. Hay que tener en cuenta que los ángeles todavía no veían a Dios. Tenían que tener fe. Debían fiarse. Sólo veíamos esa Esfera Infinita. Sí, tan distinta de todos los ángeles. Habíamos nacido a la existencia por un designio suyo. Hasta allí de acuerdo. ¿Pero y si, al final, Dios no era Dios? ¿Y si Dios únicamente era un ángel muy poderoso? ¿Y si sólo era un Lucifer más grande? ¿Y si Dios era un espíritu finito de otra especie, cualitativamente superior, pero finito al fin y al cabo?

En cualquier caso, el puñal había sido clavado en muchas mentes: si Dios nos pide algo incorrecto, entonces ya no es Dios. La duda era difícil de expulsar de nuestros corazones. Las razones de Lucifer se clavaron como puñales en nuestras mentes. Otros razonaban que Dios era Dios, pero que tal vez cabían errores en Él.

Más ángeles salieron en defensa de la obediencia a Dios: debemos tener fe en Él. Él nos ha creado. Pero el discurso luciferino era duro como el hierro, afilado como una espada. Conforme sus razonamientos avanzaban, algunos se dieron cuenta de lo venenosas que eran sus palabras y protestaron con toda la energía de su propia dignidad.

Algunos comenzaron a hacer coro con Lucifer. ¿Por qué ser humildes? ¿Por qué hay que ser obedientes? ¿Por qué someternos? ¿Por qué no podemos ser libres? Satán no quiere hacer daño a nadie, repetían, no quiere hacer de menos a nadie, sólo quiere la libertad, el imperio de la razón. Había comenzado la guerra.

18/11/2012 22:34

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 19

 

Y nuestro gran teólogo nos habló con un discurso de una insuperable sutileza. Sus argumentos estaban dotados de la capacidad de hechizar. Pero no porque hubiera magia en ellos, no. La única magia presente era la de una formidable inteligencia.

Ante el discurso rebelde de Satanás, la masa de oyentes había quedado atónita, y por tanto silenciosa. Y, entonces, en mitad del estupor que embargó todo el Cielo ante ese primer discurso Lucifer, se escuchó su rotunda afirmación: ¡Quién como Dios!

Su afirmación fue como un puñetazo en mitad de la mesa. Y la repitió por segunda vez con tal gallardía, que sus palabras valieron por un discurso. Fue como un grito que despertó a todos. Su exclamación para muchos fue más convincente que todas las razones del Rebelde.

Y así, él, el pequeño Miguel, se plantó justo ante Lucifer y le dijo a la cara: ¡eres un soberbio! En un primer momento, cuando Lucifer todavía era respetado, cuando estaba en la cima de su honor, nadie se hubiera atrevido a hacer eso. Pero él era impávido y las palabras de Miguel poseían tal convicción, que hirieron profundamente a Lucifer. Para él fue tan doloroso, que tuvo que volver sus espaldas ante Miguel y retirarse. Lucifer lloró de rabia, pero no lo pudo resistir.

Hubo exclamaciones en todo el mundo angélico. Unas de incredulidad, otras airadas. En el tiempo personal de cada ángel, Lucifer debió llorar durante horas. Pero en nuestro tiempo general, regresó Lucifer pronto. Lucifer se había rehecho, el combate comenzaba. Algunos le miraron con admiración en cuanto volvió a aparecer. La admiración hacia el caudillo había surgido. Y aunque voces sueltas se pusieron frente a Lucifer, él siguió su razonamiento. Hablaba como un maestro, había seguridad en su voz, daba razones. Detrás lo que había era resentimiento. Pero no mostró ni un ápice de esa secreta amargura. Ni él mismo era consciente de que reaccionaba bajo la embriaguez del orgullo herido.

Muchos entre los ángeles siguieron doblegándose ante la imagen del Crucificado. De inmediato multitudes rehusaron seguir escuchando al Rebelde, volvieron la espalda a Lucifer y miraron la revelación de Jesucristo reconociéndolo como futuro Rey; mientras las palabras malditas de la rebelión seguían resonando como un eco en los corazones de todos los ángeles. Un eco que hacía daño a unos, un eco que deseaban borrar otros. Pero un eco que ya no desaparecía.

