Sus parientes enfurecidos, a su vez, mataron a la pobre joven como la causa de tantos problemas. Le cortaron la cabeza y arrojaron sus restos en un pozo, desde donde se escucharon gritos y lamentaciones.

En ese momento Santo Domingo de Guzmán estaba predicando, de pronto escuchó a la Santísima Virgen diciéndole:

"Domingo, hay una sierva que siempre me ha honrado con el saludo que liberó a la humanidad del pecado. Ella me honró con las 150 Ave Marías del Rosario. Confiésala y dale la Sagrada Comunión. Prometí a quienes rezaran el rosario, que nadie moriría sin recibir los Sagrados Sacramentos".

Dos días después, Santo Domingo de Guzmán pasaba por ese lugar e inspirado por nuestro Señor, se acercó al pozo y dijo: "Alexandra, ven."

Inmediatamente salió la cabeza de la difunta, posada el borde del pozo, pidió al santo que escuchara su confesión.

Acostumbrado a fenómenos extraños, Santo Domingo escuchó su confesión y también le administró la Sagrada Comunión, en presencia de un gran grupo de curiosos que se reunieron para presenciar el milagro. Entonces el santo le pidió que le dijera por qué había recibido tanta gracia.

Alexandra respondió que cuando fue decapitada, estaba en estado de pecado mortal y habría sido condenada al infierno. Pero por el rosario que tenía la costumbre de recitar, la Virgen María apareció y preservó su alma de tormentos interminables.

Durante dos días la cabeza de Alexandra sostuvo la vida y cuando fue llamada por el santo, se fijó al borde del pozo, en presencia de todos recibió los sacramentos y murió. Aquella alma fue al purgatorio.

Quince días después, su alma apareció a Santo Domingo de Guzmán, hermosa y radiante como una estrella. Entonces le dijo al santo, que una de las principales fuentes de alivio para las almas en el purgatorio es el rosario que en vida recitaron, y que les sirve de mucho también que se les recite luego de muertos; y que, en cuanto llegan al cielo, oran por quienes les aplican esta poderosa oración.

OREMOS

Perdona, Señor, nuestros pecados

y, ya que nuestros actos no pueden complacerte, sálvanos por intercesión de la Madre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Él, que vive y reina contigo,

en la unidad del Espíritu Santo

y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.