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Yo creo en Dios, y en Jesús, su Hijo, que nació de una virgen, resucitó al tercer día después de su muerte y subió al cielo, que caminó sobre las aguas,... y tú?

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10/12/2012 22:50

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 39

 

 

Y los siglos comenzaron a pasar. En el evo no hay crepúsculo ni amanecer. Ni meses, ni años. Sólo una continuidad sin fin, una sucesión de antes y después que va hacia ninguna parte. El tiempo propio de cada espíritu es personal. Para unos el tiempo corría intolerablemente lento. Otros espíritus se afanaban más en sus ilusiones y ocupaban más su tiempo. Los había que preferían como aletargarse, quedarse estáticos pensando lo menos posible, como cuando vosotros os quedáis adormilados en vuestros lechos. Así se comenzaron a quedarse algunos de los demonios: una muerte en vida. Podían hacer lo que quisieran con su tiempo. No podían dejar de existir. La muerte era imposible. Sus espíritus estaban muertos a la vida de la gracia, a la vida espiritual en Dios. Muertos a la alegría celestial, pero sin poder dejar de existir.

Muchos de vosotros, humanos, os preguntaréis en qué emplean su tiempo los demonios. Ya os expliqué que los ángeles podemos hacer muchas cosas, a pesar de carecer de un mundo material. Nuestro mundo espiritual es más variado que el vuestro material. Los demonios podían seguir haciendo con sus intelectos, todo aquello que hacían antes de la caída.

Sus mentes podían escrutar la teología, la metafísica, la lógica, la gnoseología, todas las ramas de la Filosofía. Todos los ámbitos de las matemáticas. Podían profundizar en el conocimiento de su propio mundo angélico en general, y en de ángeles o demonios concretos en particular. Los demonios se habían llevado consigo todo el conocimiento que poseían antes de su caída. Ese conocimiento se mantuvo, se dio a conocer a otros, se profundizó en él. Los demonios podían ser eruditos, especulativos, algunos se especializaban, por ejemplo, en un determinado tipo de demonios, otros en la historia de la Rebelión, otros analizaban la evolución futura de ese mundo demoniaco a lo largo de la eternidad.

Otros demonios conversaban plácidamente entre sí. Plácidamente, porque no siempre y en todo momento el sufrimiento hacía de ellos seres incapaces del placer del diálogo. El sufrimiento de cada demonio tenía altibajos. En muchos momentos se limitaban a existir, sin esperanza, sin alegría sobrenatural, pero gozando lo que podían de la existencia.

Cada uno de los demonios llevaba sobre sí como una peso, la carga de sus pecados. Eso y el recuerdo de lo perdido provocaban un cierto sufrimiento constante. Como esas personas que siempre tienden a la tristeza, o siempre están descontentas, o siempre están tensas, o agresivas. Así sucedía con los demonios. Pero, en determinados periodos de tiempo, un demonio podía sufrir con más fuerza la tristeza. Otros, por el contrario, en determinados momentos se enfadaban con el que tenían delante y mostraban una incontenible agresividad. Otros, a temporadas, eran vencidos por la total ausencia de esperanza.

Pero todos se reponían, antes o después, y la vida continuaba. Tenían que reponerse, que alzarse de nuevo en pie y seguir con la vida. ¿Qué remedio? Nadie les impedía, digámoslo así, tirarse en el suelo y no hacer nada y caer en el más absoluto aislamiento y desesperación. Podían pasar años en ese estado. Pero, al final, ellos mismos comprendían que tenían que levantarse y seguir viviendo mejor o peor, llevando una existencia mínimamente digna.

09/12/2012 20:43

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 38

 

El mismo Luzbel, como el planeta Saturno, no se mostraba estático. Su superficie era barrida por gigantescas tormentas de rabia, de soberbia, de tristeza. Su seno contenía esas tempestades, pero ya no podía hacer otra cosa que aguantarse.

A veces, algunos de los más altos jerarcas demoniacos, como bestias incontenibles daban la impresión de que se iban a lanzar directamente contra el Diablo. Eran como satélites cuyas órbitas parecía que les iban a estrellar con toda su fuerza contra Júpiter. Pero, al final, esas órbitas siempre sobrepasaban a ese astro. Aunque se estrellaran contra él, ni iban a dejar de existir ni Satán, ni ellos. Al final, siempre comprendían que era mejor contenerse y seguir viviendo en ese orden de cosas.