Así estaban las cosas ante la profecía proferida por la boca de Dios. Daba la sensación de que se había caído en un cierto estatismo. Seguían arrodillándose más ángeles, pero a un ritmo mucho menor. Eran tantos trillones de espíritus que a ese ritmo tardarían siglos en arrodillarse todos. Pero era como si ese eco luciferino hubiera hecho que todos se pensasen más las cosas. Se había caído en una especie de impasse. Muchos no sabían qué hacer. No eran malos, pero estaban perplejos.

17/11/2012 21:00

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 18

 

Los ángeles iban adorando paulatinamente. Conforme sus inteligencias se rendían y sus voluntades abrazaban las decisiones de Dios, aun sin comprenderlas. No todos adoraron en un solo momento. A unos les costó más entender, a otros les costó más doblar su rodilla. Pero Dios no nos probó por probarnos. En la prueba, había aparecido la fe. Éramos seres gloriosos, pero debíamos entender que ante Él éramos niños. Debíamos aprender a confiar y mostrar con obras que confiábamos. La belleza de la fe apareció en el seno de los ángeles. En algunos apareció la mancha de haberse resistido a la fe. La quinta parte de los ángeles ya habían doblado su rodilla e inclinado su cabeza.

Lucifer estaba con la boca abierta. No podía creer lo que veía. Estaba atónito. De pronto, un sentimiento le llenó de amargura: no había sido él el elegido para recibir la unión hipostática.

Él era mucho más noble y perfecto que un vulgar mamífero como el ser humano que andaba sobre dos patas, cubierto parcialmente de pelo, acabadas uñas en los extremos de sus miembros. Si en alguien hubiera debido encarnarse Dios, ése era él. ¿Por qué tomar una naturaleza humana, cuando podía haber tomado una naturaleza angélica? ¿Por qué?

El gran teólogo que era Lucifer evaluó las posibilidades por las que tal unión hipostática hubiera podido haberse llevado a cabo en él mismo, Lucifer, sin perder su propio yo. Él, Lucifer, hubiera sido el vaso más perfecto para contener a la Divinidad hecha criatura sin dejar de ser Dios. ¿Por qué Dios escogía lo más imperfecto? ¿Por qué Dios no hacía lo más adecuado?, pensó. ¿Por qué Dios me humilla?

Muchos ángeles se volvieron a Lucifer. Su mirada era una pregunta llena de ansiedad. ¿Por qué no te arrodillas? El silencio y la mirada fija del Príncipe hicieron que surgiera la inquietud en muchos. Más y más ángeles sorprendidos se volvieron hacia nuestro Sumo Sacerdote. Está inmóvil, él no se ha arrodillado, decíamos. Una quinta parte de las glorias había adorado a Cristo Crucificado como Rey. El resto se hallaban aún asimilando la dura idea, aunque más y más iban cayendo con humildad, gradualmente, sobre sus rodillas.

La inmovilidad de Lucifer era enigmática como un pozo sin fondo. En vano escrutaban su gesto hierático, sus labios clausurados por el silencio, sus facciones pétreas como una montaña que no se mueve. El Príncipe les mostraba un rostro carente de gesto alguno, era una esfinge seria que entrecerraba los ojos llenos de majestad, de dignidad, de respeto hacia sí mismo. Lentamente abrió los labios y exclamó carente de emoción alguna: NO.

Pronunció esta palabra de forma seria y rotunda, sin ningún enfado. Fue como el NO de la dignidad. Lo pronunció como un rey desde su trono. Si él hubiera tenido pulso, éste no se habría acelerado lo más mínimo.

Miríadas de ángeles no podían creer lo que habían escuchado. No podían haber escuchado bien. Algo había pasado, tenía que haber alguna explicación: no podía ser aquello.

