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En un lugar de la Mancha ...

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16/09/2017 14:30

¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
¿Y quién aumenta mis duelos?
Los celos.
¿Y quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza
desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
Amor.
¿Y quién mi gloria repugna?
Fortuna.
¿Y quién consiente en mi duelo?
El cielo.
De ese modo, yo recelo
morir deste mal extraño,
pues se aumentan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?
La muerte.
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
Mudanza.
Y sus males, ¿quién los cura?
Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

15/09/2017 21:49
Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador, y no arzobispo, porque él tenía para sí que para hacer mercedes a sus escuderos más podían los emperadores que los arzobispos andantes. También les dijo que sería bien que él fuese delante a buscarle y darle la respuesta de su señora; que ya sería ella bastante a sacarle de aquel lugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecióles bien lo que Sancho Panza decía, y, así, determinaron de aguardarle hasta que volviese con las nuevas del hallazgo de su amo.
Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una por donde corría un pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban. El calor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde; todo lo cual hacía al sitio más agradable, y que convidase a que en él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.
Estando, pues, los dos allí sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una voz, que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquel no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase. Porque aunque suele decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces extremadas, más son encarecimientos de poetas que verdades; y más cuando advirtieron que lo que oían cantar eran versos, no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos. Y confirmó esta verdad haber sido los versos que oyeron estos:

15/09/2017 15:02
Mas apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento: que hacía mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecente que un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese mucho en ello; y diciéndoselo al barbero, le rogó que trocasen trajes, pues era más justo que él fuese la doncella menesterosa, y que él haría el escudero, y que así se profanaba menos su dignidad; y que si no lo quería hacer, determinaba de no pasar adelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo.
En esto llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener la risa. En efecto, el barbero vino en todo aquello que el cura quiso, y, trocando la invención, el cura le fue informando el modo que había de tener y las palabras que había de decir a don Quijote para moverle y forzarle a que con él se viniese y dejase la querencia del lugar que había escogido para su vana penitencia. El barbero respondió que sin que se le diese lición él lo pondría bien en su punto. No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba, y, así, dobló sus vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolos Sancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venía, que, maguer que tonto, era un poco codicioso el mancebo.
Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas las señales de las ramas para acertar el lugar donde había dejado a su señor, y, en reconociéndole, les dijo como aquella era la entrada y que bien se podían vestir, si era que aquello hacía al caso para la libertad de su señor: porque ellos le habían dicho antes que el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo era toda la importancia para sacar a su amo de aquella mala vida que había escogido, y que le encargaban mucho que no dijese a su amo quién ellos eran, ni que los conocía; y que si le preguntase, como se lo había de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que, por no saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellos pensaban decirle tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida y hacer con él que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca, que en lo de ser arzobispo no había de qué temer.

14/09/2017 20:46

Capítulo vigesimoséptimo

De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, que luego la pusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, dejándole en prendas una sotana nueva del cura. El barbero hizo una gran barba de una cola rucia o roja de buey donde el ventero tenía colgado el peine. Preguntóles la ventera que para qué le pedían aquellas cosas. El cura le contó en breves razones la locura de don Quijote y cómo convenía aquel disfraz para sacarle de la montaña donde a la sazón estaba. Cayeron luego el ventero y la ventera en que el loco era su huésped, el del bálsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que con él les había pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver. Púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Bamba. No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande, que le podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.
Despidiéronse de todos, y de la buena de Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.

14/09/2017 14:31
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera, y que después les diría la causa por que no entraba ni le convenía entrar en ella, mas que les rogaba que le sacasen allí algo de comer que fuese cosa caliente, y ansimismo cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allí a poco el barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que ellos querían; y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballero andante. Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía fecho; y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura.
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FIN DEL CAPÍTULO XXVI

13/09/2017 19:46
—Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber agora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.
—Suélenles dar —respondió el cura— algún beneficio simple o curado, o alguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto.
—Para eso será menester —replicó Sancho— que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del abecé! ¿Qué será de mí si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?
—No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—, que aquí rogaremos a vuestro amo, y se lo aconsejaremos y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante.
—Así me ha parecido a mí —respondió Sancho—, aunque sé decir que para todo tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro Señor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva y adonde a mí más mercedes me haga.
—Vos lo decís como discreto —dijo el cura— y lo haréis como buen cristiano. Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta.

12/09/2017 20:23
No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos ansimesmo la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo, pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o por lo menos monarca, que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que en siéndolo le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.
Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades. Y, así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador, como él decía, o por lo menos arzobispo o otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

12/09/2017 14:12
Sería "macanudo" saber qué podría pensar Miguel de Cervantes sobre el alcance universal de su obra y saber en la cantidad de idiomas en las que se ha sido traducida. Gracias por el aporte.
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Prosigo...
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Y con esto les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjole que en hallando a su señor él le haría revalidar la manda y que tornase a hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacían en libros de memoria jamás se aceptaban ni cumplían.
Con esto se consoló Sancho, y dijo que como aquello fuese ansí, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen.
—Decidlo, Sancho, pues —dijo el barbero—, que después la trasladaremos.
Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato:
—Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora».
—No diría —dijo el barbero— sobajada, sino sobrehumana o soberana señora.
—Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía, si mal no me acuerdo: «el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

12/09/2017 00:24
El posteo anterior es una reproducción de una nota periodística de la revista Viva, que se entrega con la edición dominical del diario "Clarín", con fecha de publicación el 15/6/2015
12/09/2017 00:21
En 2015, con motivo de los 400 años, el museo cervantino de El Toboso, quiso juntar, para la segunda parte lenguas, dialectos y jergas casi extintas..

