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Yo creo en Dios, y en Jesús, su Hijo, que nació de una virgen, resucitó al tercer día después de su muerte y subió al cielo, que caminó sobre las aguas,... y tú?

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17/12/2012 22:34

1. ¡En el nombre de Alláh, El Compasivo, El Misericordioso!

2. Alabado sea Alláh, Señor del universo,

3. El Compasivo, El Misericordioso,

4. Dueño del día del Juicio,

5. A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda.

6. Dirígenos por la vía recta,

7. La vía de los que Tú has agraciado, no de los que han incurrido en la ira, ni de los extraviados.



17/12/2012 20:35

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 46

 

Sin duda, muchos creeréis que la visión beatífica fue el final de las Crónicas Angélicas, pues no. La contemplación de Dios nos dejó en un primer momento en un estado de éxtasis. Era un propio y perfecto éxtasis. Todas nuestras potencias intelectuales y volitivas quedaron absortas en la contemplación. En unos duró más, en otros menos. En algunos de nosotros, ese estado duró meses. Pero, después, pudimos comenzar a movernos, a realizar operaciones, sin salir de esa felicidad indecible. Y así la Historia de los Ángeles prosiguió. Nuestro Padre se deleitaba en contemplar nuestras obras. Era como un padre humano que disfruta viendo a sus hijos jugar y levantar pequeños castillos de arena.

Los siglos que siguieron, vieron el desarrollo de nuestra ciencia, los cambios en nuestra sociedad angélica, existía una vida social. La felicidad entre nosotros, era una felicidad que nos llevaba a obrar. Muchos no lo entenderán. Creerán que lo divino anula lo finito. Pero lo cierto es que no es así. La amistad, el placer de investigar, los juegos, todo continuaba. Éramos felices, y en nuestro gozo construíamos nuestra sociedad.

Nuestro Padre nos acompañaba, nos hablaba a cada uno, se gozaba de estar con nosotros. También nos decía que iba a crear un cosmos material. En nuestro mundo angélico, no existía ni un átomo de materia, ni una mota de polvo. El Padre de los Ángeles deseaba crear un universo grande, generoso en sus dimensiones. Aquel designio de creación nos fascinaba. ¿Cómo sería ese cosmos?

De momento, no sólo no existía materia, tampoco existía todavía tiempo material. Nuestro evo era una realidad muy fluida y elástica. Pero sabíamos, así se nos había dicho, que en algún momento de nuestro tiempo angélico, aparecería un universo tangible, repleto de formas visuales, con un tiempo distinto del nuestro, con un transcurso propio e independiente del nuestro.

No es sencillo responder a la pregunta de cuánto evo transcurrió, antes de que apareciera el Tiempo. Pero para que os hagáis una lejana idea, os diré que vuestro universo apareció uno o dos años después de que entráramos en la presencia de Dios. El Creador nos lo anunció con antelación, y todos estuvimos presentes y atentos para ver el inicio de la nueva realidad.

Y en el instante preciso que se nos había anunciado, Dios dijo: Hágase la luz. Y en medio de la oscuridad de la Nada, apareció una luz brillante, blanca, que se expandía como una esfera. Era el comienzo del Universo. No nos perdimos detalle de cómo esa luz se iba apagando. De cómo al enfriarse, la materia en estado sólido era visible como pequeñas motas de polvo.

16/12/2012 23:04

 

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 45

 

 

Y allí, por fin, estaba. Se nos mostró en toda su contundencia: Dios. Veíamos con nuestros pobres ojos a la Santísima Trinidad. Conforme entrábamos en su presencia, con todo respeto nos arrodillábamos sin poder dejar de mirar la Esencia de Dios.