Lucifer, el Teólogo, el Sabio, volvió su rostro hacia los ángeles. No os dais cuenta de que esto no puede ser. De que Dios no nos puede pedir un sinsentido. No sois vosotros los que os tenéis que violentar para aceptar lo inaceptable. Es Dios quien ha hecho algo incorrecto.

16/11/2012 21:34

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 17

 

 

 

Pero llegó un momento en que hubo que pensar en todos los ángeles y no sólo en la historia personal de uno de ellos, y llegó el momento de la Revelación. Se hizo el silencio en los Cielos, el firmamento calló, y Dios habló de un modo solemne.

Nos reveló que un día crearía un universo material. Vimos la vida florecer en él. Nos dijo que crearía a la Humanidad. Aquello nos llenó de alegría. El plan de Dios era algo que jamás se nos hubiera ocurrido: ¡materia! Nos sorprendió, hasta entonces sólo habían existido entidades espirituales. No dijimos: ¿para qué? Simplemente, nos sorprendió.

Y entonces añadió que hasta ahora le habíamos adorado a Él como Dios, pero que ahora nos pedía algo más difícil: que le adoráramos hecho hombre. Dios se iba a hacer hombre, le debíamos adorar como Dios hecho hombre. Jesucristo será su nombre. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la cual para nosotros era un misterio, se revelaría a los humanos. Con una ciencia infusa supimos, al momento, cómo sería la existencia de los humanos sobre un mundo material que crearía para ellos. Se nos reveló qué implicaba ser humano en sus líneas generales y en sus detalles.

Eso nos dejó a todos petrificados. Dios hecho hombre iba a comer, a beber, a dormir, iba a ser picado por los mosquitos, a tropezar y caer en el suelo, a ser amamantado como una cría de mamífero, si su pie pisaba algo cortante, sangraría. Aquella Esfera que contenía infinitos mares de luz, iba a reducirse al tamaño de una hormiga. Aquella Trascendente Pureza Inmaculada iba a convertirse en algo que comería como un perro o un gato. Dios se nos mostró bajo el Misterio de la Encarnación, y nos dijo: adoradme bajo esta apariencia, adoradme bajo estos ropajes humanos.

Pero aquello era mucho más que una apariencia o que un ropaje. Si se me permite una expresión, digamos, brutal, podríamos afirmar que la Luz de Luz se hizo carne.

No nos lo podíamos creer. Dios había cesado de hablar y el silencio del Cielo continuó. Estábamos atónitos. Lo más grande reducido a lo más pequeño. Lo más sublime, la Luz más pura, reducida a una masa de carne sanguinolenta, luchando por respirar, cubierta de esputos, atormentada.

Con vehemencia, con toda la fuerza de su corazón, algunos de nosotros hicimos genuflexión ante la imagen futura del Crucificado. Más y más les siguieron, arrodillándose, haciendo el acto de adoración más intenso que nunca hubiéramos visto nunca. En ese momento muchas inteligencias se humillaron ante los planes de Dios. Creímos en Dios. Hicimos un acto de fe en Aquél que no puede errar. Si la Trinidad decidía ese exceso, ese acto de amor más allá de toda medida, nosotros lo aceptábamos aunque no lo entendiéramos. Tuvimos que esforzarnos, tuvimos que confiar. Debíamos aceptar nuestros límites para entender un amor que

 

era mucho mayor que el nuestro. Ese acto de doblegar nuestros entendimientos, nos costó, pero nos ennobleció. Por primera vez apareció en muchos ángeles una virtud que no había existido en ellos: la fe. Digo en muchos ángeles, porque los ángeles ascetas sí que habían muerto a sí mismos, y ellos ya habían crecido mucho en la fe. Ellos habían sido nuestros precursores en la fe. Así como también vosotros tuvisteis vuestros precursores, también nosotros. Ellos no habían conocido aún al Hijo del Hombre, y ya habían muerto a sí mismos. No hace falta decir que los ángeles ascetas fueron los primeros en doblar su rodilla ante la imagen de la Sabiduría Encarnada.

