Santa amistad, que con ligeras alas, tu apariencia quedándose en el suelo, entre benditas almas en el cielo subiste alegre a las impíreas salas:
desde allá, cuando quieres, nos señalas la justa paz cubierta con un velo, por quien a veces se trasluce el celo de buenas obras que a la fin son malas.
Deja el cielo, ¡oh amistad!, o no permitas que el engaño se vista tu librea, con que destruye a la intención sincera;
que si tus apariencias no le quitas, presto ha de verse el mundo en la pelea de la discorde confusión primera.
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