Lo mismo que en un sistema solar, que cuando está en formación hay astros que colisionan entre ellos, así también en ese cosmos satánico hubo choques, enfrentamientos, rebeliones. Grandes espíritus fueron arrojados hacia fuera. Aunque después lentísimamente se fueran acercando, de nuevo, a los límites de esas nebulosas diabólicas. El infierno tal como lo conocemos ahora los ángeles del Cielo, es el resultado de todas esas colisiones, de todas esas órbitas erráticas del principio.

sección

Yo soy dios, proclamó solemnemente Satanás ante sus seguidores. Y exigió no sólo obediencia, sino adoración. Había costado mucho erigir el orden entre las jerarquías demoníacas. Esta afirmación diabólica de su divinidad generó nuevas sediciones. El mundo infernal parecía condenado a la eterna convulsión. Parecía un mundo que tendría que estar siempre agitado por las tormentas de los espíritus. Pero no, aunque hubo guerras, verdaderas guerras infernales, crueles y dotadas con las crónicas de sus propias batallas, lo cierto es que el infierno fue cansándose, poco a poco, de tanto sufrimiento causado por ellos mismos. Los enfrentamientos entre masas de demonios fueron de decreciente intensidad. Y así, paulatinamente, fue obteniendo la paz interna. Nunca perfecta. Pero sí lo suficiente como para mostrar un aspecto esencialmente estable.

Belcebú exigía adoración. Se fue formando una corte satánica. Se fue formando su propio protocolo. Satán mismo, en persona, instituyó sus propios sacerdotes. Muchos se preguntaron una y otra vez si había valido la pena la rebelión. Toda aquella guerra en el Cielo y las que se sucedieron en el infierno, tan sólo para sustituir a Dios por ése. Qué error. Aunque nadie elevó su mirada para pedir perdón a Dios. Sus corazones estaban secos. Podían reconocer el error, pero no sentían ningún deseo de solicitar clemencia alguna. Ya no tenían ningún interés en obtener misericordia alguna, les daba ya todo lo mismo, sentían desprecio por sí mismos y por Dios y por todos los que les rodeaban.

08/12/2012 22:25

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 37

 

Sin Dios, Lucifer mismo pasó a convertirse en el blanco de todos los reproches. Satán no necesitó demasiado tiempo para comprobar con claridad que el único modo de mantener a los demonios con un cierto grado de unidad, era imponer férreamente su propia disciplina. Los más fuertes entre los demonios se emplearon a fondo en aislar a aquellos que echaran en cara algo a Lucifer. No sólo podían aislar, también podían ser agresivos. No es que pudieran golpearte físicamente, pero podían hacerte daño con sus palabras como cuando alguien te grita, te insulta y te hace sufrir con la palabra. Sus palabras podían ser cortantes, ponzoñosas, duras como auténticos golpes.

Para un humano dotado de cuerpo le parecerá que se puede conseguir poco sólo con la fuerza de la palabra, de las imágenes, de los recuerdos. Imaginaos quién podría resistir una voz que te gritara con la fuerza de cien altavoces a toda potencia, y que pudiera hacerlo día y noche hasta que te doblegaras. Es sólo un ejemplo, los espíritus podían actuar de muchas maneras, desde las más sutiles hasta las más agresivas. Pero lo cierto es que estaban dotados de verdadero poder.

Su poder, incluso, les permitía arrastrarte fuera de ese microcosmos demoniaco que era el infierno. La compañía de otros espíritus era deseable. Nadie quería ser aislado. Pero Satanás aplicaba estos castigos. Si no me sigues, vas a sufrir, era su divisa. Y los demonios más poderosos, bien organizados, se encargaban de ello. Así se impuso orden en esas hordas del infierno.

Algunos espíritus no resistían semejante forma de vida, no se habían rebelado para tener que someterse. Así que, por propia voluntad, se alejaban de ese mundo demoníaco. Podían estar completamente a solas durante lo que para vosotros sería el equivalente de meses o años. Pero después retornaban. La mala compañía era, al menos, compañía. El sometimiento a ese caudillo infernal, tan glorioso en otro tiempo, se convertía para este tipo de espíritus en un teatro detestable. Pero el precio que tenían que pagar, para tener la compañía de sus semejantes.