 

¿Lo que vimos a qué lo compararé? La Primera Persona de Trinidad sólo la puedo describir como una Roca Infinita, una especie de peñasco inamovible e inmutable. La palabra “peñasco” trae reminiscencias de algo irregular, pero este peñasco contenía dentro de sí todas las geometrías. Esta expresión de orden y geometría le conferían el aspecto de un templo catedralicio, tan alto como ancho. Un templo cuyas torres se perdían en la altura inconmensurable, tan altas como la altura de su infinitud, con muros tan extensos como su Ser. Un templo infinito no labrado por manos humanas. No tenía forma, pero era como un gigantesco templo de planta cuadrada, en cuyo interior estaba la Morada, la morada de la primigenia Causa Incausada. En ese Templo, asimismo, había muchas moradas. Moradas donde vivían los servidores, esos afortunados no sólo podían ver al Creador, sino que podían vivir cerca del Trono del Padre. Trono que no tenía nada de material, pues ese trono eran los cuatro serafines que lo rodeaban cantando día y noche: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los Ejércitos.

Los cuatro serafines eran gigantescos. Gigantes del conocimiento, ardiendo en amor. Cualquiera de ellos hubiera pasado por ser Dios de no haber estado al lado del Omnipotente. Había que verlos rodeando a Dios, para entender que ellos sólo eran su Trono.

De ese Templo surgía un arroyo que se hacía grande como el más inmenso de los ríos. El agua que surgía del Templo era un Agua Viva. La Segunda Persona de la Trinidad era como una corriente constante, infinita. El Río tomaba fuerza, se arremolinaba con violencia, con energía, espumante entre las rocas eternas de la inmutabilidad del Padre. Las aguas cantaban una eterna sinfonía en ese chocar contra los peñascos del Templo Infinito. La corriente de amor embestía contra esas rocas de un modo vehemente, desbordante. Era el amor más intenso que jamás podáis imaginar. Ese Río, finalmente, grande como millares de Nilos, se remansaba. El ímpetu del amor y la serenidad de la dicha estaban presentes en ese único y mismo Río. También en ese Río aleteaban espíritus completamente sumergidos en la vida del Hijo.

El Río Infinito desembocaba en un Mar que era la Tercera Persona de la Trinidad, un mar apacible, un remanso de Felicidad. La palabra Mar puede parecer más grande que Río. Pero, en este caso, el Río era tan ilimitado como el Mar. Incluso el Templo era tan extenso como el Mar del Espíritu. Este Océano estaba lleno de vida, de corrientes de gozo. En su infinita extensión y en su inacabable perímetro batían eternamente las olas de su amor. Amor tan impetuoso que formaba grandiosas tempestades de dicha. Amor tan desbordante que elevaba mares de nubes que acariciaban con su lluvia el Templo del Padre y el Río del Hijo. Era como si ese Mar del Espíritu quisiera abrazar al Padre y al Hijo, y lo hacía. Los tres estaban unidos en una corriente eterna de conocimiento y amor.

Los miles de millones de ángeles estaban alrededor de este misterio sublime. Y aunque en el Cielo no hay vegetales, era como si prados de flores crecieran alrededor del Templo. Como si selvas ornasen las orillas del Río. Como si el Mar estuviera bullendo con la vida de peces y cetáceos. No eran esas realidades biológicas las que estaban allí, pero las bellísimas formas angélicas a su alrededor, sí que ofrecían esta impresión. Además de que millones de ángeles sobrevolaban a la Trinidad.

Lo que os he ofrecido son imágenes visuales, pero lo que no os puedo transmitir es la felicidad que gozábamos en ese momento. Palabras, pobres palabras, para expresar ese Misterio que desprendía tal gozo. Gozo que no es que lo viéramos simplemente, lo sentíamos. Estábamos colmados de una alegría perfecta. Habían valido la pena todos los sufrimientos. Los planes de Dios eran sabios y perfectos, ahora lo comprendíamos.