15/11/2012 21:09

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 16

 

 

Resulta difícil resumir en un par de párrafos una historia que fue muy larga, en la que hubo muchas fases, y regresos y vueltas a empezar. En Lucifer hubo propósitos y recaídas en la tibieza. Momentos en los que se dijo con todas sus fuerzas: debo amar más al que todo me lo ha dado. Seguidos de cada vez más largos periodos, en los que consideraba que sus proyectos eran tan importantes, que tenía que sacrificar (muy a su pesar) esos propósitos. Es que todo gravita sobre mí, se quejaba. Queja falsa, pues deseaba que todo gravitase en él. Pues buscaba que todo se sustentase en él. Por supuesto que de vida ascética nada. Los pequeños propósitos de mortificación, quedaban muy lejos. Los tiempos de reclusión en sí mismo, de retiro, para examinarse, no eran posibles para él. Yo, a diferencia de otros, debo sacrificarme. Pero lo hago por el bien de ellos. Lucifer no se apercibía, pero el bien de otros y su propio honor cada vez se identificaban más, cada vez eran una sola y misma cosa. Lucifer se había transformado en un ser volcado en lo externo.

Dios nos lo contó todo mucho después. Pero a través de todas estas etapas, resultaba cada vez más evidente que hubo un acrecentamiento de la propia consideración que Lucifer tenía de sí mismo. Pero todavía no hubo ningún pecado. Aun así, Dios le habló tantas veces al corazón completamente a solas, porque sabía que se acercaba el momento de la Revelación que iba a realizar al mundo angélico. Y que Lucifer, lejos de prepararse mejor, había evolucionado de forma que podían darse fracturas en su voluntad firme de servir a su Creador.

De hecho, aunque nadie lo supo, el momento de la Revelación se retrasó para que Lucifer creciera en humildad. Dios después nos lo dijo. Varias veces retrasó ese momento. Varias veces le dijo que la Revelación iba a suponer una gran prueba para él y que tenía que prepararse. Hijo mío, el viento y las tensiones van a ser muy fuertes: tienes que prepararte. Lucifer, entonces, hacía una profunda y solemne postración ante la Divinidad.

Sea cual sea la prueba, deseo ser obediente a tus mandatos, contestaba. Ni siquiera te digo que te seré perfectamente fiel. Tan solo te digo, que deseo ser fiel. Y protestaba esto con todo su corazón, con sinceridad. Lucifer, entonces, no pensaba en un pecado mortal. Sólo pensaba que, como mucho, podía caer en el pecado venial. El que todo lo sabe, le miraba. Le miraba y callaba. Ya le había dicho, una y otra vez, todo lo que tenía que decirle. Dios, finalmente, se encontró con dos posibilidades: o seguir adelante con la

 

prueba (a pesar de las ocultas debilidades internas de Lucifer, que podían provocar fracturas en voluntad) o quitarle el poder que tenía (con lo cual sí que consideraría que tenía una razón para rebelarse, pues no le había sido infiel). La debilidad espiritual de su hijo no le dejaba más que esas dos opciones. La decisión de Dios optó por seguir adelante. Era lo más sabio.

Lucifer era libre y, aunque le costase, podía superar sus propias tentaciones y ser fiel. Y aunque cayera, podía finalmente salir airoso de la prueba sólo con manchas veniales. Si Lucifer se sobreponía, saldría de la prueba más obediente, más humilde. Aun así, su Padre volvió a retrasar el momento de la prueba. Volvería a aconsejarle, volvería a ofrecerle más tiempo.

14/11/2012 20:44

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 15

 

 

Como ya he mencionado, entre los ángeles-sacerdotes había jerarquías. Lucifer era de la más alta jerarquía de los que ofrecían el sacrificio de alabanza. Él era el Sumo Sacerdote. Él presentaba fielmente nuestras oraciones ante Dios, nuestra alabanza. Su voz profunda y poderosa se elevaba por encima de nuestros coros para honrar el Nombre Sacratísimo. Antes he dicho que a él le llevaban nuestras alabanzas y oraciones para que se las presentara a Dios, es correcto, pero sería también adecuado afirmar que ese ángel sin igual era el altar donde se depositaba ese incienso.