De forma que el infierno, conformado por millones de demonios, era como una galaxia oscura. Cada punto brillante de luz oscura era un demonio. Alrededor de esa galaxia de oscuridad había millones de malos espíritus vagando, unos más lejos, otros más cerca. Alrededor de esa galaxia oscura, se formaban pequeñas agrupaciones de espíritus malignos que se reunían entre sí. Espíritus que no estaban de acuerdo con Satán y sus leyes, y que se agrupaban independientemente. Estas agrupaciones espontáneas, autónomas, separadas, eran muy mal vistas por el resto de los demonios: ¡debían permanecer unidos! Tampoco esas concentraciones independientes de espíritus alejados del centro, rompían de formalmente con el dominio de Satán. Simplemente, estaban alejadas del centro.

El infierno conoció tanto la consolidación de la inmensa mayoría alrededor de Luzbel, como este devenir de divisiones en distintos pequeños microcosmos demoniacos, así como aquellos que desesperados se aislaban de todos, como asteroides perdidos alrededor de esta galaxia infernal.

Incluso en el seno de esta galaxia de oscuridad, las cosas estaban lejos de mostrarse bajo el aspecto de una perfecta consolidación. En los siglos por venir, el infierno conoció sus propias conspiraciones, sus propias batallas. Pero, al final de tantos enfrentamientos, las cosas quedaron como estaban al principio: Satán era la cabeza y unos espíritus se mostraban más cercanos a él y otros más alejados. Se impuso un orden en ese universo demoniaco. Un orden que, a veces, era contestado, pero que permanecía, en parte, porque se sustentaba en la objetividad de las jerarquías que lo constituían.

 

El centro de este cosmos infernal en medio del vacío y la nada, semejaba al inmenso planeta Saturno. Esta galaxia de seres rebeldes mostraba en su centro como un gran planeta, Satán. Alrededor del cual se mostraba un anillo con los más cercanos a él, los más fieles, rotando en distintos anillos concéntricos. En medio de los anillos, grandes cuerpos mostraban la diferencia que había entre los demonios normales y los principados y las dominaciones. Siguiendo órbitas distintas, como si de satélites se tratara, los más majestuosos espíritus que habían caído.

Evidentemente, los ángeles no experimentaban rotaciones. Pero tampoco se veían estáticos. La idea de las rotaciones, aunque inadecuada, os puede dar una idea de cómo esos espíritus se movían por esa nebulosa de demonios. Cuanto más grande eran esos demonios, menos se movían. Eran los inferiores los que se desplazaban alrededor de ellos, con sus preguntas, con su deseo de saber.

07/12/2012 23:45

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 36

 

Ellos eran como cuevas de existencia en medio del no-ser. Y eran millones. Ya os dicho que el número de ángeles era un número astronómico. En el peor momento, llegaron a dudar hasta una tercera parte de los ángeles. El pecado de dudar de Dios manchó el corazón de muchos. Pero después el número de los caídos se fue reduciendo. Os hablaré con términos numéricos que entendáis con claridad: Los peores no llegaron a ser ni un 1% de espíritus angélicos. Y a lo largo de la guerra los rebeldes fueron sufriendo bajas aun de este 39

 

porcentaje. Al final, no se condenó ni siquiera una centésima parte de ese 1%. Pero ese porcentaje en un número de espíritus tan grande, suponían millones de condenados. Terrible tragedia.

Todos ellos ya estaban muy decididos. Eran los más fieles de entre los fieles. Pero aun entre ellos había gradaciones en la decisión. Sólo se arrojaron al abismo, aquellos que ya estaban completamente malignizados. Por usar vuestros términos, sólo aquellos que después de toda una vida ya se habían decidido de forma irrevocable, dieron el paso hacia el abismo. Sólo aquellos que resistieron la gracia divina en sus corazones hasta la consumación de esa resistencia, dieron ese paso.

Y, por supuesto, en toda lista siempre hay un último. Siempre hay un último secuaz que a pesar de su maldad, los esfuerzos de la gracia tocaron a la puerta de su conciencia por última vez. ¿Os podéis imaginar el momento supremo en que el último secuaz de Satanás selló su destino? Pues sí, hubo un último ángel caído que dudó, que sabía perfectamente que ése era el momento de la decisión.

Mucho tiempo después, en la eternidad, volvimos a contemplar ese momento una y otra vez: la última duda de ese último ángel. Qué instante tan supremo. Y después el misterio de una voluntad que optó por Satán. Escoger a Satán en vez de a Dios. Qué enigma. Pero así sucedió.