15/12/2012 22:33

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 44

 

Habíamos extraído el pecado de nuestros corazones, pero nuestros cuerpos aún se mostraban cubiertos de feas manchas. ¿Cómo extraer eso de nuestro ser, dado que el mal era parte de nosotros? Nos sentíamos desamparados, impotentes. ¿Cómo arrancarse esa brea, ese alquitrán? El mal aparecía en toda su objetividad. Parecía ser una cosa, ante nuestros ojos era como si se hubiera tornado algo material y viscoso. ¡Nuestros defectos nos habían parecido antes tan pequeños! Pero allí, ante la luz del conocimiento de Dios, lo veíamos en sus auténticas dimensiones. No podía entrar esa hediondez en la blancura inmaculada del Altísimo. Pero no podíamos arrancarlo, porque el mal era parte de nosotros mismos. Es decir, éramos nosotros los que nos habíamos vuelto un poco malos, aunque nuestra voluntad rechazase ahora eso. No podíamos arrancarnos el espíritu. Sólo nos cabía llorar y cambiar lentamente. ¿Duró mucho este purgatorio? Lo cierto es que cada ángel lo vivió de un modo más o menos prolongado. A mí me dio la sensación de haber estado una decena de años.

Si la fase anterior, la de la prueba, equivalía a una vida humana. Una vida que hubiera pasado muy rápida con momentos decisivos, en los que el evo parecía detenerse casi enteramente de tan lento que transcurría. Ahora el purgatorio equivalía a un tiempo indeterminado que nos daba la sensación de que no avanzaba. Para el que tuvo menos que purificar, el tiempo transcurrió más rápido. Para el que tuvo más que penar, el tiempo parecía no progresar hacia delante, como si el tiempo se hubiera atascado. Como uno, por sus pecados, hubiera sido abandonado en una espiral del tiempo. Una espiral de tiempo perdida en un gigantesco laberinto tridimensional, el laberinto del evo.

Hubo momentos en que esa espera fue dura: se han olvidado de mí. Pero después me sometí de corazón: merezco ser olvidado. Cuando el llanto y el sometimiento purificaron cuanto en mí había de indómito, cuanto en mí había de soberbia, entonces fui enseñado. Los ángeles santos que habían pasado directamente a la presencia divina, nos visitaban, nos ayudaban con sus lecciones y consejos. Los ángeles santos eran los que habían mantenido fieles en todo momento. Ellos no habían entrado en el purgatorio. Después de un tiempo, fueron enviados a nosotros y se transformaron en nuestros padres espirituales.

Poco a poco, todos íbamos sintiendo un amor más purificado, pues en ese tiempo de purgatorio había fases. Hacia el final, la Trinidad se nos hizo más presente en cada uno de nosotros. Realidades como la inhabilitación divina, las virtudes, la propia santificación lograda a través de la prueba y la purificación subsiguiente, se nos hacían más perceptibles. Era como si el bien en nosotros fuera eclipsando ese mal nuestro que se iba diluyendo. Todos los que aguardábamos sumergidos en las aguas lustrales, anhelábamos con todo nuestro corazón ver a las Tres Personas.

Por fin, un día, sin esperarlo, se acercaron de lo alto ángeles santos que nos dijeron: hoy vais a ver a Dios. De verdad que aquella irrupción fue una sorpresa. Nada nos había indicado, que ése era el día. Esos ángeles nos ayudaron a salir de esas aguas lustrales. Fue entonces, fuera, cuando nos vimos: ¡estábamos limpios! Qué alegría tan indescriptible. Ya no encontrábamos en nosotros máculas, todo era blancura.

Y así las miríadas de ángeles ya purificados, volamos hacia el centro de la Esfera de Luz y comenzamos a penetrar reverentemente a través del velo de nubes.

