Cuando nos juntamos con mis sobrinos, mi hija queda un poco apartada de las conversaciones. Es niña, y además algo más pequeña que los chicos, que tienen 13, 14 y 15 años. El otro día estábamos tomando unas bravas en una terracita y la pequeña reivindicaba temas de conversación en los que pudiera participar... que ya estaba bien de pokemon y demás.. Que ella comprendía que no supieran mucho de otros temas como los unicornios, pero que algo podría haber de lo que pudieran hablar todos. Mi sobrino se giró y le dijo: " de los unicornios sabemos.. vomitan arco iris!"Nos quedamos todos pasmados " qué??"Y entonces explicó muerto de la risa.. "sí.. que los unicornios que son amigos de los osos amorosos vomitan arco iris en la tele" Mi hija lo miró, se echó a reir y le dijo "pues mira.. ya sabes más que yo!.. pero qué asco.. mejor hablamos de pokemon!! "
Yo estaba orgulloso y con mi pecho henchido por el reconocimiento a mi responsabilidad. Se me había otorgado el cetro de cliente Premium (el mejor de todos) en una importante empresa de la cual soy cliente. Pensé que con ello me había ganado el cielo y podía de cierta manera alzar la voz y colocar yo algunas condiciones en la relación que mantengo con mi empresa, atendiendo a mi tan invaluable galardón caído del bendito cielo. Soy "Cliente Premium", me decía repetidas veces, y para qué negarlo, eso suena bonito, y mientras más lo leo en la página de internet de la empresa, más orgullosa se ve mi sonrisa e inflado mi pecho.
Más de tres años, fui Premium. Creo que hasta ayer, cuando con menos de un mes de atraso en el pago de las cuentas, resulta que llega la boleta con el cobro del servicio del mes que aún no consumo. ¿En qué quedó mi calidad de "Premium"? me pregunté. Me atraso en el pago un par de días y me cobran el doble. Ni una deferencia para uno de sus mejores clientes, reclamé en mi interior, sospechando ya del gratuito galardón del que se me había investido.
Precisamente por no estar de acuerdo con el cobro por adelantado de un servicio que no había consumido, me dirigí a la empresa para saber los motivos de esa indiferencia con este cliente "Premium".
Me atendió una señorita, muy amable:
-Son normas de la empresa señor- me dijo, lacónica, la secretaria que me atendió.
-Pero yo soy Premium-, le dije, agregando que al menos debería haber una consideración ante mi investidura que yo nunca reclamé y que se me otorgó voluntariamente.
-Señor, si se usa la cuota del mes siguiente sin pagar la anterior, eso, lo factura igual la empresa", respondió ella, automática, como aprendido de memoria un discurso.
-La caja vecina no tenía cupo cuando fui a pagar- refunfuñé, ya algo molesto.
- Son las consecuencias de que usted no haiga pagado, señor", me respondió ella modulando bien las palabras.
-Haya- le respondí en voz baja, para que quienes estaban en la fila no escucharan.
-¿Qué?. preguntó ella, como sorprendida.
-Haya- Repetí, subiendo un poco el tono de voz, para evitar la vergüenza.
-¿Qué?- nuevamente consultó ella.
-¡Haya!- grité. ¡No se dice haiga, se dice HAYA...
-No me venga a corregir y siga pagando en la caja vecina- me gritó ella también, ante el asombro del resto de clientes que esperaban.
–¡Quihúbole!
Me paré en seco dudando entre si devolverle el saludo al chico risueño o no. Dudando entre si lo conozco o no. Aunque parecía que era no, caminamos muchas veces de idayvuelta por las calles circundantes a la plaza, empecinada en reconocerlo, entre el desahucio del tianguis y las promesas de los restaurantes estilo europeo que proliferan en Coyoacán, donde está mi taller.
–No nos veíamos desde, uh, un montonal de años, ¿verdad?
Eso parecía, o quizá no nos habíamos encontrado nunca.
–¿A qué te dedicas? –pregunté forzadamente, pues no me atrevía a preguntarle su nombre.
–Cruisin –me respondió el chico con una voz inesperada.
No pregunté más. No valía la pena enterarme tan temprano de temperamentos ni códigos extraños. La cuestión podía lo mismo resolverse en ganar tiempo que en perderlo. Conscientes de la tarde desperdiciable, los dos expresamos comprensivas piedades o festivas parodias de otros paseantes cuyas única injerencia era la analogía con nosotros mismos. El chavo me recordó que se llamaba José y que le decían Josexy por sus atributos. Una vez había hecho de San José en una pastorela, y luego de Judas en la representación de Semana Santa de su pueblo michoacano. Ahora le comentaban “vas ascendiendo”, por haberle tocado este año el papel de Cristo en su barrio defeño. Fue apenas ayer. Como que todavía parecía estar viviendo su parte dramática, y no digamos meramente en su larga cabellera rojiza (¿tenía algo de rubor rosado en las mejillas?), o las hendiduras en las manos, sus estigmas, “no se han cicatrizado”, sino más bien en los gestos: actitud de bendición, de última cena o vaya usted a saber, tan influido anda uno estos días por las películas alusivas. Josexy explicó que para el papel de Cristo se había puesto él mismo una corona de huizache, de largas espinas.
–Yo solito la tejí, me persigné y me la apreté fuerte, la incrusté hasta el hueso, me chorreaba la sangre, vieras que no me dolía. La puritita cara de sacrificio, me decían. Le agregué kétchup, más realismo, también mercromina hasta las rodillas pero está recaro, hice que me saliera más sangre que sangre pues no era la ocasión de ahorrar recursos… ahora me tocará bailar en las fiestas de mayo la Danza del Venado, y no sé si eso es promoción o un descenso, aunque después de Jesús ya no hay mucho parriba.
Al decir esto se ponía cuernos con los dedos en la cabeza y levantaba las rodillas mientras arqueaba el torso, transformándose así de Cristo a paskola. En eso sucedió que se me ocurrió recordar que conocía a Josexy desde, uuuh, ¡siempre! Una especie de revelación que nada tenía que ver con la caliente llegada de la noche ni con el ritmo recalcitrante de los bares de Coyoacán.
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