Toda la eternidad pendiente de un momento. Toda la vida de un ángel que había conducido a ese momento. Dios a nadie le condujo a una situación tan angustiosa. Pero ellos mismos habían rechazado las gracias, hasta llegar a ese borde, a esa línea divisoria entre la salvación y la condenación.

Esas cavernas de existencia en medio de la nada, ese encerramiento fuera del cosmos angélico, esa sociedad de demonios, era el infierno. Hasta entonces habían estado en el cielo, ahora estaban en el infierno. Es allí, en el infierno, donde los ángeles caídos menos corrompidos se transformaron plenamente en demonios.

Estrictamente hablando, en la batalla celestial algunos de los ángeles caídos ya eran demonios. De los rebeldes algunos se arrepintieron. Pero todos los que se arrojaron con Satanás al abismo, ciertamente ya eran demonios. Sin embargo, la transformación plena se consumaría en el fuego del odio dentro de esas cavernas. Durante el largo comienzo de la eternidad, las lágrimas de rabia sin arrepentimiento acabarían de tornar a esos espíritus en monstruos de resentimiento.

Esos demonios en la guerra ya tenían el infierno en sus corazones, poseían el infierno con sus sufrimientos, con su odio dentro de sí; pero se encontraban en mitad del Cielo. Ahora los demonios habían sido arrojados en una sociedad enteramente hecha a su imagen de sus deseos. Lo que ellos hubieran querido que fuera el Cielo, lo tenían a una escala reducida en el infierno. Allí podían hacer lo que deseasen, tenían toda la libertad. Estaban rodeados de individuos que pensaban como ellos, que estaban animados de los mismos ideales. De tener el infierno en el interior de sus corazones, pasaron a ser arrojados enteros en el infierno.

Dios no añadió ningún sufrimiento a los desobedientes. Se limitó a dejar que ellos siguieran sus senderos extraviados. No podía haberlos dejado vagar por el Cielo, entre las jerarquías de los buenos, porque eso sólo hubiera provocado dolor en los buenos. Ya no tenía sentido. Pero Dios no añadió ni el más pequeño castigo sobre esos hijos suyos. El castigo consistió en sentenciar: de acuerdo, si queréis seguir vuestros caminos, seguid vuestros caminos. El infierno hay que entenderlo desde la Parábola del Hijo Pródigo. El padre dejó que su hijo abandonara la casa. Queréis que vuestro dios sea Satanás, que así sea. Queréis un destino autónomo de mí, yo no os lo impediré. Queréis vivir bajo vuestra propia ley, viviréis bajo ninguna ley, vuestra voluntad será vuestra ley, la que cada uno quiera otorgarse a sí mismo: y así nació el infierno.

06/12/2012 20:04

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 35

 

La Gran Serpiente y los que decidieron unir su destino al de ella, cayeron al abismo. Alrededor de la luz, del calor, de las nebulosas angélicas estaba la Nada, el vacío más absoluto envuelto en la perfecta oscuridad. Los rebeldes se arrojaron con todas sus fuerzas hacia esa oscuridad. Una vez que Satán fue expulsado del Cielo por otro ángel, su última humillación, Dios cerró con el muro de su voluntad el cosmos angélico. De lo contrario, ellos hubieran intentado una y otra vez introducirse entre nosotros, al menos merodear. Ya no tenía sentido dejar que vagaran en medio de nosotros, los ángeles. Patético espectáculo hubiera sido verlos ir y venir buscando un ángel, al menos uno más, al que capturar con sus argumentos. Hubiera sido muy triste tener que escuchar sus insultos al que nos creó. La Trinidad en su justicia determinó que fueran criaturas finitas los que los expulsaran, pero después valló el mundo angélico con su voluntad. Ese muro no lo podían atravesar.

Podría dar la sensación de que éramos nosotros los que estábamos encerrados tras ese muro y que ellos vagaban con libertad. Pero, en realidad, dentro de esos muros estaba el Ser. Fuera de ese muro estaba la Nada. Ellos no estaban encerrados en un lugar localizable, sino arrojados a las inacabables grutas de la Nada. Dios los encerró en el sentido de que no podían entrar. Y así quedó escrito en la Sagrada Escritura que fueron arrojados del cielo.