15/12/2012 22:33
Solicito al administrador ke elimine el post de Ptila.
14/12/2012 22:57

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 43

 

 

Ciertamente la Esfera ya era una manifestación de la gloria de Dios. Pero esta gloria interior era mayor, y se nos había ocultado para que la prueba por la que pasamos, fuera realmente una prueba. De haber visto esta gloria interna, esta otra capa de su gloria, estos rayos más límpidos que llegaban a nosotros, hubiéramos sentido muchísimo menos las punzadas de la tentación. Y en la prueba, justamente, se trataba de que nos costara mantenernos fieles. Si nos costaba, si nos resultaba arduo, entonces tendría mérito. Y así lo había determinado Dios en su sabiduría.

Ese tiempo de purificación empezó al mismo tiempo para todos los que la necesitábamos. Empezamos a la vez, pero obró en cada uno con una intensidad. La ternura divina era como un baño de purificación. Sumergirnos en ese Océano de Luz era sumergirse en su ternura. El ejemplo que puedo poner es el de un padre que te envuelve con sus brazos. Sólo que un padre humano no puede envolverte plenamente, sólo puede poner sus brazos sobre tu cuerpo. El abrazo divino era un abrazo de todo tu ser. Y allí estuvimos, comprendiendo lo tontos que habíamos sido. Afirmar que en Dios había partes es incorrecto, pero estábamos dentro de la gloria que procedía directamente de Dios y no le veíamos a Él. Lo diré de otra manera: Dios nos había abrazado, pero era detrás de ese velo por donde entraríamos en su corazón. Nos había abrazado, pero su rostro estaba detrás. Nos adentrábamos en los rayos de su gloria, pero aún no veíamos su Faz.

Y tampoco lo pretendíamos. Cada uno reconocía su indignidad. En nuestro interior, como si nos hablaran sin palabras, sentíamos que debíamos limpiar el traje de nuestra alma. Y suplicamos que nos diera tiempo. Los millones de ángeles que habíamos penetrado en ese Abismo de Amor, nos quedamos inmóviles, como suspendidos. Sólo deseábamos estar a solas con nosotros mismos y pedir perdón. No queríamos distraernos. No aspirábamos a otra cosa que llorar nuestras máculas.

El purgatorio de los ángeles estaba situado dentro de la Esfera, en el seno de ese Mar de Luz que rodea la superficie de la Esfera. Mar de luz localizado entre el exterior y el velo de nubes que oculta la Esencia de Dios. Como motas de polvo suspendidas e inmóviles, nos preguntábamos, una y otra vez, cómo el Ser Infinito podía ser tan grande, tan bello y tan bueno, cómo podíamos haber dudado si seguirle a Él, cómo podíamos haber hecho lo que Él no deseaba. En ese éxtasis de amor doloroso, lloramos nuestras faltas.

En el purgatorio, comprendimos que la guerra había sido dura, pero que en el sufrimiento, los espíritus fieles habíamos destilado un amor como nunca hubiéramos podido hacerlo de haber gozado siempre de un modo pacífico. Los héroes habían aparecido, pero nunca lo hubieran hecho sin esa prueba. Es cierto que muchos habían caído, pero después la inmensa mayoría habíamos pedido perdón y lo habíamos recibido. A muchos, la misma prueba les había purificado bastante. Todos habíamos crecido en humildad.

Ahora comprendíamos cuán débiles somos. Eso jamás lo habríamos podido aprender en los libros, si se me permite la expresión. En el sufrimiento, habíamos aprendido a amar de un modo nuevo. A la inteligencia que ya antes poseíamos, se unía ahora el agradecimiento del perdón, del amor, de la humildad. Todos aprenderíamos una gran verdad: que no éramos nada, que somos polvo, que todo lo hemos recibido. No tenemos de qué vanagloriarse. La felicidad la obtendríamos como el regalo que se otorga a un niño.