Argentina tuvo el honor de cerrar el último capítulo, a través de la Academia Porteña del Lunfardo.
Termina más o menos como sigue

Escribir esta nota es una papa. La fuente es macanuda y el chabón del homenaje, recontrapiola: Don Quijote, más porteño que nunca, porque el capítulo que cierra sus aventuras y lo hace eterno acaba de ser traducido al lunfardo, el lenguaje de los compadritos.

Es un texto con perfume de arrabal, donde expresiones cervantinas y palabras malevas se entreveran en el aire como los amagues de un puñal y relatan la muerte del hidalgo caballero que enfrentó a los gigantes como si hubiera sucedido en la Buenos Aires de Gardel, empedrada, melancólica y sepia.

Bajo el título “De cómo Don Quijote, en las diez de últimas, hace testamento antes de espichar”, el hombre de La Mancha agoniza “tirado en la catrera”, “fané y descangayado”, debido a “los piantes que le copaban la sabiola a causa del ilusorio camote con Dulcinea”.

La recreación es el aporte argentino a la edición políglota del Quijote que se difundirá en breve en España, durante las celebraciones por los 400 años de su publicación definitiva.Es un trabajo de la Academia Porteña del Lunfardo, institución que Viva conectó en marzo con el Museo Cervantino de El Toboso, España, que buscaba por el mundo 74 idiomas, jergas ó lenguas olvidadas, para traducir los 74 capítulos que componen la segunda parte del Quijote. La gestión llegó justo cuando quedaba vacante el desenlace. Y colados del estribo, los argentinos quedamos bien representados.

“Cuando tocan la polca del espiro, la Parca le saca boleto para el raje más pintado, porque no hay en ese trance quien se le apiole. Por lo mismo, no iba Don Quijote a salvarse del guadañazo de la que ya andaba afilando el naife alrededor de su catre”, arranca la parte final de la obra cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra, quien siempre soñó con cruzar el Atlántico y conocer América, pero nunca pudo.

“Naife” es el arma filosa que ultima y es la voz que empleaban los matarifes del sur de la Ciudad en su mixtura con los irlandeses que vivían en dos manzanas de San Cristóbal, cercanas a la Iglesia de Santa Cruz, y trabajaban en los frigoríficos como sangradores. “Knife” es “cuchillo” en inglés, significado que se convirtió en “naife” mientras las vacas eran degolladas. La explicación pertenece a la poeta, letrista y escritora Otilia Da Veiga, presidenta de la Academia, nacida, como el Papa argentino y el Obelisco, en 1936. Ella fue la que tradujo el final del Quijote y la que disfrutó como nadie bautizar a Sancho Panza, tantas veces alabado por su lealtad incondicional, como un “gomía”.

Dictaba el Quijote el testamento de su riqueza intangible cuando ordenó consignar al escribano: “Después de garpar mis deudas, los mangos que queden se los dan a Sancho, que me aguantó y fue

el ladero de todas mis menesundas. Si estando loco, lo hice gobernador de la ínsula, estando cuerdo le daría si pudiera un reino, porque es un tipo pulenta, un tipo de fierro. Y mirándolo, le pidió perdón por haberlo engrupido con el yeite de la caballería andante y haberlo hecho frate de todos mis piantes”.

En El Toboso, la Patria de Dulcinea, entre cientos de volúmenes firmados por personalidades mundiales, como Nelson Mandela, Fidel Castro y Juan Domingo Perón, se hace un lugar un librillo titulado El Quijote Lunfardo, del profesor argentino Alfredo Noceti, leyenda literaria del barrio de Coghlan, que tradujo fragmentos del primer capítulo, al que tituló “De cómo Alfonso Quijano se convirtió en Don Quijote y armó tanto despelote con su corso a contramano”.Sin saberlo, aquel comienzo abrió la huella de un camino, que ahora, como en una parábola del principio y el final, completa la Academia.

“Y llegó el fin para Don Quijote, que murió cristianamente en su catrera, como un bacán, luego de recibir los sacramentos, cosa que llamó la atención del escriba, que nunca había visto morir en la cama a ningún taita retobado”, es decir un tipo de peso, valiente, que se reveló a lo establecido, describe Otilia Da Veiga, en el altillo que ocupa en Estados Unidos 1379, refugio de palabras que antes vivían apoyadas en un farol.

La académica aprovechó para colar un guiño de despedida al poeta Horacio Ferrer, que se fue en diciembre detrás de la Luna que va rodando por Callao. Fue al calificar al Quijote como un “piantao”.

Quedó también lugar para el epitafio del bachiller Sansón Carrasco, traducido al porteño de las orillas: “Yace aquí el gran cajetilla/ que tanto quilombo armaba/ montado sobre su silla. Si hasta la muerte rajaba/ pues fue de vida semilla/ y verdugueó al mundo entero,/ como el cuco, y no por fiero.”

Cervantes, oculto en la piel del escritor morisco Cide Hamete Belengeli, voz narradora de la novela, se despide de su gran creación con palabras de nostalgia, ahora y para siempre lunfardas: “Don Quijote nació para mí y yo para él. Él se mandó su gran laburo y yo lo di a conocer en el pelpa, mal que les pese a los manuses que se la piyan de escritores y no guardan en la zabeca ni la luz de una cebita”.Y así termina este cuento del castellano antiguo que por momentos camina por las baldosas de Mataderos, que da risa y a la vez hace llorar, porque esta hecho de voces que se apagan con la muerte del héroe imperfecto, que tuvo por misión mejorar la imaginación de la Humanidad.

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