Si tuviéramos que poner en imágenes esa situación, ninguna comparación es preferible a la del Universo Material. En cosmos angélico estaban todos los ángeles con todos sus órdenes y jerarquías, con Dios en su centro. Los réprobos estaban en la oscuridad exterior. Allí donde no había ninguna constelación, ninguna claridad. Los espíritus al caer en ese estado sintieron frío y soledad. En medio de esa Nada se agruparon. Al menos juntos sentían una cierta compañía. El Divino Querer en su bondad no les impidió estar juntos.

Una entera eternidad completamente aislados entre sí hubiera sido más insufrible. Podéis ver en esto que Dios, hasta en el infierno, les concedió misericordia, atenuando los sufrimientos que habían merecido. Al menos podrían hablar entre sí

Algunos de ellos en los siglos por venir, se alejarán asqueados, dolidos, del modo cómo eran tratados por otros demonios. Pero, al final, siempre retornaban. La completa soledad era una carga más difícil de soportar que la compañía de los malos.

La Palabra de Dios dice que fueron encerrados en cavernas. Esa expresión, aun en un mundo sin materia, es perfecta. La sensación que ellos tenían, era la que vosotros experimentaríais siendo encerrados en un lugar oscuro, bajo tierra, como una cueva.

05/12/2012 22:45

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 34

 

 

El Omnipotente Dios, Señor de todas las cosas, inesperadamente, habló. Se dirigió a Satanás. Todos sabían que eran las últimas palabras, las últimas que le iba a dirigir: Hijo mío, vuelve a mí. Te lo repito. Ésta es la última oportunidad. Tu pecado no es mayor que mi misericordia. Fui grande al crear el Cielo, pero más grande es mi perdón. Si retornas y lloras tus faltas, serás la Joya del Cielo. En ti resplandecerá la luz de mi compasión perfecta. Los milenios, te contemplarán y me glorificarán: Qué grande fue el Altísimo al perdonarle todo su mal. Hijo mío, serás la joya de mi misericordia. Brillarás y dejarás atónitos a los humanos que vendrán. Ellos viéndote comprenderán que no hay pecado que no pueda perdonar. Tú, mejor que nadie, podrás transmitir esa confianza al caído. Serás un gran predicador, serás un gran intercesor que me repetirás a lo largo de los siglos: si me perdonaste a mí, perdónale a él.

Satanás sintió el embate de las palabras divinas. El silencio en el Cielo fue total. Una de las pocas veces en las que nadie habló con nadie, en la que no se escuchó ni el lejano rumor de una sola palabra entre aquellos miles de millones de ángeles. Todos estaban pendientes. El Padre de los Ángeles prosiguió:

Tendrás que hacer penitencia, hijo mío. Pero al cabo de los siglos, te recibiré con los brazos abiertos. Vuelve a mí. Si ahora no aceptas esta última oportunidad, ya no habrá otra. Pasará un número de siglos igual a los granos de arena de las futuras playas de todos los mares, las pirámides se volverán polvo, los océanos se secarán gota a gota, y la eternidad no habrá hecho más que empezar.

El Diablo irguió la cabeza y con toda frialdad respondió: ¡Jamás! Nunca me arrodillaré.

Y el Monstruo hizo un amago de lanzarse de nuevo hacia las constelaciones de ángeles. Él pensó que quedaría libre por los Cielos, que podría seguir extendiendo sus mensajes entre los buenos. Pero ya no tenía sentido dejarlo allí, haciendo el mal a otros, haciendo sufrir a los buenos. Aunque los ángeles ya habían tomado su decisión definitiva, no había razón para tener que aguantar su boca repleta de blasfemia. Así que Miguel recibió una orden directa de Dios en su interior.

Y en el mismo momento que el Dragón hizo amago de lanzarse hacia el mundo angélico de nuevo, Miguel el arcángel desenvainó la espada y se la mostró. Satán se sonrió burlón y con un gesto de desprecio dio el impulso para arrojarse hacia las nebulosas de ángeles. Miguel sin dudarlo, con un gesto instantáneo, le clavó en el corazón la espada. La Verdad clavada en pleno corazón del Diablo tuvo un efecto fulminante. El inmenso dragón se quedó como con sus pies pegados al suelo, como si no pudiera levantarlos ni un milímetro. Era como si hubiera chocado con un muro, esa espada era como una muralla de granito.