En esa fase de purificación recibimos gracias espirituales para comprender el mal que había anidado en nuestros pechos. Sufrimos un gran dolor de haber ofendido a Dios. A cada uno le quemó la iniquidad cometida como brea oscura y pegajosa que arde en el horno de su alma. Nuestras faltas nos quemaban verdaderamente, pues todos ardíamos en deseos de amar. Imposible describir nuestro sincero llanto angélico, lágrimas de ángel. Todos nos ayudábamos, nos animábamos unos a otros, entonábamos cantos, orábamos juntos. Éramos como niños desamparados que se dieran la mano entre ellos mientras rezaban sencillas oraciones. Si fuera de la Esfera nos habíamos sentido como adultos, incluso como individuos importantes, ahora veíamos que éramos infantes. Frente a Dios, éramos niños.

14/12/2012 15:49
HAY VA MI RESPUESTA CUANDO PIERDAS UN HIJO CON 2 AÑOS ME RESPONDES IGNORANTE
13/12/2012 20:20

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 42

 

 

En el mundo angélico las cosas eran totalmente diversas. Tras la expulsión de los rebeldes, los ángeles penetramos en la Esfera. Quiero repetir de nuevo, como ya os expliqué al principio, que la Esfera era la manifestación de Dios, no Dios mismo. Aunque la Esfera era Dios en el sentido de que era su manifestación, el modo en que se nos manifestaba a las jerarquías angélicas. Os hago notar que todas las criaturas, también los ángeles, necesitamos tener una imagen de Dios. De lo contrario, Dios para nosotros sería un concepto, una idea. Con una imagen en nuestros intelectos, es más fácil amarle, es más fácil tenerle presente, dirigirse a Él.

¡Cuánta fue la emoción que nos embargó, cuando llegó el momento de penetrar en la Esfera que estaba ante nosotros! La habíamos contemplado en su magnitud, frente a nosotros, desde que teníamos consciencia. Ahora, por fin, íbamos a penetrar en su interior. Los ángeles volamos en hileras hacia ella. Imposible describir lo que sentíamos.

En el pasado, algunos ángeles audaces o llenos de fervor, habían intentado aventurarse en el interior de la Esfera, sin éxito. Al que lo intentaba, ella se mostraba como un abismo infinito de luz, imposible de penetrar. Sin embargo, ahora que sentíamos interiormente la llamada a dirigirnos a Ella, era completamente distinto. Dios nos acogió amorosamente en su seno. Su ternura nos anonadó.

Habíamos contemplado la Esfera antes de la guerra y después, durante años. Y, sin embargo, nos sorprendió su inmensidad. Esto sucedió porque la veíamos en lo alto, sin referencias. Sus verdaderas dimensiones se nos escapaban. Pero al penetrar en ella, nos apercibimos mejor de nuestra de nuestra insignificancia. Dentro de la Esfera contemplamos la manifestación de Dios envolviéndonos con su amor de un modo tan intenso que jamás lo hubiéramos podido imaginar. Era como si entráramos en una nube de amor. Los que se habían mantenido sin culpa entraron en una especie de éxtasis. Los que habíamos faltado contra Dios, rompimos a llorar. ¿Cómo podíamos haber abierto nuestras voluntades al mal si eso era el Bien?

Cómo sería esta magnificencia espiritual que, aunque aún no veíamos su Rostro, no nos pudimos mantener en pie. Nos derrumbamos de rodillas ante semejante espectáculo que contemplaban nuestros ojos. ¿Por qué habíamos pecado? ¿Por qué? El lodo del camino de la vida nos había ensuciado.

Muchos fuimos los que pasamos por una fase que podemos calificar con toda propiedad de purgatorio. Seguíamos sin ver a Dios, aunque era como si se nos hubiera permitido entrar en la shekinah, como si hubiéramos podido penetrar en la gloria que descendía a la Tienda de la Reunión en tiempos de Moisés. Moisés sólo vio una nube que envolvía el Arca de la Alianza. Nosotros vimos mucho más, contemplamos verdaderamente la gloria que se desprendía directamente del último velo que ocultaba a Dios. Frente a nosotros había, sí, un último velo, como si de nubes se tratara. Nubes que dejaban traspasar algunos rayos inefables. Nunca habíamos contemplado nada igual. Pero sabíamos que todavía no nos era lícito atravesar aún ese velo. Estábamos sucios.

