¡Ay!, carbones del rosario,
van cayendo por los suelos
devorándolos enteros.
¡Ay!, socavones derruidos
en los ayes de calvario,
en las voces de los pozos
sumergidos de aguaceros.
¡Ay!, mujeres allá arriba
esperando ver consuelo
y el derrumbe que se inicia
con los frágiles aceros,
con el ansia de la mina
devorando a sus obreros.
¡Ay!, ya no se oyen esas voces,
sólo muecas de pañuelos
apretándose las manos,
agrietándose los labios,
advirtiéndoles que abajo
hay jornales soterrados.
¡Ay!, que se cuentan por sus huesos
los mineros ya cubiertos,
que se tejen polvorientos
los pañuelos para olerlos.
¡Ay!, las mujeres allá arriba
van creciendo en desconsuelo
y una cruz les muestra a ellas
que los clavos en las palmas
son de guantes del minero.