El Diablo se quedó con la boca abierta, sin palabras, tratando de agarrar con sus zarpas esa espada que el arcángel sostenía incrustada en su pecho lleno de malignidad. Pero las zarpas delanteras no llegaban. Hubiera querido agarrar por el cuello al arcángel con otra de sus garras, hubiera querido golpearlo con su impresionante cola. Pero era como si estuviera clavado al suelo. Satán gemía y se retorcía como una serpiente herida, pero no podía hacer nada más. Incluso de su boca abierta no salía grito alguno, sólo aquel gemido ahogado. Finalmente, San Miguel extrajo su espada del Dragón.

San Miguel extendió su brazo y le dio una orden: Fuera.

 

El Dragón padeciendo como una persona que está sufriendo un infarto en su pecho, no tenía ninguna intención de obedecer. Pero el arcángel volvió a levantar su temible espada. Belial, jamás quería volver a sentir ese hierro cortando sus carnes. Horrorizado, abriendo sus ojos llenos de pánico se aproximó hacia el abismo de oscuridad que tenía detrás. Se aproximó con lentitud, el dolor del hierro en su pecho era como el de una persona oprimida en su corazón que apenas tiene fuerzas para alcanzar un asiento. Antes de abandonar el Cielo, Belial hubiera preferido protagonizar un cuadro heroico. Una especie de digna escena final, algo con carácter épico. Pero no podía, ni le salía la voz de la garganta, respiraba a bocanadas, oprimía sus manos contra la herida del pecho. Tambaleándose se acercó al abismo, al gran precipicio, sin decir nada, sin ni siquiera echar una última mirada a los circunstantes. Simplemente se arrojó.

Un largo alarido dejó como estela perdiéndose en la negrura sin fondo. Los horrorizados demonios, situados entre las huestes divinas frente a ellos y el abismo de detrás, se lanzaron al precipicio. Y así, los demonios fueron expulsados de la presencia de Dios. Y ya no se encontró lugar para ellos en los Cielos.

04/12/2012 23:05

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 33

 

Cuánta más luz se hacía entre los ángeles, más descoordinados, más sin sentido, más salvajes, pero sin efecto, eran los golpes de sus garras malignas en mitad del aire. Eran movimientos desesperados tratando de agarrar algo, tratando de herir a los ángeles que huían de la rebelión. Satán había estado luchando denodadamente, con todas las fuerzas de sus poderosos miembros. Ahora levantó su testa coronada y miró por encima de sus filas enfrascadas en el fragor del combate. Sin alterarse miró hacia el norte, miró hacia el sur, miró en todas direcciones. Estaba claro que la ebriedad había pasado. Las defecciones eran imparables.

Una vez que comenzó el desmoronamiento, resultó imposible pararlo. Los caídos comprendían. Era fácil unirse a la sedición, cuando ésta parecía que iba a extenderse a todos los ángeles, cuando ésta parecía el futuro. Pero ahora se estaba haciendo la luz, ahora comprendían, habían seguido una locura.

Sólo los peores, sólo los más endurecidos en el mal, resistieron todas las razones, todas las oraciones, todas los esfuerzos que los buenos hicieron por su conversión. Pero, al final, fue en vano: hubo un número de irreductibles. Sólo uno de cada varios miles de ángeles se mantuvo petrificado en su decisión. Eran millones. Desgraciadamente eran millones.

Ante los peores, hablaron los ángeles-profeta, los mejores teólogos, los más santos, los más humildes los ángeles-sacerdote. Pero Satanás alzó su cuello flexible como de un Dragón hacia el Cielo y repitió: ¡No serviré! Sus palabras fueron secas y breves como un martillo que golpea un yunque. Los demonios y el Dragón estaban acorralados. Rodeados por la ingente multitud serena de los mejores guerreros de Dios. Heridos los demonios, cansados, desilusionados, ya lo habían intentado todo. La guerra había sido muy larga, ya no había nada que hacer. No iban a arrebatar ni a un solo espíritu más. Los bandos estaban perfectamente delimitados.

Y entonces, se escuchó la voz de Dios que venía de lo alto. Resonó su voz regia y grave de entre las nubes, dirigiéndose a los demonios y su Dragón. Sus palabras fueron: Meditadlo bien, ésta es la última oportunidad. Vais a ser expulsados de los Cielos. Todavía podéis arrepentiros. O ahora o nunca.