13/12/2012 00:15

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 41

 

 

Vosotros no lo entenderéis, hasta que veáis estas realidades en Dios en el más allá. Pero, creedme, para los demonios es mejor existir que no existir. Es mejor existir con un cierto sufrimiento, que perder completamente la existencia. Algo es mejor que nada. Si no fuera por eso, Dios no mantendría en la existencia un lugar como ése. Horrible y lleno de sufrimiento, pero en el que también hay muchos momentos, la mayoría, en los que gozan de pequeños placeres naturales. La cantidad de sufrimiento que hay en el infierno es espantosa. Pero no hay sólo sufrimiento.

 

Ningún predicador se excederá nunca en explicar lo terrible que es el infierno, los dolores que sufren sus moradores. El Averno es más duro de lo que jamás podáis imaginar. Pero, insisto, no es sólo sufrimiento. El Padre de todas las cosas no mantendría a ningún ser que existiera sólo como puro sufrimiento. Incluso para ellos es mejor existir, aunque ellos mismos si pudieran elegir, elegirían no existir. En el paroxismo de la tristeza, tomarían esa opción casi todos. Pero después, más calmados, entienden que la existencia es el gran don divino que permanece en ellos. La existencia con sus pequeñas alegrías y sus tristezas.

No penséis, sin embargo, que esas pequeñas alegrías hacen del infierno algo parecido a la existencia vuestra sobre la tierra. Ellos ya no tienen esperanza, en ellos mora el odio, ellos saben que existe el Cielo y que nunca entrarán en él. Ellos están acompañados por seres tan deformes, tan desagradables, que su compañía es también un peso más que hay que añadir a sus vidas.

El infierno tenía algo de isla desierta en medio del mar, sólo que alrededor de ellos sólo había un Océano de Oscuridad. Por otra parte, el infierno ofrecía la sensación de estar bajo tierra. Ofrecía esa sensación porque no podían avanzar hacia el Cielo donde estaban todos, donde estaba la Luz Radiante que sabían que nos llenaba de felicidad. Hacía el Ser y los seres no podían subir, y en otras direcciones estaba la Nada. Qué sentido tenía internarse en la oscuridad y el silencio. Antes de la creación del cosmos material no había espacio. De forma que hablo de forma figurada cuando afirmo que podían recorrer durante meses y años ese vacío, sin encontrar nada. No existía el espacio, pero sentíamos ese no-ser que les rodeaba. Pero no se arrepentían.

Los demonios no eran seres estables e inamovibles. Su psicología, sus emociones, su forma de ver las cosas, cambiaban, evolucionaban. En algunos aspectos mejoraban, en otros empeoraban. Pero lo que les definía como demonios era que se aferraban a su decisión. Se dolían del error que habían cometido, reconocían el error que habían cometido. Pero en las áridas tierras de su voluntad, ya no germinaba la vida.

Creedme, todos los que quisieron arrepentirse, pudieron hacerlo. Los que cayeron en el infierno, fueron los que se aferraron a su propia decisión. Dios no podía obligarles al Bien, quisieran o no. El Tártaro no era una posibilidad más entre varias, era la única posibilidad para aquellos que se niegan de forma definitiva. ¿Uno puede negarse definitiva e irrevocablemente? La respuesta es sí. No es fácil, pero se puede lograr. No es fácil perder a Dios irrevocablemente, pero os aseguro que los habitantes del infierno están allí, porque lo han conseguido. Sólo el odio puede resistir al amor. Ellos lograron engendrar el odio suficiente, para cerrar herméticamente sus corazones.

