Digo, pues, señor de mi alma, dijo el cabrero, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos; no parece sino que ahora la veo con aquella cara, que del un cabo tenía el sol y del otro la luna, y sobre todo hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de hora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela muchacha y rica en poder de un tío suyo, sacerdote, y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande, y con todo esto se juzgaba que le había de pasar la de la hija; y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella.
Y Don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora aquella. A lo cual Pedro respondió, que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído.
Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasaban allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna. Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores, dijo Don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento, diciendo: asimesmo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril, o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote. No sé yo cómo se llama, replicó Pedro, mas sé que todo esto sabía y aún más.
ANTONIO
Yo sé, Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aún con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos.
Porque sé que eres sabida, en que me quieres me afirmo, que nunca fue desdichado amor que fue conocido.
Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que tienes de bronce el alma, y el blanco pecho de risco.
Más allá, entre sus reproches y honestísimos desvíos tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido.
Abalánzase al señuelo mi fe que nunca ha podido ni menguar por no llamado ni crecer por escogido.
Si el amor es cortesía, de la que tienes colijo que al fin de mis esperanzas ha de ser cual imagino.
Y si son servicios parte de hacer un pecho benigno, algunos de los que he hecho fortalecen mi partido.
Porque, si has mirado en ello, más de una vez habrás visto que me he vestido en los lunes lo que me honraba el domingo.
Como el amor y la gala andan un mismo camino, en todo tiempo a tus ojos quise mostrarme polido.
Dejo el bailar por tu causa, ni las músicas te pinto, que has escuchado a deshoras y al canto del gallo primo.
No cuento las alabanzas que de tu belleza he dicho, que, aunque verdaderas, hacen ser yo de algunas mal quisto.
Teresa del Berrocal, yo alabándote, me dijo: Tal piensa que adora un ángel, y viene a adorar a un jimio.
Merced a los mucho dijes y a los cabellos postizos, y a hipócritas hermosuras que engañan al amor mismo.
Desmentíla, y enojóse, volvió por ella su primo, desafióme, y ya sabes, lo que yo hice y él hizo.
No te quiero yo a montón, ni te pretendo y te sirvo por lo de barraganía, que más bueno es mi designio.
Coyundas tiene la iglesia, que son lazadas de sirgo, pon tu cuello en la gamella, verás cómo pongo yo el mío.
Donde no, desde aquí juro por el santo más bendito, de no salir destas tierras sino para capuchino.
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