Algunos pocos, muy pocos entre los traidores a Dios hicieron un esfuerzo titánico y se elevaron de entre las hordas de los malvados. Volaron hacia arriba, diciendo entre lágrimas y rabia: No merecemos el perdón. Pero cámbianos. Cámbianos el corazón. Haremos lo que haga falta. Y con una genuflexión inclinaron la cabeza ante el Dios que se ocultaba tras las nubes. Miguel se acercó y señalando a los estandartes, les dijo: postraos delante de ellos, uno a uno, y besadlos.

 

El Cielo entero contempló la procesión de los últimos en regresar. Deformes y ennegrecidos, necesitarían largo tiempo para ser sanados.

04/12/2012 01:07

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 32

 

Los ángeles fieles alzaron dos estandartes. En realidad, no eran estandartes materiales. Ni materia, ni instrumentos, podían hallarse en los Cielos. Pero lo que ellos alzaron sólo se puede comparar con un gran estandarte. El primer estandarte que se alzó, fue el de Jesucristo. El segundo, el de la Reina de los Ángeles. La visión de aquellas dos figuras fue irresistible para los demonios. Les volvía como locos. Era como si esas figuras removieran todos los resortes de odio en aquellas serpientes y escorpiones. Un odio que les cegaba, que les sacaba fuera de sí. Su lucha se volvía cada vez más ineficaz a consecuencia de que no podían controlar dentro de sí el incendio de su ira.

Algunos ángeles que habían caído, pero que no se habían malignizado mucho, se pasmaron al ver la reacción de los demonios. ¿Por qué esa reacción? ¿Por qué esa agresividad? ¿Esos demonios eran espíritus angélicos o bestias? Lo que salía de sus bocas era un torrente de blasfemias. Muchos ángeles caídos, discretamente, se alejaron de las filas rebeldes. Veían con claridad que estaban siguiendo a unos locos. Podían no entender todos los planes de Dios, pero lo que no podían hacer era seguir a unos dementes.

Por el contrario, esos ángeles caídos veían que la imagen de Jesucristo que habían levantado los ángeles era bellísima. Reflejaba todo el amor que Dios les había dicho que tendría por los hombres, y por ende también a los ángeles. La imagen de la Santísima Virgen María constituía, por sí misma, toda una predicación. Sólo había que contemplar esa imagen, y la predicación surgía espontánea en el corazón del que contemplaba semejante mansedumbre, semejante hermosura. Cierto que sólo veían una mujer, lo que en el futuro sería un ser humano femenino. Pero la imagen transfundía pureza, humildad, todas las virtudes.

Qué diferencia entre el rostro sereno de la Reina de los Ángeles y la faz horrible de Belial. Que contraste entre ese cuerpo que expresaba sencillez y adoración, y el ser monstruoso como una serpiente gigante en la que se había convertido Belcebú. ¿A quién estaban siguiendo? El Belcebú de ahora no era el bello Lucifer de los primeros tiempos que los había subyugado. El mensaje que aquella mujer predicaba con su silencio era muy sencillo: había que someterse a los dictados de Dios.

Toda la inteligencia de los ángeles buenos se había empleado en elaborar hasta los más pequeños detalles de esos estandartes. Conjuntamente los fieles habían alzado en el Cielo esos dos grandes pendones. Lo que no

 

se imaginaron al realizarlos, era que esas imágenes iban a desprender como una espiritualidad tan irresistible. Los ángeles miraban extasiados las dos imágenes.

¡Quitad eso de ahí!, gritó Luzbel. Quitad eso de en medio de los Cielos. Pero las huestes de Dios ya avanzaban imparables, como un ejército ordenado, en formación cerrada. ¡Por Jesús y por María!, gritó Miguel. Y bajo la mirada lejana de los Cuatro Grandes Espíritus, el capitán de los ejércitos, justo delante de todos esos millones de soldados, alzó su espada resplandeciente de verdad, y exclamó con una voz que se escuchó en todo el Cielo: ¡Quién como Dios!

Ni todas las mentiras de los demonios pudieron resistir el embate del Ejército del Bien. A cada momento que pasaba, más y más ángeles caídos comprendían por fin, se arrepentían y abandonaban las filas de la Gran Serpiente. Los demonios se afanaban con sus garras por apresar intelectos. Pero era como si la luz de la mañana se hiciese, y los engañados comprendieran qué equivocados habían estado. Señor, perdóname, se oía por todas partes. Y los arrepentidos miraban hacia lo alto, hacia la Luz Divina, y se elevaban hacia ella abandonando el campo de batalla. Dios mío, ¿cómo he podido caer tan bajo?