Lucifer era teólogo y sacerdote, Corona de la Creación, sabio, sí, sabiduría unida a la fuerza, Trono de los Tronos, Príncipe de los Príncipes. Hay una afirmación que lo resume todo: inferior sólo a Dios. Por supuesto que la distancia entre el Absoluto y él era infinita. Pero recordad también que Lucifer estaba más próximo a nosotros. Os parece imposible que algunos de nosotros cayeran, teniendo enfrente a Dios. Pero recordad que era más fácil comprender a una criatura, que no a la Trascendencia. El Fundamento Absoluto estaba velado por las nubes de la trascendencia. Mientras que la criatura se nos mostraba como un objeto más comprensible a nuestros entendimientos.

Por todo lo cual, algunos ángeles se excedían en su admiración por él. Algunos espíritus iban más allá de lo razonable, de lo justo, de lo adecuado. Pero eso no le afectó. Lucifer era recto y honrado. Todas las glorias

 

no sólo le respetábamos, sino que le queríamos. Era el espejo de Dios. La omnipotencia de Dios se reflejaba en él. Ciertamente que un reflejo no es igual a la realidad. Pero Dios Creador se reconocía a sí mismo en la criatura. Lucifer había sido hecho a imagen y semejanza de Dios. También el resto de las miríadas celestes, pero las criaturas somos muy dadas a idolatrar lo que es finito.

Le admirábamos. Pero había algo que no sabíamos. Nosotros no lo sabíamos, pero Dios le hablaba, a menudo, a solas. Las palabras paternales del Fundamento Supremo le advertían que se dejaba llevar por pensamientos mundanos. No es que pensara cosas malas, no. Pero Lucifer se dispersaba en asuntos que enfriaban su corazón. Sus propios proyectos intelectuales le quitaban tiempo de estar con Dios. La comunicación con otros ángeles fue ocupando más y más tiempo del que debería haber ocupado en la conversación con su Padre. De forma casi imperceptible, su amor se fue enfriando.

No os equivoquéis: él no había cometido ni siquiera un pecado venial. Pero sin darse cuenta su psicología fue cambiando. Se trató de un cambio que estuvo muy oculto dentro de sí. Pero aunque nosotros no nos apercibimos, Dios sí que le hablaba con frecuencia; y le advertía.

13/11/2012 21:46

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 14

 

 

 

Lucifer daba la sensación de que él solo valía más que todo el resto de las jerarquías angélicas. No era así, pero daba esa impresión. Si uno se ponía detrás de él, como os he explicado con la Luna, uno a veces tenía la idea fugaz de que él parecía Dios. Sé que os puede sonar blasfemo. Pero si no atisbáis esto, difícilmente entenderéis cómo tantos se alinearon en sus filas. Nosotros no éramos tontos. No éramos niños a los que se puede engañar con un discurso de tres al cuarto. Os lo repito, si os poníais justo detrás de él en una

 

determinada posición: él parecía Dios. Sólo cuando te movías y lo veías en comparación a Dios, entonces pensabas: ni siquiera él es Dios.

Él fue el primero en surgir de Dios hacia la oscuridad de la noche, por eso se le llamó Estrella de la Mañana. Pues la Estrella de la Mañana es también la primera en aparecer en la oscuridad de la noche. Y ésta fue la primera estrella que brilló en la noche de la Creación. Después aparecieron todos los demás ángeles en el firmamento.

Lucifer significa también el que trae la luz. Y verdaderamente él nos traía la luz, porque nos explicaba tan bien cómo era El-que-es. Era placentero escucharle, porque Lucifer era bueno, amaba a Dios, tenía buenos sentimientos y nos los compartía, sólo deseaba hacer el bien a los demás. Vosotros habéis oído hablar de él sólo de cuando ya era malo. Pero no fue siempre así. También él tuvo su historia. Una historia con muchos capítulos de la que sólo sabéis su final.