12/12/2012 00:13

 

HISTORIA DEL MUNDO ANGÉLICO 40

 

 

Dios no enviaba torturas desde lo alto. El Creador los había expulsado del Cielo y les había concedido su destino sin Él. Pero no añadía castigos a su existencia. Su propia existencia era su castigo. Y así, aunque jalonada por periodos de mayor sufrimiento, la vida en el infierno no dejaba de estar dotada de una cierta felicidad natural. Los pequeños placeres de los que he hablado antes. Placeres bien intelectuales, bien de la 43

 

compañía de otros espíritus, bien la curiosidad de recorrer el mundo demoniaco, como el que va de excursión.

Sé que estaréis sorprendidos de que no os presente un infierno en el que el sufrimiento sea máximo, paroxístico, en cada momento, en cada una de las horas. Pero no es así. En el infierno se sufre, pero no siempre se sufre con la misma intensidad, hay momentos de calma. Repito, siempre hay un sufrimiento sordo, constante, de fondo, en cada demonio. Pero no penséis que esto hace del infierno un lugar más admisible de existencia. La eternidad es algo cuyo peso va más allá de lo que podáis imaginar.

Aun así, los demonios empleaban sus infinitas cantidades de tiempo en jugar entre ellos a complicados juegos intelectuales. Como dos hombres en una isla desierta que juegan una y otra vez al ajedrez. Otros creaban obras artísticas. No obras materiales, sino obras inmateriales de arte. Una novela, por ejemplo, se imprime sobre papel. Pero podría radicar entera en la mente de un hombre que la supiera de memoria. Un cuadro se pinta sobre dos dimensiones. Pero imaginad un cuadro en tres dimensiones extenso como un mundo. La eternidad da tiempo para pintar un mundo entero. ¿Qué puede pintar un espíritu que nunca ha visto nada material? Sí, difícilmente entenderíais las obras de arte de los ángeles, como no puede entender un ciego de nacimiento la explicación del arte los pintores holandeses del siglo XV. Pero esas obras de arte existían. Y los réprobos se dedicaron a las cosas finitas, ya que habían perdido el Infinito. Ciertamente la mayoría de ellos se dedicaba al mundo intelectual. Algunos especializándose en un campo concreto, otros acumulando conocimiento por el placer del conocimiento.

A esto se dedicaban en el infierno. No estaban todo el día entre llamas gritando de intenso dolor. Aunque sí que es cierto que ellos vivían bajo el peso del desaliento sin remedio. Y, en ciertos periodos, se abrasaban por un fuego inmaterial que nacía de ellos mismos, que les abrasaba en su seno. Nadie les podía librar de ese infierno, porque ellos portaban el infierno en su ser. Y, a veces, no siempre, sus mismos espíritus ardían. Estaban recluidos allí sólo para no hacer daño a los que querían vivir en paz.

Los espíritus doloridos de los demonios no encontraban reposo. En cierto modo, era el puro cansancio, el mero acostumbramiento a esas llamas, lo que les hacía, al cabo de días, al cabo de meses, volverse a levantar y tratar de vivir lo mejor posible los días que quedasen de la eternidad, con la certeza de que ésta no hallaría límite alguno.

Algunos de vosotros podréis ver el infierno como un lugar dejado de la mano de Dios. Pero sin Dios el infierno sería peor. Hasta allí llega la misericordia de Dios. Es su acción invisible la que levanta a los demonios postrados en esos estados de dolor irresistible. Ellos no quieren volver a la Casa del Padre. Pero el Padre les auxilia sin que ellos lo sepan.

Aun así, en los estratos inferiores, en las capas más profundas de esas cavernas de oscuridad, se encuentran espíritus que sufren de un modo espeluznante. Aun a ellos llega la misericordia de Dios aliviando sus dolores. Pero qué poco se dejan ayudar. Lo cierto es que Dios está en todas partes. Y eso significa que también el infierno está ante sus ojos. Dios mantiene en la existencia ese lugar, que no es un lugar físico. El universo material todavía no había sido creado, y ya existía el infierno.

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