02/12/2012 21:22

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 31

 

En medio del rumor de miles de pasos del Ejército del Abismo, se oyó el tronar de los ángeles más perfectos, de los que más habían amado. Era como si levantaran su espada, la espada de la verdad. Su rugido de león fue como un trueno que recorre todo el cielo. Una andanada de flechas, las flechas de las razones, se clavaron en los corazones de muchos rebeldes. Grandes ejércitos de rebeldes tuvieron que retroceder ante el dolor de las razones, ante la afilada hoja de la verdad. El Bien había formado su ejército. Cuatro ángeles de la máxima jerarquía (los cuatro que un día estarían alrededor del Trono del Cordero) habían organizado la defensa de la causa de Dios.

Los malvados se habían ido acercando más y más hacia Dios, desplazando a las miríadas de ángeles. Era como si quisieran llegar hasta Dios mismo y atacarlo. ¿Querían penetrar en Él? ¿Pero qué creían que podían hacer? ¿Creían que era como un ángel más? El odio los había cegado. No sabían lo que hacían. Creían poder matar a Dios. Por eso, Satán recibió el sobrenombre de El Asesino desde el Principio. Para Belcebú, el Ser Infinito era el obstáculo entre él y su libertad. Si hubiera podido asesinarlo, lo hubiera hecho sin dubitación alguna. Hubiera preferido un Universo sin el Padre. ¿Pero cómo se mata a un espíritu? Belial, otro de los nombres del Diablo, lo hubiera intentado; al menos intentarlo. Quería intentar lo imposible. En su ebriedad, perdió la percepción de sus límites.

El Señor del Orgullo se había acercado a Dios, pero ahora se erguía contra Satán el poder de los Cuatro Grandes, los cuatro espíritus más grandiosos después de Lucifer, cuatro espíritus fieles que ahora descollaban por las colosales dimensiones de su conocimiento, amor y poderío. Y estos Cuatro Grandes, fieles a Dios, habían tronchado la vanguardia de las huestes satánicas. Cuando Belcebú quiso mirar hacia atrás, ya se había producido una gran derrota en las filas del Mal. El arcángel Miguel parecía imparable en medio de seres mucho más grandes que él.

 

Razones acompañadas de oración, eso había provocado esa derrota en la retaguardia. Además, los ángeles buenos habían atacado como un ejército. Habían ofrecido sus argumentos como un gran coro. Su voz había retumbado en las filas diabólicas como una gran afirmación. En seguida, los ángeles fieles habían acudido a comunicarse con aquellos contrarios que habían dado muestras de vacilación. La batalla había sido todo un ejemplo de magnífica acción conjunta y organizado combate individual. En seguida, las hordas satánicas habían irrumpido creando confusión, impidiendo que los argumentos celestiales penetraran y ganaran más adeptos.

Satán conjeturaba una larga guerra, con victorias en un lado y en otro, con batallas que arrebatarían miríadas angélicas al otro bando. La guerra era continua, pero, a veces, el peso de un bando parecía concentrarse en un sector concreto. La guerra angélica era el resultado de una fuerza constantemente ejercida, de un combate sin tregua, de acciones organizadas conjuntas y de acciones individuales, entre un ángel y un demonio, entre un ángel y un caído indeciso, entre un ángel santo y un monstruo diabólico. A veces caían los santos, a veces se convertía un monstruo de soberbia que, entre lloros, pedía perdón.

30/11/2012 01:25

Amigos, me acaban de avisar de ke mi amigo y hermano, ke participó en estos foros con el nik de Carnazamal, ha fallecido. Nos estamos preparando para acudir al tanatorio a fin de acompañar a su esposa Ester y los niños.

 

Siendo creyentes, le pedimos a Dios por él:

 

 

 

 Dios de misericordia y de amor,
ponemos en tus manos amorosas a nuestros hermanos.
En esta vida Tú les demostraste tu gran amor;
y ahora que ya están libres de toda preocupación,
concédeles la felicidad y la paz eterna.
Su vida terrena ha terminado ya;
recíbelos ahora en el paraíso,
en donde ya no habrá dolores, ni lágrimas ni penas,
sino únicamente paz y alegría con Jesús, tu Hijo,
y con el Espíritu Santo para Siempre.

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