Verdaderamente, fue lo mejor de entre nosotros, él, lo que se corrompió. Su bondad, su autoridad, su ascendiente eran completamente merecidos. Su boca habló de Dios, como nadie lo había hecho nunca. Cierto que los ángeles más santos nos explicaban a Dios de un modo más místico. Cierto que ellos nos revelaban misterios de Dios que sólo se pueden conocer por la connaturalidad que produce la santificación. Pero nadie explicó a Dios desde la mera inteligencia, como Lucifer lo hizo. Theologus Maximus, el teólogo máximo, ése era su sobrenombre. Su voz era una sinfonía. Su mirada penetraba hasta increíbles profundidades de las simas de Dios.

Algunos entre nosotros eran Tronos, algunos eran Príncipes. Lucifer era Trono de los Tronos, y Príncipe de los Príncipes. Si comprendierais cómo era esta obra maestra de Dios, entenderíais por qué Dios mismo elogia su propia obra en el Libro de Job al hablar del Leviatán. Y es que ni siquiera su pecado ha destruido la obra del Creador. Incluso en su pecado, permaneció con su fuerza. Incluso en su pecado siguen brillando las joyas que Dios engarzó sobre la superficie de su corona.

 

12/11/2012 19:54

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 13

En la cúspide de esta pirámide angélica, en el vértice de esta jerarquía, estaba el más admirable espíritu angélico: Lucifer. La obra maestra de Dios. El vértice de la Creación. El más poderoso. El más inteligente era también el del más alto rango sacerdotal. Él era el que oficiaba justo delante de la Esfera. Oficiaba revestido no con las telas materiales de vestiduras sacerdotales, sino con dones admirables de naturaleza espiritual. Se presentaba ante la Sabiduría revestido de verdaderas gemas del intelecto. No voy a decir que Lucifer lucía una corona, porque en realidad él mismo era la corona de la Creación. Él mismo era corona, y él mismo estaba coronado con gemas tanto intelectuales como espirituales. Sí, también espirituales, pues era bueno, muy bueno. Aunque no era él el más santo entre todas las glorias. Pues la santidad no tiene que ver con la naturaleza. Y así, otros ángeles más pequeños habían sido más generosos en el amor. No ama necesariamente más el más inteligente. Aun así, Lucifer era muy bueno, y sin vanagloriarse lucía preciosos tesoros de naturaleza espiritual sobre su cabeza. Impresionante era la comprensión de la naturaleza de Dios que él tenía. Lucifer sondeaba los abismos del conocimiento de Dios como ningún otro ángel podía soñar hacer. Esto es importante, para entender lo que después sucedió.

No nos cansaremos en insistir acerca de lo descomunal que era Lucifer. Encumbrado como una montaña sobre las montañas. Alto como el sol más grande, en un mundo de soles.

Lucifer había sido el primogénito de los creados. La primera obra que el Hacedor modeló con sus manos, la primera obra en absoluto. Y se deleitó en hacer de él su obra maestra. Lo embelleció más y más. Lo hizo más y más grande. Le otorgó poder como no otorgó a ningún otro ángel. Él poseía la inteligencia más grande después de Dios. Por encima de él, sólo el Nombre sobre todo nombre.

Cuando después contemplamos a ese Príncipe de los Príncipes, nos dio la sensación de que era como si el Arquitecto se hubiera entusiasmado con él al crearlo. Como si Dios se hubiera dejado llevar de una especie de frenesí, que le hubiera llevado a decir: más grande, todavía más grande.

Dios no se puede dejar llevar del entusiasmo, Dios no se puede dejar llevar del frenesí. Pero ciertamente Lucifer era, insisto, su obra maestra. Vosotros no os podéis hacer idea de cómo era él cuando salió de las manos de Dios. Vosotros no podéis entender cómo después muchos pudieron alejarse de Dios por seguir a una mera criatura. Mirad, lo mismo que por muy grande que sea el Sol, cuando uno se pone detrás de la Luna, ésta la puede eclipsar totalmente, así también si uno se ponía detrás de Lucifer, daba la sensación de que él era el centro de todo.

12/11/2012 01:11

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO            12

 

¿Cómo pudisteis pecar estando, como estabais, delante de Dios?, os preguntáis. No seáis duros con nosotros. También vosotros estáis frente a la Naturaleza, y no veis a Dios en ella. También vosotros estáis ante la continua predicación del Universo, y no la escucháis. Y sea dicho de paso, el Cosmos entero es una buena parábola de Dios, y pronunciada no con palabras sino con una realidad incontestablemente material. Una parábola gigantesca. Sí, no seáis duros con nosotros.

A veces un pequeño ángel inferior demostraba un amor ardiente. En ocasiones te encontrabas con un poderoso Príncipe que se había retrasado bastante en el camino de la virtud. La celeste liturgia nos animaba a todos a recobrar el ánimo, a retornar al camino. Algunos ángeles se convirtieron en verdaderos predicadores. Otros, ofrecían en sus manos el incienso de la oración de miles de ángeles. Algunos ángeles-sacerdotes recogían el oro del amor, el incienso de la oración y la mirra del ascetismo de multitudes de espíritus, y los presentaban en medio de esas ceremonias seráficas ante la Divinidad. Así como había una jerarquía de ángeles, dentro de los ángeles-sacerdotes también existía una jerarquía propia.

Estos ángeles-sacerdote no dispensaban sacramentos, no usaban instrumentos, ni vestiduras. En nombre de todos, presentaban ofrendas espirituales (sacrificios concretos, alabanzas, plegarias) ante Dios. Ellos ponían voz a nuestra alabanza, le ofrecían el sacrificio espiritual de nuestra adoración multitudinaria. El incienso de alabanza era formidable. Ese sacrificio inmaterial formaba como una gran columna de humo que ascendía delante de la Esfera, y recorría la superficie del Mar de Luz, como el incienso que resbala por las formas y relieves de mármol de un retablo gótico. Literalmente hablando esa columna de humo no ascendía, porque nuestro mundo no tenía ni arriba ni abajo. Esa columna de humo era, en definitiva, gloria. Y os puedo asegurar que trillones de naturalezas angélicas pueden dar una gran gloria al Omnipotente.

Todo eso en medio de cánticos, de corales como jamás podáis imaginar. Aunque no está de más recordar que carecemos de voz humana. Pero nuestros cánticos se ofrecían en medio del danzar de los espíritus. Vosotros tenéis una liturgia de la Palabra, es algo parecido. También vosotros habéis tenido sacerdotes de una religión natural como Melquisedec. Pero difícilmente podréis imaginar la grandiosidad de la magnificente alabanza de los cielos angélicos. Y eso que aún no habíamos entrado en el Cielo del Cielo. Pero ya eso parecía el Cielo. Y era el Cielo. Nos sentíamos como vosotros os hubierais sentido de no haber sido expulsados del Jardín del Edén. Estábamos en torno a un inmaterial Árbol de la Vida. Y comíamos sus frutos espirituales. Y en nuestro paraíso todavía no pululaba serpiente alguna.

10/11/2012 22:15

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HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO            11

 

 

 

La lección de Dios nos quedó clara. Sí, todo era una prueba. Debíamos esforzarnos, porque acabado el tiempo de prueba, seríamos admitidos a su presencia. Y cada uno recibiría según el amor que hubiera acumulado en esta fase. Nuestro mundo pasaría, en el sentido de que todos penetraríamos ante la inmediata presencia de Dios. Ya estábamos en su presencia, pero en presencia de su manifestación. La cual era una mera sombra, un mero reflejo de su substancia. Algún día, entraríamos a la presencia de su Rostro, estaríamos frente a la visión de su Esencia. Seríamos admitidos a contemplar el Misterio de los Misterios: la permanencia, generación y expiración de las Tres Personas de la Santísima Trinidad.

Estábamos excitados ante la esperanza de las cosas prometidas por Aquél que nunca miente. Estábamos en el Cielo, pero seríamos admitidos en el Cielo del Cielo. Estábamos ante el Fuego, la Tiniebla, la Nube que vela

 

la Divinidad, pero seríamos admitidos a través de todos esos velos hasta llegar ante Él. Ser admitidos a gozar de la Trinidad, ésa era toda nuestra ilusión. El Padre, la Palabra, el Hálito. Todo resultaba misterioso. Dios que generaba una Palabra de su boca. Una Palabra que era Dios mismo. Dios y su misma Palabra se amaban, y de ese amor emanaba un Viento Santo. Un Viento Santo que era de la misma esencia de Dios. Un Viento Sagrado que recorría con su amor la misma esencia del Padre y del Hijo. Todo era misterioso. Pero era claro que ese Dios Inamovible cuya manifestación contemplábamos, en su seno era recorrido por ríos de conocimiento y amor.

Dios nos había creado, pero no podía crear el amor. Si quería que existiera el amor fuera de Él, tenía que crear seres libres. Si quería que existieran seres libres, tenía que dotarles de inteligencia y voluntad. El amor debía ser nuestra respuesta. Dios no quería esclavos. Aunque hubiera tenido esclavos a su alrededor, el amor hubiera seguido siendo una respuesta libre. El amor requería de libertad. Y así el Creador quiso que hubiera individuos libres, que le amaran como un hijo ama a un Padre. Y no quería simplemente amor, deseaba que ese amor se desarrollara. Deseaba que nos santificáramos.

Para nuestra santificación se precisaba de la libertad. Era necesario que no viéramos su Rostro. Pues una vez que lo contempláramos, su visión sería una fuerza tan arrolladora que ya no podríamos hacer otra cosa que amarlo. La santificación libre llena de generosidad, de entrega, de esfuerzo, sólo era posible ahora. Después ya sólo quedaría recoger los frutos. Dios no nos podía mostrar su rostro, a no ser que quisiera destruir este tiempo único e irrepetible que se nos concedía.

Y así, los ángeles se aplicaban a hacer cada uno sus tareas de la mejor manera posible. Pues cada uno sentía una vocación. Desde nuestro interior sentíamos las mociones de la gracia. Además, cada uno tenía unas aptitudes, cada uno había recibido unas tareas dentro del inmenso entramado social que conformábamos.

Pero no todo era perfecto. El amor se había desarrollado, pero a su flanco aparecían algunos defectos. Algunos ángeles perdían el tiempo en meras conversaciones. Algunos, además, despreciaban la inteligencia inferior de otros. Algunos comenzaron a criticar. Hubo quienes se vanagloriaron de sus propios logros.

Nada de todo esto era grave. Pero ya comenzaba a percibirse lo que después sabríamos que eran pecados veniales. Había quienes estaban como cansados de tanto alabar a Dios, de tanto conocer a Dios. Era como si quisieran distraerse. En todos estos pecadillos no había maldad. Casi todo eran, más bien imperfecciones, más que pecados. Aun así resultaba evidente que algunos, dentro del amor a Dios, comenzaron a desviarse.

Para algunos ángeles, el mundo angélico fue convirtiéndose más y más en el centro de sus intereses. Para algunos, el conocimiento se convirtió no en un medio que llevaba a Dios, sino en un fin en sí mismo. Esto en sí mismo no era una ofensa a Dios. Pero de la perfección algunos pasaron a la mera bondad. Unos pocos cayeron en la lujuria del conocimiento.

El amor se desarrolló en todas las jerarquías. Pero, asimismo, los defectos hicieron su aparición en todos los niveles. La libertad comenzaba a producir frutos variados. El libre albedrío se ramificaba en un sinfín de posibilidades entre el bien y el mal. Aparecieron verdaderos santos. Pero también algunos espíritus se habían mundanizado bastante. Había muchas cosas que les distraían totalmente del propósito de ese tiempo de prueba. También entre nosotros apareció la crítica, la ira, la envidia. La inteligencia no nos preservaba de los malos sentimientos.

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